Yo llegué a Montevideo allá por el mes de enero del cuarenta y uno
Yo que anduve en mapa entero me quedé en Montevideo que es la flor del mundo
He encotrado en otras tierras muchachitas que son bellas cual ramo de rosas
pero las uruguayitas pero las uruguayitas son más cariñosas.
Montevideo, bella tacita de plata bajo tu cielo de estrellas se vive y se sueña y todo es amor
Romeo Gavioli
Todos los días se nos desvanece un poquito aquel Uruguay feliz de nuestros primeros años que alcanzó su momento culmine cuando nuestro país lograba consagrarse campeón mundial de fútbol por cuarta vez en Maracaná, justo en el año que el siglo XX cumplía su primera mitad. A ese torrente de euforia colectiva se lo amplificaba con aquella marchita pegadiza que cantaba Romeo Gavioli: “Montevideo, bella tacita del Plata…”
Y todo esto en el marco de un generoso estado de bienestar que había sido sólidamente cimentado 30 o 40 años antes, por lúcidos estadistas.
A partir de ahí comenzaron las tribulaciones como ocurre siempre que se llega al cenit de una historia. Atrás quedaron los “precios de guerra” que nos beneficiaron como proveedor de alimentos en la última contienda europea.
Pero el activo más importante que poseía Uruguay en realidad se ubicaba fuera de fronteras. Y no solamente por las glorias futboleras sino también por las del intelecto. Por el prestigio de sus instituciones. La credibilidad de su ordenamiento jurídico. La talla de figuras que por su capacidad se les concedía jerarquía en los más destacados foros mundiales. A título de ejemplo evocamos a una línea de cuatro: Eduardo Jiménez de Aréchaga, Julio Lacarte Muro, Héctor Gros Espiell y Enrique Iglesias, de una lista de más de medio centenar.
La mayor riqueza fue haber conformado una democracia ejemplar que en cualquier medición que se realice a nivel internacional revista, sino entre las 9 más cristalinas, sí entre la 25 más sólidas. Los pilares sobre los cuales se apoya esta nómina empiezan con la transparencia del sufragio, el reconocimiento a los derechos de las minorías y el respeto a la separación de poderes.
El desborde de poder que implica que se utilice a la fiscalía para acusar a un candidato, que se perfila en franco ascenso, a un mes del acto eleccionario, marca un hito sin precedente.
Hacemos nuestras las palabras del politólogo Óscar Botinelli, director de Factum, una de las más prestigiosas consultoras políticas. Y le asignamos a sus valientes conceptos una destacada relevancia por tratarse de una personalidad, habiendo sido secretario político del fundador del Frente Amplio, Gral. Líber Seregni, desde 1971 a 1987. “Esta judicialización política ensucia el concepto de elecciones libres y justas de una de las nueve repúblicas de democracia plena que existen en el mundo. Allí está su importancia y su gravedad. La judicialización política —como la politización de las funciones judiciales de los parlamentos— es uno de los elementos que ha irrumpido en las últimas décadas como afectación de las poliarquías. Y no es un fenómeno que afecte a la derecha o a la izquierda, sino a todos, según el lugar y el momento…”
No solo la pérdida del “grado inversor “ que derrumbaría ipsofacto a nuestra economía, tendría que causar alarma a nuestros gobernantes, sino que la más honda preocupación debería estar constituida por el rumbo en caída libre que está precipitando la imagen de nuestro país en el exterior.
De una crisis económica -ya vivimos varias- se sobrevive, de un naufragio moral y de imagen no nos levantamos más.
Siempre imaginamos al pegadizo símil de Gavioli de frágil porcelana y muy sensible, a que cualquier movimiento brusco lo fracture. Esperemos que la cordura prevalezca sobre la obstinación irracional. Y que en la “bella tacita del Plata, bajo un cielo de estrellas, se vive y se sueña…”