En tiempos de Aristóteles no existían las redes sociales. Las interacciones sociales eran cara a cara, sin intermediación de la tecnología. Pero el trío de virtudes que Aristóteles invocaba para las relaciones sociales –y sus correspondientes vicios– capta perfectamente el panorama del buen o mal comportamiento humano en las redes sociales modernas. ¿Dices la verdad sobre ti mismo o eres un fanfarrón? En el ejemplo de Aristóteles, se puede ser un fanfarrón vistiendo como un espartano si no se lleva un estilo de vida espartano. Es una versión del siglo IV A.C. de la señalización de la virtud. ¿Su página de Instagram da la impresión de que su vida es más glamorosa, su ropa más elegante o sus hijos más preparados de lo que realmente son? Se trata de un alarde mediado por la tecnología, pero no deja de ser un alarde al final de cuentas.
Aunque la tecnología ha ampliado las oportunidades de relacionarnos con otras personas, nuestra incesante preocupación por cómo nos perciben los demás no ha variado. Aunque no estemos compitiendo conscientemente por una posición, somos conscientes en algún grado del nivel de estima o consideración que los demás tienen de nosotros. Un fanfarrón es alguien que trata de obtener más estima de la que le merecen los hechos: el vicio del exceso, según la terminología de Aristóteles. Pero tampoco es bueno menospreciarse a uno mismo, fingiendo tener menos éxito del que se tiene. Ese sería el respectivo vicio de deficiencia.
Evitar estos dos extremos es una cuestión delicada, que requiere juicio y discernimiento. No se trata simplemente de no decir mentiras, ya que doy por descontado que todo lo que aparece en su feed de Instagram es verdad. El problema es que omite algunas verdades menos halagüeñas, si es usted un fanfarrón, o algunas verdades halagüeñas, si tiene el vicio contrario. Tampoco puede simplemente seguir una política de sinceridad total: compartir más de la cuenta es otro vicio del exceso. No es fácil ser bueno y los avances tecnológicos no ayudan. La segunda virtud social del trío es el sentido del humor. No hace falta ser un experto en contar chistes para tener esta virtud. Lo que se necesita son filtros apropiados sobre lo que se va a bromear o cómo se va a responder cuando otra persona ha contado un chiste ofensivo o indecente. Las bromas del tipo que Aristóteles tiene en mente (skōptein) son transgresoras, incluso a cierto nivel abusivas: una broma a costa de alguien. Bromear sobre alguien es lo contrario de tomarlo en serio o tratarlo con respeto. Por lo tanto, cuando uno se ríe de un chiste, en cierto sentido está disfrutando de un ataque (o un menosprecio) a otra persona.
Descrito en estos términos, bromear suena como una actividad antisocial, pero Aristóteles lo reconoce como uno de los placeres que obtenemos de la compañía de los demás. Aunque la sociedad es fundamentalmente un proyecto cooperativo que depende de un cierto nivel de respeto mutuo, Aristóteles reconoce que hay un elemento de confrontación en la textura de las relaciones sociales, incluso en las más sanas. Por supuesto, esto puede llevarse al extremo: hay bromas que son inapropiadas por su contenido, su objeto, su ocasión y su público. Por eso Aristóteles dice que hay una virtud en este terreno, así como todo tipo de formas en que una persona puede equivocarse. Y las redes sociales no hacen sino aumentar nuestra exposición a este riesgo. Las redes sociales también amplifican lo que está en juego en la última virtud social del trío de Aristóteles, a veces llamada amabilidad. Aristóteles nos dice que esta virtud se refiere a cómo nos relacionamos (homilein) con otras personas en contextos sociales, utilizando un verbo que también puede utilizarse para describir el enfrentamiento con un enemigo en la batalla. Algunos matices de este último significado son válidos incluso en su aplicación a contextos sociales, evocando el toma y daca de la conversación y otras actividades de grupo informales. A veces, lo que decimos o hacemos encuentra apoyo y aprobación (lo que nos gusta), pero otras veces recibimos el rechazo o la oposición de los demás (algo que nos resulta desagradable). Los “me gusta” en las redes sociales o la participación en un “pile-on” en Twitter son versiones tecnológicamente amplificadas de estas dos respuestas, que nos permiten transmitir aprobación y desaprobación a distancia, a menudo de forma anónima y a gran escala. Pero la psicología humana subyacente que responde a este tratamiento sigue siendo la misma: nos agrada que los demás nos aprueben y la desaprobación nos resulta desagradable.
Según Aristóteles, debemos preocuparnos por ser amables y agradables con los demás y por evitarles el dolor, pero en este empeño pueden producirse tanto excesos como deficiencias. Somos considerados si hacemos todo lo posible por “alabar todo [lo que dice la otra persona]… y no objetar nada”, y desagradables si “nos oponemos a todo”. Una persona virtuosa se mantendrá en un término medio entre estos dos extremos y se congraciará con la otra persona, o se opondrá a ella, según lo que sea apropiado a cada circunstancia. Ahora bien, encontrar el equilibrio entre ser “demasiado amistoso” o no lo suficiente no siempre es fácil, y lo mismo ocurre con saber cómo responder a un chiste ofensivo y cómo evitar un comportamiento engreído. Estas preocupaciones también se entrecruzan entre sí de forma complicada, ya que negarse a reírse del chiste de alguien puede resultar desagradable para quien lo cuenta, y tomar la iniciativa de denunciar una ofensa, o hacerlo de forma pública e inapropiada, puede ser en sí mismo una forma de engrandecerse a sí mismo y, por tanto, una forma de alardear (“señalización de virtudes”). Participar en la justicia popular, aunque tenga lugar en Internet, puede ser en sí mismo un acto de injusticia.
La moraleja aristotélica es que para aprobar o desaprobar adecuadamente a los conciudadanos hace falta algo más que una simple “brújula moral”. Se necesita un nivel significativo de autoconocimiento, discernimiento y juicio. El nombre que Aristóteles da a esta constelación de virtudes cognitivas es phronesis, que se puede traducir como “buen juicio”. Una doctrina famosa de la teoría aristotélica de la virtud es que no se es una buena persona a menos que ejerza el buen juicio.
Susan Sauvé Meyer es catedrática de Filosofía en la Universidad de Pensilvania y especialista en filosofía griega y romana. Entre sus libros destacan Ancient Ethics: An Introduction y Aristotle on Moral Responsibility. Más de 100.000 personas de todo el mundo se han matriculado en sus cursos en línea de libre acceso sobre filosofía antigua.
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