Es cierto que desde que el mundo es mundo hay muchas cosas opinables. Y también es verdad que podemos tener muchas dudas. Pero ¿podemos dudar de todo? ¿Podemos afirmar que todo es opinable? ¿Podemos negar la existencia de algunas certezas?
La verdad no existe, dicen. Pero si tienen que llamar un taxi, marcan en su celular el número del servicio de taxis, no el de la panadería; y si tienen que tomarse un ómnibus de transporte urbano, van a la parada del ómnibus más cercana: no una cuadra más acá o más allá. ¿Por qué? Porque saben que los ómnibus, no paran en cualquier esquina.
La verdad no existe, afirman. Pero si compraron un número de lotería que resultó premiado, van corriendo a cobrarlo, porque es verdad que, si lo presentan en la agencia correspondiente, van a recibir a cambio una buena suma de dinero.
La verdad no existe, sostienen. Pero si el profesor que está pasando lista y a Valls le dice Delacroix, o a Delacroix le dice Valls, ambos alumnos, sí o sí, corregirán al profesor. Y tendrán razón, porque no es verdad que Valls se apellide Delacroix, o que Delacroix se apellide Valls. La verdad es que cada uno lleva el apellido de la familia en la que nació.
La verdad no existe, piensan. Pero si son denunciados por un delito que no cometieron, harán lo posible por demostrar que tenían una coartada para el momento del crimen; o bien que por alguna siniestra razón el denunciante quiso atentar contra la buena fama y el honor del denunciado… En suma, un inocente denunciado falsamente dirá que la verdad es que el denunciante mintió.
La verdad no existe, creen. Pero si entran en una estación de servicio en un auto “naftero”, le ponen nafta, no gasoil. Y si entran en una camioneta diesel, le ponen gasoil, no nafta. Porque es verdad que los motores diesel, funcionan con gasoil, no con nafta, agua o alcohol. Ya lo dijo el gran sabio oriental Alberto Kesman, “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”: ¡verdaderamente!
La verdad no existe, repiten. Pero si el médico les dice que se tienen que operar porque de lo contrario corren peligro de muerte, salen disparando para el quirófano.
En suma, si es verdad que la Tierra gira alrededor del Sol, de nada vale que algunos defiendan el modelo geocénctrico. Si un animal tiene cuatro patas, cabeza de perro y ladra, entonces es un perro, no un hipopótamo, una jirafa o un ornitorrinco.
Es increíble advertir cómo en nuestro tiempo, son muchos los que cuestionan verdades grandes como un océano, mientras se apegan a lo que unos docentes más o menos ideologizados les enseñaron en la escuela, el liceo o la universidad. Dicen que no creen en los curas –cuando hay curas egresados de las universidades más prestigiosas del mundo–; y sin embargo, creen en tarotistas, astrólogos, youtubers, tik-tokers e influencers varios, capaces de decir las mayores insensateces. Eso sí: con cierta gracia y todo muy políticamente correcto. No creen en verdades irrefutables como que el sexo viene determinado por los genes (XX para las mujeres, XY para los varones); pero creen que puede haber hombres con vagina y mujeres con pene: de ahí al terraplanismo, hay solo un paso.
Creen que la filosofía y la antropología con que los adoctrinan desde el preescolar a la universidad es la única verdadera. ¡Eso sí que no admite discusión! Por supuesto, no son culpables. Nadie les enseñó que existe otra campana, denominada “filosofía realista”.
Tampoco admiten que se cuestione que todo es relativo, aunque de suyo, esa sea una afirmación absoluta. Sostienen con firmeza y arrogancia que no hay verdades objetivas, que no existe una ley natural y, menos aún, una naturaleza humana. Creen que todo es materia, que hay que seguir los sentimientos y que la idea de controlar los instintos con la razón es obsoleta. Interpretan el carpe diem como disfrutar de todos los placeres posibles mientras vivimos, porque algún día moriremos y ahí terminará todo…
Curiosamente, creen que todo esto es verdad, y al mismo tiempo, que es verdad que la verdad no existe. Se justifican afirmando que esta es “su verdad”, y que están dispuestos a escuchar otras campanas. Ahora bien, basta que alguien haga sonar una campana políticamente incorrecta para que pierdan la calma. Hoy, son legión los que claman “tolerancia”, pero no admiten la menor discrepancia.
Ya lo dijo el gran Antonio Machado: “¿Tu verdad? No, la verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”.
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