La semana pasada se desarrolló en Egipto la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático 2022, conocida como COP27. La edición anterior, con Glasgow como sede, había tenido lugar a escasos tres meses de la guerra de Rusia con Ucrania. Occidente se comportaba todavía como si el mundo fuera un gran kumbayá. Solo que, en lugar de las melodías de protesta de Joan Baez, en estos tiempos veníamos sobrellevando los bien financiados rezongos de Greta Thunberg.
Hasta el año pasado los gobiernos parecían obedecer pasivamente los vientos de Davos, asumiendo de forma alborozada compromisos que iban claramente en contra de sus intereses nacionales. Europa se inmolaba, comprometiéndose a sustituir carbón, gas natural y energía nuclear por costosas energías renovables, e imponiendo fuertes incrementos de costos a su producción industrial. Para no quedar fuera de las “reglas de juego”, Uruguay hacía su parte y firmaría su compromiso de reducir un 30% las emisiones de gas metano para 2030, una restricción nada trivial para nuestra producción ganadera.
La gran ventaja de Woodstock es que en su momento los creadores no repitieron el evento. Además de Joan Baez, este logró atraer a grandes artistas como los británicos The Who, al estadounidense Jimmy Hendrix y al mexicano Carlos Santana, por más que también había que sufrir un rato los alaridos de Janis Joplin y otros desquiciados.
Desafortunadamente no ocurre lo mismo con esta gran parodia en que se han convertido las COP. Para empezar, Greta Thunberg, la estrella principal, le dio la espalda al evento, aduciendo que se había convertido en un “foro de maquillaje verde”. La adolescente sueca prefirió quedarse a promocionar su recientemente publicado “Libro del clima”, una especie de Libro Rojo de Mao con el cual pretende “movilizar miles de millones” de personas.
Los participantes, la mayoría de los cuales llegaron en jets privados –en total unos 800, evidenciando que el transporte público está reservado para los “deplorables”–, protestaron al llegar al sentir olor a excremento, la fuente más antigua de energía renovable. Resulta que se había roto un caño cerca del lugar de conferencias, algo que probablemente en sus vidas nunca habían tenido que experimentar.
El clímax de la conferencia fue sin lugar a dudas el entrañable abrazo entre Nicolás Maduro y Emanuel Macron, imagen muy difícil de comprender sin considerar que, como resultado del conflicto en Ucrania, Rusia ha interrumpido significativamente sus exportaciones de gas a Europa. Se viene el frío del invierno y el presidente francés optó por enlazarse con el calor caribeño ofrecido el primer mandatario venezolano. Daría la impresión que Maduro dejó tan revigorizado a Macron que este último declaró unos días después en Bangkok que “el mundo necesita un orden global único”. Ante declaraciones como estas, claramente los americanos tenemos cosas más importantes de que preocuparnos que seguirle el tren a Bruselas con los estándares ESG, el hidrógeno verde y las hamburguesas de hormigas.
La contracara de este renovado amor por el presidente Maduro es el abrupto cambio de fortuna de Luis Almagro, quien se ha convertido en una presencia incómoda en la OEA desde que Occidente necesitó del petróleo venezolano. El único error de Almagro fue creer que el problema con la nación caribeña era por principios. Bastó el miedo a un invierno sin calefacción para que los sistemas políticos europeos hicieran gala de ese pragmatismo que permitió a sus antecesores decimonónicos colonizar y controlar el mundo con unas pocas tropas; las suficientes para provocar conflictos entre las poblaciones locales, ese arte desarrollado a la perfección en África.
El tan reverenciado mercado venía también haciendo mella con algunos de los dislates preferidos de la claque davosiana. En efecto, el precio de las acciones de Beyond Meat, uno de los fabricantes de sustitutos de carne, se desplomó más de 80% en lo que va del año, siguiendo una tendencia asintótica hacia cero. Todavía recordamos que autoridades del Ministerio de Ganadería debieron recibir una misión de un grupo de alcahuetes de Bill Gates a “inspeccionar” nuestro modo de producción ganadero. Como si no tuviéramos otras preocupaciones que atender.
Más allá de los malos olores que ofendieron las sensibilidades de la izquierda caviar que pulula por las COP –en Woodstock eran más “resilientes”–, el encuentro exhibió mayor pragmatismo que el anterior, algo que Greta seguramente se sospechaba. En efecto, primaron las realidades geopolíticas y, al momento de firmar, se “coló” una cláusula que incluye a las “energías de bajas emisiones” como parte de la “solución” al problema del cambio climático, refiriéndose claramente al gas natural y a la energía nuclear.
Desde estas páginas de La Mañana venimos desde hace tiempo llamando la atención sobre el viraje que ha dado el mundo en lo que respecta a la matriz energética. En función de ello nos preguntamos si no convendría intentar conversar con nuestros hermanos argentinos sobre algún posible acuerdo de abastecimiento de gas natural. Preferimos soñar con un pequeño polo petroquímico que podría abastecer a la región de fertilizantes estratégicos, que con las modas impuestas por los europeos. Los mismos que hoy se abrazan con Maduro sin habernos avisado que habían dado un giro de 180 grados.
TE PUEDE INTERESAR