El fenómeno del atraso cambiario no es nuevo para nuestro país. Sin embargo, en los últimos años se ha agravado de tal forma que, para los sectores productivos, exportadores y otros como la industria nacional, el turismo y la venta de servicios al extranjero se hace cada vez más inviable invertir y apostar por Uruguay dada la creciente pérdida de competitividad, que de hecho acumula veinticinco meses negativos.
El dilema de fondo no es ajeno al debate. Por un lado, se encuentran los defensores del atraso cambiario, que exponen los beneficios que ofrece para aquellos que ganan su sueldo en pesos, porque su salario cada vez vale más en dólares por ese tipo de cambio o aquellos que consumen productos importados y viajan al exterior. Por otra parte, los grandes perjudicados son los sectores productivos anteriormente mencionados, que son en definitiva aquellos que generan no solo divisas para el Estado, sino mayor cantidad de puestos de trabajo.
El atraso cambiario esconde una trampa, porque si bien los consumidores perciben que el precio del dólar los beneficia, sobre todo en lo que tiene que ver con sus posibilidades de compra, al mismo tiempo menoscaba lentamente el crecimiento del país. No hay que olvidar que cuanto más aumenta el atraso cambiario, se crean menos puestos de trabajo y la inversión suele disminuir considerablemente. En ese sentido, es obvio que a la larga se termina por crear una burbuja, o realidad artificial, que como todo engaño suele finalizar de la peor manera.
El gran problema pasa por pensar hacia qué tipo de país vamos. Porque seguir subestimando los efectos a largo plazo del atraso cambiario sobre la economía real, es decir sobre la productiva y exportadora, no parece ser la mejor opción. Ahora bien, es obvio que, por parte del Poder Ejecutivo, en las circunstancias actuales, año de elecciones, cualquier tipo de cambio en la planificación macroeconómica, sobre todo si conllevan el riesgo activar algún conflicto, especialmente con los sindicatos públicos, será evitado. Recordemos que en caso de subir el dólar también subirá la inflación y, en efecto, bajará el poder adquisitivo de los sueldos.
Según las estimaciones que realizó Ceres el año pasado, “si se redujera a la mitad el atraso cambiario (con un alza del tipo de cambio de 12,5 por ciento, a un dólar a 42,70 pesos), la inflación se iría al 8,7 por ciento. Del otro lado, para que la inflación baje a seis por ciento (el “techo” de la meta del gobierno), el dólar debería terminar el año en 37,30 pesos” (El País, 22-6-23).
Ante la abrupta baja que tuvo la moneda estadounidense recientemente, la Federación Rural advirtió que “el dólar debería estar a 58 pesos para poder equiparar el nivel promedio de referencia”, que es el valor de inicio de la pandemia (43 pesos) ajustado por IPC, 32 por ciento (febrero 2024 – marzo 2020). Sobre todo, teniendo en cuenta que el sector productivo, particularmente el agropecuario, viene de sufrir una fuerte sequía que generó pérdidas por casi dos mil millones de dólares. En ese sentido, la Federación Rural menciona un importante aumento del endeudamiento en el agro, del 48 por ciento, ya que entre enero 2022 y enero 2024 pasó de 2500 millones de dólares a 3.564 millones, agregando que “el tipo de cambio real con China está un dieciocho por ciento abajo del promedio, que está veintitrés por ciento abajo, lo que significa una pérdida de competitividad total.” Además, la Cámara de Industria del Uruguay indicó el año pasado, el incremento en los costos portuarios como un factor más que afecta a la competitividad.
En definitiva, los datos indicados ut supra evidencian en primer lugar que el empresariado nacional está teniendo serios problemas por culpa del atraso cambiario. Pero, además, esta situación es responsable de la cantidad de emprendimientos que cierran cada año. Este contexto de decrecimiento y carencia de estímulo que afecta directamente a los emprendedores nacionales genera el escenario perfecto para el establecimiento de monopolios o posiciones dominantes en el mercado.
“El problema del atraso cambiario refuerza también la formación de posiciones dominantes. En efecto, a esta altura no le escapa a nadie que todo el sector agroindustrial nacional se encuentra en riesgo debido a la errada política monetaria del BCU. Ante la compresión de márgenes de ganancia, se reduce el incentivo para la entrada de nuevos jugadores industriales que inviertan y mejoren la competencia por la compra de productos primarios. Al mismo tiempo, los jugadores existentes buscan reducir costos y con ello alimentan la corriente de fusiones y adquisiciones, procurando no solo reducir costos unitarios, sino lograr un mayor poder de mercado que les permita incrementar los márgenes” (La Mañana, 6-9-23)
De esa forma, el atraso cambiario parece comportarse como un cáncer que va tomando paulatinamente a los sectores que tienen mayor dinámica en nuestra economía y mayor incidencia en la generación de empleo. Pero también indirectamente deteriora el tejido social, porque un país sin industria nacional, sin sector productivo que incluya a los pequeños y medianos en el medio rural, es un país donde la movilidad social y el sueño de progresar se vuelven cada vez más lejanos.
Evidentemente, la fragmentación que se ahonda en nuestra sociedad propicia una ecuación de la que parece difícil salir. Porque sumándole a la falta de puestos de trabajo, el aumento no solo de los índices de pobreza, sino también de personas endeudadas por una política financiera equivocada que viene desde los tiempos de Astori, la vulnerabilidad de gran parte de nuestra ciudadanía parecería ejercer cierta presión al Ministerio de Economía, que no se atreve a promover soluciones reales.
No se comprende que una sociedad afectada por los altos niveles de usura, por el establecimiento de monopolios en áreas estratégicas y por la pérdida de competitividad haya caído no solo en la trampa del atraso cambiario, sino que desdibujara el motor de su economía, muy especialmente a su sector productivo, y también a sus recursos humanos.
Al final, el problema no puede ser elegir entre una baja inflación y un conjunto de indicadores que sean lindos de ver en un año electoral, el objetivo deberían ser los equilibrios, como bien explica María Noel Sanguinetti en su columna de esta edición. En definitiva, hay que tener en consideración –pues no se puede estar a ciegas– todo lo que sucedió el año pasado entre la sequía y la diferencia cambiaria con Argentina, que fue letal especialmente para los productores, los comercios y negocios de gran parte de Uruguay.
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