La deuda pública concita considerable atención por parte del gobierno, que debe gestionar un nivel de endeudamiento que supera al PBI –en proporción- al que se observaba con anterioridad a la crisis de 2002. Una economía ya bastante estancada desde antes de la pandemia y un déficit fiscal del orden del 5% justifican sin dudas un manejo muy cauteloso por parte de las actuales autoridades económicas. Esto se ve reflejado en el tiempo que dedican autoridades, analistas y medios a discutir la “sostenibilidad” de la deuda.
En comparación, es relativamente escaso el tiempo que se dedica a analizar el problema de endeudamiento que aqueja a las empresas privadas. Las estadísticas del BCU en los últimos años evidencian una sostenida contracción del crédito bancario a la industria, al mismo tiempo que estas se fueron descapitalizando como consecuencia de pérdidas acumuladas. En estas circunstancias, muchas de ellas recurrieron a aumentar su financiamiento con proveedores. La contrapartida es que las volvió más dependientes de sus relaciones comerciales, comprometiendo aún más sus ya reducidos márgenes de ganancia.
Lo cierto es que la solvencia de los sectores público y privado está relacionada, ya que no se puede concebir unas finanzas públicas sanas con empresas fundidas.
De hecho, la capacidad de repago de la deuda pública depende fundamentalmente de la tasa de crecimiento económico. Con mayor crecimiento se licúa el stock de deuda nominal y el consecuente aumento de la recaudación permite reducir el déficit fiscal y en consecuencia, la tasa de crecimiento de la deuda.
Debería resultar evidente que ese crecimiento económico solo puede venir de la mano de empresas privadas pujantes, con balances solventes que les permitan invertir para aumentar la producción exportable del país. Como resultado de las exportaciones, estas empresas venden dólares y el Estado los adquiere para hacer frente al servicio de la deuda.
La situación del endeudamiento privado es variada. Si bien no existen estadísticas que permitan cuantificar con exactitud el problema, resulta bastante evidente que existe un importante número de empresas que arrastran problemas de deuda que limitan su capacidad de operar normalmente, mucho menos hacer las inversiones necesarias para crecer. Y sin crecimiento de exportaciones no será posible generar los dólares necesarios para asegurar la solvencia del sector público.
¿Qué se puede hacer para resolver el problema de las deudas privadas? Los economistas saben que cuando existen problemas de sobreendeudamiento privado, la solución adecuada es la restructuración de deudas. El problema es que los mecanismos legales para hacerlo son lentos y costosos, estigmatizando a las empresas que los utilizan. Esto hace que los empresarios se resistan a tomar medidas hasta el momento en el cual la caída de la empresa resulta inevitable, lo que no constituye una buena estrategia para proteger su valor.
Concretamente, las empresas agroindustriales han acumulado deudas con bancos y proveedores como resultado de años de atraso cambiario, efecto que si bien fue menos visible que la pandemia, resulto ser bastante más dañino. Muchas empresas han logrado mantenerse viables y solventes, pero otras sufren hasta hoy las consecuencias de políticas macroeconómicas que penalizaron la producción exportable. En el otro extremo del espectro se encuentran empresas que desafortunadamente resultan inviables y están destinadas a desaparecer.
Pero entre estos dos extremos existe una amplia franja de empresas que a pesar de ser económicamente viables, su solvencia quedó seriamente dañada por los años de atraso cambiario y pérdidas acumuladas que obligaron a los empresarios a aumentar su endeudamiento para mantenerse vivos.
La literatura económica llama a este problema “overhang” de deuda, refiriéndose a la situación en que un exceso de deuda anterior desestimula a las empresas a emprender nuevas inversiones. Esto se produce porque un empresario cuyo futuro depende de la voluntad de los acreedores en renovarle la deuda no va a tener la confianza suficiente para arriesgarse a invertir.
Esto resulta problemático ya que sin inversión privada no crecerá la economía ni se generarán nuevos empleos. No es momento de soñar con la “creación destructiva” o la economía del “emprendedurismo”. Es momento de poner los pies sobre la tierra y preservar empresas que llevaron décadas en formarse y consolidarse. Una vez que la economía esté recuperada, tendremos tiempo en pensar en la economía del futuro. Ahora es momento de preservar la actual.
Esta lógica es la que domina la acción de los países desarrollados, que apoyan financieramente (¿rescatan?) desde aerolíneas hasta fabricantes de autos con motores a… nafta. Frente a la magnitud del desafío, estos países están demostrando saber dejar de lado las mismas ideas teóricas que hasta hace relativamente poco defendían con celo religioso; hasta que la crisis no les tocó a ellos y a sus trabajadores votantes.
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