A diferencia de los antiguos monumentos al poder, las represas de la Autoridad del Valle del Tennessee (Tennessee Valley Authority o más conocida simplemente como TVA) aprovecharon nuevas y amplias fuentes de poder social, en lugar de simplemente redirigir o redistribuir la fuerza existente. Sus turbinas hidroeléctricas eran dinámicas en más de un sentido, desencadenando un gran cambio, más allá su aporte masivo para la generación de energía eléctrica. El poder reunido por la TVA resultó transformador. En el plazo de una década desempeñaría un papel central en revertir la calificación del sur de los Estados Unidos como “el problema económico número uno de la nación”, ayudando a sacar a la región de los Apalaches de su estancamiento cuasifeudal y conectarla con el floreciente crecimiento del emergente “cinturón del sol (“Sunbelt”). Donde antes existían chozas y aldeas empobrecidas, surgiría un complejo futurista de once grandes represas e innumerables vías fluviales mejoradas, que permitirán una generación eléctrica exponencialmente ampliada, el control de inundaciones, fertilizantes accesibles, la modernización de los hogares, empleo más diversificado y el aumento de los salarios, entre otros elementos de progreso. Durante generaciones la TVA se ha erigido como prueba de la potencia del New Deal para inyectar un sentido de propósito público y de planificación a gran escala en el modelo de crecimiento económico, reorientando y ampliando el mercado sin necesidad de destruirlo.
De hecho, la TVA fue tanto una criatura de la guerra y del nacionalismo como un modelo de reforma socialdemocrática. Merece ser considerada dentro del linaje de grandes obras de ingeniería bélica, y no solo dentro de la tradición de planificación social con la que se la suele asociar. Prácticamente todos los estudios académicos sobre la TVA y el dínamo hombre que la encabezó, David Lilienthal, se han centrado en las políticas de modernización. Pero lo que esta historiografía ha pasado mayormente por alto es que la TVA y otras instituciones similares –como la Autoridad de la Presa de Bonneville, un programa similar de la Costa Oeste– proporcionaron una capacidad de infraestructura esencial sobre la que se basó el desarrollo de la bomba atómica. De esta manera, en la década de 1940 se construyó todo un nuevo sector de la economía en torno a la energía atómica; este sector requería energía eléctrica a una escala que superaba todo lo que el sector privado hubiera podido alcanzar. Al frente de él quedaría una nueva agencia gubernamental modelada en el sistema híbrido de la TVA, y que pasó a llamarse Comisión de Energía Atómica (AEC), construida y dirigida entre 1945 y 1950 por el antiguo director de la TVA, David Lilienthal. Una de las pocas personas capacitadas para dirigir una agencia con una escala sin precedentes.
Extraído de “Nuestro río de energía fluyendo hacia la guerra: David Lilienthal y la TVA”, James T. Sparrow, Departamento de Historia de la Universidad de Chicago (2019)
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