Así como el mundo antiguo estaba signado por la creencia de los hombres en distintos dioses, y el occidente cristiano, por la creencia en un solo Dios, Uno y Trino, el mundo actual, luego del paulatino olvido o rechazo de Dios, está signado por la creencia en las más diversas ideologías.
Cuando el Enciclopedismo ilustrado partió la realidad en materias, la educación empezó a especializarse y dejó de ser integral. Luego, vinieron el positivismo y el evolucionismo radical; más tarde, el liberalismo, el capitalismo y el marxismo, con toda su carga de ingeniería social.
A fines del siglo XVIII surgieron los nacionalismos y a fines del siglo XIX, el feminismo. Entre la segunda mitad del siglo XX y la primera del siglo XXI aparecieron en escena la revolución sexual, la ideología de género y el ecologismo antinatalista. Con ellos, llegó la era de la posverdad y de la corrección política totalitaria y woke, en la que estamos sumergidos.
Como si esto fuera poco, desde los tiempos de Guillermo de Ockham (padre del nominalismo moderno) vienen “in crescendo” el subjetivismo y el relativismo, teorías que, en tanto negadoras de una la moral objetiva, subyacen de algún modo en prácticamente todas las ideologías.
Ante esta brutal embestida ideológica, la gran pregunta que se hacen los padres de familia es ¿cómo inmunizar a sus hijos para evitar que caigan en sus redes? Pensamos que hay cinco armas fundamentales hay para defender la libertad de los chicos.
La primera arma es huir: es necesario apartarnos lo más posible de todas esas ideologías. ¿Cómo? Apagando la tele; apagando o usando (los padres) mínimamente el celular en casa; retrasando (en los chicos) el uso de celulares en particular y de pantallas en general, por lo menos hasta que sean adolescentes; y cuidando mucho con quién se relacionan los chicos. ¿Qué hacer con el tiempo que hoy se destina a las pantallas? Usarlo para leer, para jugar, para conversar, para rezar…
La segunda es hacer lo posible y lo imposible por fortalecer el matrimonio. El mejor antídoto para cualquier ideología son las familias estables, fuertes, integradas por el padre, la madre y los hijos. Lo mejor para los hijos, es que con cierta frecuencia sus padres se tomen su tiempo para disfrutar de su relación de pareja. Los chicos se dan cuenta de todo, y serán tan felices como sus padres lo sean. Si sus padres son fuertes, capaces de enfrentar todas las dificultades de la vida con paciencia, alegría y buen humor, sus hijos tenderán a imitarlos. El amor, la alegría y la fe se enseñan y se aprenden más a través del ejemplo que de palabras bonitas.
Lo tercera arma es brindar a los hijos una buena educación académica, moral y religiosa. Buscar un colegio donde se enseñen los mismos principios y virtudes que los padres procuran inculcar a sus hijos, o directamente, educarlos en casa. Por supuesto que esto no es para todos, pero aunque algunos lo nieguen por razones ideológicas la Constitución y la ley de educación habilitan esta alternativa.
En cualquier caso, la educación “no formal” que los chicos reciban en casa, de padres que luchan día a día por vivir lo más virtuosamente posible es clave. Esa es la educación que hace de los hijos personas educadas, amables, responsables, trabajadoras, puntuales… si sus padres lo son, claro.
La cuarta arma es el trabajo. Los padres, deben ser los primeros en enseñar a sus hijos a trabajar. ¿Cómo? Asignándoles pequeños encargos: tender la cama, ayudar a poner y levantar la mesa, a barrer, a ordenar su habitación. Gracias a estas enseñanzas, los chicos no solo ayudarán a hacer de la casa de sus padres un hogar limpio y agradable en el que estar, sino, sobre todo, adquirirán las virtudes del orden y la limpieza, y aprenderán a valorar lo conseguido con su propio esfuerzo, y el trabajo de los demás: sobre todo de sus padres.
La quinta arma consiste en poner los medios para que desarrollen su identidad de forma plena. Para ello, no sólo deben tener claro de dónde vienen –el origen y la historia de su familia–, sino la historia de su patria, sus tradiciones, su folclore, quiénes fueron sus próceres, a qué tradición cultural, a qué cosmovisión, a qué religión pertenecen ellos, sus padres, sus abuelos…
Puede que estas armas no sean suficientes. Pero quizá permitan a los adultos del mañana pasar el testigo, o morir peleando por el bien, la belleza y la verdad: ¡no es poca cosa!
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