Las lluvias se saltearon mayormente a los departamentos de Artigas y Salto, y en los lugares en que llovió, las mismas no fueron suficientes para revertir la emergencia hídrica. En efecto, muchos productores ganaderos no tienen ni pasturas ni agua para sus animales. Las altas temperaturas del mes de enero también menguaron las reservas de agua de los cultivos de arroz, situación que seguramente tendrá un impacto en los rendimientos.
Nos afiliemos o no al marketing y los fuertes intereses que impulsan la idea del cambio climático, es una realidad inocultable que el clima se ha vuelto cada vez más variable e impredecible, con eventos de sequía cada vez más frecuentes y extremos. Todos los indicios señalan que dejó de ser un problema puntual para convertirse en uno de naturaleza endémica, para cuya resolución no alcanza con las habituales medidas paliativas. Dicho de otra manera, se va convirtiendo en un problema estructural, que requiere de soluciones sostenibles en el largo plazo.
Lamentablemente, la atención de nuestras autoridades medioambientales se ha dirigido recientemente a temas de naturaleza más superficial, algunos de ellos algo banales. Hace unas semanas la cartera de Medio Ambiente anunció con bombos y platillos la prohibición de la importación de pajitas de plástico, como forma de demostrar al mundo que nuestro país cuida el ambiente. En cosa de un mes pasamos de la alarma pública por los incendios forestales –que no terminaron en tragedia por obra y gracia de la providencia divina– a caer en la frivolidad de hacer puntos con las Greta Thurnbergs del mundo; esfuerzos generosamente financiados por aquellos que solo quieren embarrar la cuerda que les permitió a ellos mismos escalar. Todo esto mientras poco sabemos sobre los efectos del acuerdo que Uruguay firmó en Glasgow y las consecuencias que traerá para los productores nacionales. Nos referimos concretamente al compromiso de reducir las emisiones de metano y otros gases en un 30% antes del 2030, cláusula que ni China ni India firmaron. Tampoco un referente ganadero como Australia lo hizo. ¿Por qué será? Quizás las autoridades firmantes nos podrán desasnar sobre esto en algún momento de su apretada agenda.
Una alternativa para la cartera de Medio Ambiente sería priorizar el problema hídrico, implementando algunas obras importantes para el norte del país que se encuentran en carpeta hace décadas. En efecto, resulta algo vergonzoso para el sistema político admitir que las últimas grandes obras de infraestructura hidráulica se hicieron hace ya casi medio siglo, durante el gobierno de facto. Hoy no tendríamos ni estabilidad energética ni la pujante industria arrocera sin esas obras.
Creemos firmemente que la crisis actual representa una oportunidad única de movilizar recursos estatales y privados para encarar obras que nos permitan planificar una expansión productiva en el norte de nuestro país. Las tasas de interés se encuentran en mínimos históricos y el país accede a plazos de financiamiento que permiten soñar con obras que podamos dejar a las futuras generaciones. Las reservas de agua adecuadas ofrecen estabilidad a la producción, reduciendo los riesgos y permitiendo un mayor acceso a préstamos, los que a su vez permitirán financiar los bienes de capital necesarios para mejorar la productividad y aumentar el volumen de nuestras exportaciones. Con proyectos de este tipo hay para todo el mundo, incluso para aquellos que corren detrás de la foto de las “finanzas sustentables”.
Pero para que obras de este tipo sean posibles, se hace imprescindible reordenar las prioridades ambientales, bajándole un cambio al marketing, y subiéndole un cambio a las inversiones estructurales que permitirán hacer nuestra producción más sustentable. Cuando hayamos logrado resolver de forma sostenible el problema hídrico que azota al norte del país, recién entonces nos encontraremos en condiciones de pensar en las rimbombantes cocardas internacionales que tanto atraían al astorismo-bergarismo. Durante los gobiernos frenteamplistas nos atamos al mástil de la OCDE; hoy, como si no hubiéramos aprendido la lección, hemos amarrado al país como un chinchorro detrás del yate de Bill Gates y su COP26.
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