A comienzos del siglo XIX, el Uruguay vivía una lucha política e institucional entre los dos grandes partidos tradicionales o históricos fundacionales: el Partido Colorado, liderado por el presidente de la República, José Batlle y Ordoñez, y el Partido Nacional, liderado por el gran caudillo general Aparicio Saravia.
Los nacionalistas reivindicaban la justicia electoral independiente, el voto universal secreto masculino, la autonomía de los gobiernos departamentales y la representación proporcional en la cámaras legislativas, entre sus principales luchas políticas e institucionales. El presidente Batlle estaba en contra de los principios acordados en el Pacto de la Cruz de 1897, y el acuerdo transitorio de 1903, Pacto de Nico Pérez, fue una mera espera para potenciar el Ejército tanto como fuera posible para imponer su voluntad y terminar con las seis jefaturas políticas nacionalistas o blancas departamentales, acordadas por el Pacto de la Cruz, y tener el control territorial total. Batlle consideraba que ese pacto violaba la potestades del Poder Ejecutivo.
Esas fueron las causas reales de un enfrentamiento inevitable, que tendría lugar tarde o temprano en los campos de batalla por haber dos visiones diferentes político-institucionales de la República a nivel nacional y departamental.
La guerra se inició el 5 de enero de 1904, con el mensaje de Batlle a la Asamblea General comunicando el estado de guerra en el país por el alzamiento del general Saravia y el ejército nacionalista dada la presencia de regimientos del Ejército enviados por Batlle a Rivera, lo que violaba el espíritu del Pacto de Nico Pérez por ser una jefatura política del Partido Nacional en ese momento. La guerra se extendería hasta setiembre de 1904. Se movilizaron grandes fuerzas de combatientes por ambos bandos.
El gobierno movilizó un total de 30.000 hombres bien equipados, con artillería de origen francés y alemán, con fusiles de origen belga y franceses, modernos, y ametralladoras francesas. Los revolucionarios nacionalistas armaron un ejército menor en número, de unos 18.000, del interior de la República en su inmensa mayoría, con menos armamento, pero con una gran cantidad de caballos y un gran espíritu de lucha por un ideal superior que le daba el comando del general Saravia, una figura y un liderazgo romántico y mítico, inspirador de sus combatientes, transmitiendo coraje y protección al mismo tiempo en los duras y sangrientas batallas y combates, como Mansavillagra, Fray Marcos, Paso del Parque y Tupambae.
Finalmente, el 1º de setiembre de 1904 se produjo la Batalla de Masolller. Al otro día, Saravia fue herido de gravedad al comandar las operaciones recorriendo las líneas de ataque que les eran muy favorables a los nacionalistas. Su caída en combate afectó las operaciones de los suyos y fue llevado por médicos a una estancia cercana en Brasil para su mejor asistencia. Las graves heridas provocaron la muerte de Saravia en 10 de setiembre de 1904. La revolución llegaba a su final. La moral de los blancos para seguir luchando sin su caudillo indiscutido fue un factor determinante para dejar de combatir y buscar un acuerdo de paz con el gobierno de Batlle.
El 24 de setiembre se aceptó por los nacionalistas en Aceguá la propuesta de paz del presidente Batlle, reconocido después por el Directorio del Partido Nacional, el 5 de octubre, desde su sede de guerra en Buenos Aires, donde funcionaba.
El 15 de octubre fueron comunicadas a la Asamblea General las bases de la Paz de Aceguá, estableciendo los siguientes principios:
1. Amnistía general.
2. Legalidad electoral dependiendo de acuerdos de las deliberaciones de las comisiones directivas de los partidos.
3. Levantamiento de las interdicciones.
4. Acatamiento a la autoridad legal de las fuerzas levantadas en armas.
5. Entrega real y efectiva por esas fuerzas de todas sus armas y parques al señor coronel Galarza.
6. Incorporación al Ejército de todos los jefes y oficiales amnistiados.
7. Una comisión mixta nombrada de acuerdo por el gobierno y los insurrectos distribuiría la suma de cien mil pesos entre los jefes, oficiales y soldados de las fuerzas rebeldes.
8. El gobierno incluiría entre los asuntos de las sesiones extraordinarias la reforma de la Constitución, quedando el Poder Legislativo en completa libertad para decretar o no, y a sancionar en primer caso las reformas que juzgara más convenientes.
9. No serían perseguidos como autores de delitos comunes que han cobrado impuestos por cuenta de la insurrección.
Los principios establecidos por la Paz de Aceguá se integraron a la Constitución de 1918, como ser la justicia electoral independiente, el voto universal secreto masculino, la autonomía de los gobiernos departamentales y su elección directa por el cuerpo electoral de cada departamento de la República, así como la representación proporcional en las cámaras del Poder Legislativo.
Historias del honor militar, la piedad cristiana y la amistad de Herrera y Manini
En el comienzo de la revolución saravista de 1904, en la Escuela Militar se dio un hecho muy trascendente y único en su historia. Su director, el coronel Gregorio Lamas, oficial de carrera de gran prestigio profesional que había hecho sus estudios superiores de Estado Mayor en Francia, era nacionalista, primo hermano del fallecido en un accidente al caerse del caballo, el ilustre coronel Diego Lamas, un héroe del Partido Nacional de la Revolución de 1897 y oficial de prestigio que hizo su carrera profesional por razones políticas en el Ejército argentino, con autorización especial de licencia que le permitió comandar exitosamente la Batalla de Tres Árboles y una columna del Ejercito del general Saravia.
El coronel Gregorio Lamas, fiel a su tradición y principios, formó a toda la Escuela Militar en la Plaza de Armas y expresó lo siguiente:
“Caballeros, los que me quieran seguir, a mis oficiales y cadetes, me siguen y los que quieran quedarse lo pueden hacer, todos de acuerdo con sus convicciones”. A continuación se retiró de la Escuela Militar saludando a todos sus camaradas por igual y comunicó lo resuelto al mando superior, por una cuestión de honor. Acompañado de un grupo de oficiales y cadetes nacionalistas se incorporó al ejército nacionalista, donde sería el jefe del Estado Mayor del general Aparicio Saravia. El resto de los oficiales y cadetes se quedaron en la Escuela Militar, incorporándose al Ejército gubernamental. Fue un hecho histórico e inédito en la historia militar de la nación.
La piedad cristiana durante la Guerra Civil de 1904
Durante el desarrollo de la Guerra de 1904, el arzobispo de Montevideo de la época, monseñor Mariano Soler, se preocupó mucho por la asistencia sanitaria a los heridos de ambos bandos con un sentido cristiano, teniendo en cuenta que ambos ejércitos enfrentados tenían capellanes castrenses, por ejemplo Saravia era católico practicante y toda su familia, siempre tuvo un capellán en su Estado Mayor y la mayoría de los jefes, oficiales y tropas de ambos bandos eran católicos. Por esa razón, con la ayuda de distinguidas damas de la sociedad montevideana, se creó la Asociación de Damas Católicas de Asistencia o de enfermeras, o Cruz Roja de damas católicas, que recorrieron la campaña oriental asistiendo durante toda la guerra a los heridos de ambos bandos en los campos de batalla, habiendo cumplido un rol extraordinario de asistencia sanitaria y espiritual sin precedentes, en forma ejemplar hasta el final de la guerra en setiembre de 1904.
La relación política entre Herrera y Manini
Los doctores Luis Alberto de Herrera y Pedro Manini Ríos se conocieron muy jóvenes en las negociaciones políticas de la Paz de Aceguá, donde comenzaron una larga y profunda amistad, de respeto y admiración del sentido patriótico del uno por el otro, defensores ambos de las más nobles tradiciones republicanas y de los principios de los partidos históricos tradicionales o fundacionales, Nacional y Colorado. Fue una amistad que se extendió y profundizó con el tiempo, basada en el respeto y en la labor patriótica de servir a la nación con honor. Ambos líderes compartieron hechos trascendentes de la historia política del Uruguay en las décadas siguientes de los años 20, 30, 40 hasta 50, ocupando cargos de gobiernos muy importantes, tanto a nivel del Poder Ejecutivo, como a nivel diplomático o como senadores de la República.
Al fallecer el 4 de julio de 1958 el doctor Pedro Manini Ríos a los 79 años de edad –había nacido el 21 de setiembre de 1879, en Montevideo–, el doctor Luis Alberto de Herrera, miembro o consejero del Consejo Nacional de Gobierno, de acuerdo con la Constitución de 1952, expresó un muy sentido homenaje de despedida con un gran reconocimiento a la labor patriótica del Dr. Pedro Manini Ríos, en un discurso del 9 de julio de 1958, de donde recordamos lo siguiente:
“Llega hoy hasta la tumba de Pedro Manini Ríos el homenaje de este Poder del Estado, impuesto por la voluntad nacional. Fue un hijo eminente de la República. Nos golpea hoy su deplorable ausencia, cuando todavía estaba destinado a prestarle grandes servicios. En la hora del consejo y de la decisión, su voz de prócer marcaba rumbos. Gran pérdida para el patriotismo. Con pena y emoción de amigo, me inclino ante su alta memoria”.
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