Acababan de servir la torta de chocolate en la cumbre de Mar-a-Lago en abril de 2017, cuando el presidente Donald Trump se inclinó para decirle al presidente chino Xi Jinping que se acababan de lanzar misiles estadounidenses contra bases aéreas sirias, según el relato hecho por Trump de la velada. Sobre qué significa el ataque a Siria sobre la disposición de Trump a atacar Corea del Norte quedaba para la imaginación de Xi. Bienvenidos a cenar con los líderes que hoy intentan administrar la relación geopolítica más peligrosa del mundo. La historia es breve. Pero a medida que China pone en tela de juicio el predominio de Estados Unidos, los equívocos sobre las acciones e intenciones de la otra parte podrían llevarles a una trampa mortal identificada por primera vez por el antiguo historiador griego Tucídides. Como él explicó: “Fue el ascenso de Atenas y el miedo que esto infundió en Esparta lo que hizo inevitable la guerra”. En los últimos 500 años se han producido 16 casos en los que una potencia en ascenso amenazó con desplazar a otra en el poder. Doce de ellos acabaron en guerra.
De los casos en los que se pudo evitar la guerra-España sobrepasando a Portugal a finales del siglo XV, Estados Unidos sobrepasando al Reino Unido a finales del siglo XX y el ascenso de Alemania en Europa desde 1990-, el ascenso de la Unión Soviética resulta especialmente instructivo hoy en día. A pesar de los momentos en los que un choque violento parecía seguro, una oleada de imaginación estratégica ayudó a ambas partes a desarrollar formas de competir sin llegar a un conflicto catastrófico. Al final, la Unión Soviética implosionó y la Guerra Fría terminó con un gemido más que con un estallido. Aunque el ascenso de China plantea retos específicos, los gobernantes en Washington deberían tener en cuenta cinco lecciones de la Guerra Fría.
Lección 1: La guerra entre superpotencias nucleares es una locura. Estados Unidos y la Unión Soviética construyeron arsenales nucleares tan considerables que ninguno podía estar seguro de inutilizar al otro en un primer ataque. Los estrategas nucleares describieron esta situación como “mutual assured destruction” o MAD (“destrucción mutua asegurada”). En efecto, la tecnología convirtió a Estados Unidos y la Unión Soviética en gemelos unidos: ninguno podía matar al otro. En la actualidad, China ha desarrollado su propio arsenal nuclear. Desde los enfrentamientos en el Mar de China Meridional y Oriental hasta la tormenta que se cierne sobre la península coreana, los líderes deben reconocer que una guerra sería suicida.
Lección 2: Los líderes deben estar preparados para arriesgarse a una guerra que no pueden ganar. Aunque ninguna nación pueda ganar una guerra nuclear, ambas, paradojalmente, deben demostrar su voluntad de arriesgarse a perder una para poder competir. Consideremos cada cláusula de esta paradoja nuclear. Por un lado, si se produce la guerra, ambas naciones pierden y mueren millones de personas, una opción que ningún líder racional podría elegir. Pero, por otro lado, si una nación no está dispuesta a arriesgarse a una guerra, su oponente podría alcanzar cualquier objetivo forzando a la potencia más responsable a ceder. Por tanto, para preservar los intereses vitales, los líderes deben estar dispuestos a elegir caminos que supongan un riesgo de destrucción. Washington debe pensar lo impensable para disuadir de forma creíble a adversarios potenciales como China.
Lección 3: Definir las nuevas “reglas precarias del statu quo”. Los rivales de la Guerra Fría tejieron una intrincada red de restricciones mutuas en torno a su competencia que el presidente John F. Kennedy denominó “reglas precarias del statu quo”. Entre ellas se incluían tratados de control de armamento y reglas precisas de circulación aérea y marítima. En la actualidad, estas directrices tácitas para Estados Unidos y China podrían implicar límites a los ciberataques o a las operaciones de vigilancia. Al llegar a acuerdos sobre cuestiones polémicas, Estados Unidos y China pueden crear un espacio para cooperar en desafíos –como el terrorismo global y el cambio climático– en los que los intereses nacionales que comparten ambas potencias son mucho mayores que los que las dividen. En general, los líderes deben comprender que la supervivencia depende de la cautela, la comunicación, las limitaciones, el compromiso y la cooperación.
Lección 4: El comportamiento en lo doméstico es decisivo. Lo que hacen las naciones dentro de sus fronteras importa al menos tanto como lo que hacen en el exterior. Si la economía soviética hubiera superado a la de Estados Unidos en la década de 1980, como predijeron algunos economistas, Moscú podría haber consolidado una posición de hegemonía. En lugar de ello, se impusieron los mercados y las sociedades libres. La cuestión vital para la rivalidad actual entre Estados Unidos y China es si el gobierno y la economía autoritarios leninistas-mandarines de Xi resultan superiores al capitalismo y la democracia estadounidenses. Mantener el extraordinario crecimiento económico de China, que legitima el arrollador gobierno del partido, es un ejercicio en el aire que cada vez será más difícil. Mientras tanto, en Estados Unidos, la nueva normalidad es un crecimiento lento. Y la democracia estadounidense presenta síntomas preocupantes: disminución del compromiso cívico, corrupción institucionalizada y falta generalizada de confianza en la política. Los líderes de ambas naciones harían bien en priorizar sus retos internos.
Lección 5: La esperanza no es una estrategia. Durante un periodo de cuatro años, desde el famoso “Telegrama Largo” de George Kennan que identificaba la amenaza soviética, hasta el NSC-68 de Paul Nitze que proporcionaba la hoja de ruta para contrarrestar esta amenaza, los funcionarios estadounidenses desarrollaron una estrategia ganadora en la Guerra Fría: contener la expansión soviética, disuadir a los soviéticos de actuar contra los intereses vitales estadounidenses y socavar tanto la idea como la práctica del comunismo. Por el contrario, la actual política estadounidense hacia China consiste en grandes aspiraciones políticamente atractivas que los estrategas serios saben que son inalcanzables. Al intentar mantener la pax americana posterior a la Segunda Guerra Mundial durante un cambio fundamental en el equilibrio económico de poder hacia China, la verdadera estrategia de Estados Unidos, a decir verdad, es pura esperanza.
En el Washington actual, el pensamiento estratégico suele quedar marginado. Incluso Barack Obama, uno de los presidentes más inteligentes de Estados Unidos, declaró al New Yorker que, dado el ritmo de cambio actual, “en realidad ni siquiera necesito a George Kennan”. Una estrategia coherente no garantiza el éxito, pero su ausencia es una vía segura hacia el fracaso.
Graham Allison, Foreign Policy, 9 de junio de 2017
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