Todo poder estructurado de manera piramidal se basa en una red de consensos moleculares, pero es preciso distinguir entre los consensos que permiten la expansión de formas macroscópicas de control y aquellas formas de consenso que satisfacen en cambio un ritmo que llamamos biológico, y que están infinitamente más acá de la constitución de relaciones de poder propiamente dichas.
Pongamos dos ejemplos. Un Estado moderno logra que sus ciudadanos paguen los impuestos, no a través de la imposición de una fuerza de la cúspide, sino a través del consenso. El consenso nace del hecho de que los miembros del grupo han aceptado la idea de que ciertos gastos colectivos (por ejemplo: ¿Quién paga los bocadillos para la excursión dominical?) se reparten colectivamente (respuesta: Los bocadillos los pagaremos a escote). Admitamos que esta costumbre de microconsenso sea equivocada: los bocadillos, pongamos, los debe pagar quien saca mayor utilidad de la excursión, o quien tiene más dinero. Si se destruye la base del microconsenso, entra en crisis la ideología sobre la que se basa el sistema impositivo.
Veamos ahora el segundo ejemplo. Supongamos un grupo de personas unido por determinadas relaciones. Entre estas personas rige la convención de que toda información dada por un miembro del grupo debe ser cierta. Si uno miente una vez, es reprobado por los demás (los ha engañado). Si miente habitualmente, será considerado no digno de crédito, y el grupo dejará de fiarse de él. En el caso extremo, el grupo se venga mintiéndole a su vez. Pero supongamos que la costumbre de no respetar la condición de decir la verdad se difunde y que cada uno miente a los demás. El grupo se deshace, comienza la guerra de todos contra todos.
Llegados a tal extremo, no se han destruido relaciones de poder, sino que se han destruido las condiciones de supervivencia del grupo. Cada uno se convierte a su vez en el engañador y la víctima. En un mundo de falsificadores, no se destruye el poder; a lo sumo se sustituye un detentador de poder por otro. La realidad, sin embargo, es menos novelesca. Ciertas formas de consenso son tan esenciales a la vida social que se reconstituyen contra cualquier intento de ponerlas en crisis.
Umberto Eco en “La falsificación y el consenso” (1978), trabajo publicado en el libro “La estrategia de la ilusión”
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