Volver a leer El nuevo Estado industrial (John K. Galbraith, 1967), seis décadas después de su primera publicación, me ha permitido comprobar hasta qué punto la teoría económica se ha venido alejando de la realidad desde los años ´60. El Nuevo Estado Industrial (en adelante, NEI) describía la estructura real de una economía industrial moderna. Esta no tiene nada que ver con la visión de Alfred Marshall de una economía de mercado, en la que una multitud de pequeñas empresas emprendedoras vendían bienes homogéneos directamente a consumidores en mercados anónimos y en la que los precios se fijaban por la intersección de la oferta y la demanda. En su lugar, la economía está dominada por grandes empresas, que a su vez están dirigidas por una “tecnoestructura” burocrática –término acuñado por Galbraith– que intenta controlarlo todo, desde los costos de los insumos hasta la demanda final de los consumidores, que ellos mismos manipulan a través del marketing. Los precios son controlados mediante contratos a largo plazo, y la única fuente de inestabilidad en los mismos surge por un lado de las demandas salariales, por otro de los avatares de la producción agrícola y energética. Esta era la realidad de mediados de los años 60 sobre la que Galbraith comentaba. En esa época, Galbraith confiaba en que la realidad desbancaría a la fantasía marshalliana de las curvas de oferta y demanda que dominaba hasta entonces a la teoría económica.
¡Una gran oportunidad! El optimismo de Galbraith sobre su profesión de economista era infundado: ante el choque entre realidad y teoría, la corriente económica dominante elevó la teoría por encima de los incómodos hechos del mundo real. Los principales cambios en el mundo real desde la época de Galbraith han sido el aplastamiento de los sindicatos, eliminando en gran medida la capacidad de los trabajadores para negociar aumentos salariales, el desarrollo de la globalización, creando cadenas de suministro alargadas y extremadamente frágiles, con gran parte de la producción deslocalizada para sustituir fábricas estadounidenses, y la financiarización de casi todo. Pero la “tecnoestructura” sigue al mando, y las realidades de la producción, la gestión y la comercialización son las mismas que observó a mediados de los años 60.
Nada de este realismo se ha filtrado hacia la teoría económica. Galbraith obtuvo su conocimiento de la naturaleza real de la gestión del capitalismo industrial a partir de la simple observación y, sobre todo, participando en los esfuerzos de aprovisionamiento y control de precios durante la Segunda Guerra Mundial. En la década de 1990, el economista Alan Blinder llegó a conclusiones similares como resultado de una encuesta muy detallada de empresas estadounidenses con ventas superiores a US$ 10 millones al año. Las respuestas recibidas por Blinder dieron vuelta todo en la economía convencional, tal como había ocurrido el libro de Galbraith 30 años antes. En efecto, las empresas se enfrentan a costos marginales decrecientes, no a los costos marginales crecientes supuestos por la teoría económica. Más del 70% de su producción se vende a otras empresas, no a los consumidores finales. Además, los precios de los bienes industriales están sujetos a contratos a largo plazo y rara vez experimentan modificaciones. Palabra por palabra, la encuesta reproducía la visión del sector empresarial que había sido expuesta por Galbraith. El propio Blinder observó que “la noticia tremendamente mala aquí (para la teoría económica) es que, aparentemente, sólo el 11% del PIB se produce en condiciones de costo marginal creciente”, y que “sus respuestas retratan una imagen de la estructura de costos de una empresa típica que es muy diferente de la inmortalizada en los libros de texto”. El mundo real es una “pésima noticia” para la teoría económica porque, con costos marginales decrecientes, la curva de oferta de los libros de texto no existe: la producción de las empresas no se ve limitada por el aumento de los costos, sino que cualquier empresa que se asegure una mayor cuota de mercado también se asegura una mayor ganancia. El pulcro equilibrio del libro de texto así se sustituye por una lucha evolutiva por la supervivencia y el predominio. Ni una sola palabra de esta realidad logró ingresar a textos de economía. Incluso el propio libro de texto del propio Blinder (Baumol y Blinder 2015) supone que el modelo de Marshall es acertado, a pesar de su propia conclusión de que los resultados de su encuesta eran “abrumadoramente malas noticias (para la teoría económica)”.
Por consiguiente, el libro de Galbraith sigue siendo pertinente como descripción de la realidad económica, pero su optimismo de que su visión realista sustituiría a las fantasías de los libros de texto probó ser infundado. La principal diferencia entre el Estado industrial descrito por Galbraith y el Estado digital (y financiero) en el que vivimos hoy es la importancia de los efectos de red para la economía digital. Los bienes producidos por las empresas consideradas por Galbraith no dependían de la aceptación generalizada de los consumidores. El Nuevo Estado Industrial condujo al dominio de megacorporaciones (como Ford, General Electric e IBM), pero su dominio no significaba que las empresas rivales (como General Motors, Westinghouse y Burroughs) no pudieran alcanzar una cuota de mercado. Sin embargo, en el Estado Digital actual es casi imposible que un rival de Facebook alcance masa crítica, porque Facebook ya tiene esa masa crítica. Esto hace que el Estado Digital sea mucho más una competición al todo o nada que el Nuevo Estado Industrial de mediados de la década de 1960.
Steve Keen, profesor de economía de la Universidad de Western Sidney, Australia.
Algunas frases famosas de Galbraith
- “El conservador moderno está embarcado en uno de los ejercicios de filosofía moral más antiguos del hombre; esto es, la búsqueda de una justificación moral superior para su egoísmo”
- “Me preocupa nuestra tendencia a invertir demasiado en cosas y poco en las personas”
- “Si le das suficiente avena al caballo, algunos granos pasarán a alimentar a los gorriones (refiriéndose a la economía del ‘derrame’)”
- “El sentido de la responsabilidad en la comunidad financiera para con la sociedad en su conjunto no es pequeño. Es casi nulo”
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