La pretensión de encuadrar las ideas y las expresiones políticas en categorías más o menos geométricas, como izquierda, centro, derecha (con sus connotaciones de extrema o de ultra), es un falaz recurso dialéctico, que no por muy difundido, conduce menos a engaño. La vida del hombre como animal político es lo suficientemente compleja como para no admitir ser aprisionada en moldes rígidos y artificiales.
Hay que analizarla con las reglas de la biología, cuyo cometido es estudiar la dinámica funcional de los seres vivos. A diferencia de la física, esta disciplina no ha logrado aún crear un sistema que obedezca a leyes inmutables, como las descritas por la matemática. Con sensato realismo debemos admitir en este terreno que dos y dos casi nunca son cuatro…
A las agrupaciones de izquierda en nuestro país, en sus comienzos se las denominaba partidos de ideas. Desde la fundación del Partido Socialista por el ex-colorado Emilio Frugoni, siguiendo con la fundación en 1920 del Partido Comunista como una fracción escindida del mismo que se adhirió a la Tercera Internacional. En este último partido se fue afianzando rápidamente el liderazgo de una singular figura proveniente de Minas, peluquero de profesión, Eugenio Gómez. De modales calmos y medidos, despertaba cierta curiosidad en destacados políticos de aquel entonces (Manini y Arena entre otros) que acudían a su peluquería en la zona portuaria, cuando aún no había irrumpido en la actividad política, ya sea a afeitarse o cortarse el pelo, como pretexto para informarse de las novedades que traían los barcos y sus marineros y también para actualizarse en los temas laborales de aquellas agitadas dársenas.
Ambos partidos, aunque en sus comienzos conformaban agrupaciones políticas minoritarias, a pesar de sus discrepancias ideológicas, cada uno por su lado, se manejaron con mucha prudencia y fueron creciendo lenta pero sostenidamente. No era fácil competir en reivindicaciones con el Uruguay robustamente cimentado en aquellas sólidas bases sociales con que lo posicionó Batlle, Arena y Manini.
Gómez logró en 1926 una banca de diputado en la cual fue reelecto en el 29 y 32, la que perdió momentáneamente en marzo de 1933 con motivo del golpe de estado, pero no pasaron los tres meses que la recuperó en calidad de constituyente. Junto a Emilio Frugoni y Joaquín Secco Illa de la Unión Cívica, colaboraron activamente en la redacción de la nueva Carta Magna aprobada por la inmensa mayoría de la ciudadanía, cuyas partes esenciales mantienen plena vigencia hasta el día de hoy. Mantuvo el control del PCU con mano firme, hasta que desde Moscú soplaron otros vientos y fue sustituido por otro hombre del interior, Rodney Arismendi, originario de Río Branco a partir de 1955.
Mientras Uruguay mantuvo políticas de estado preocupadas en la creación de fuentes de trabajo, para acompañar el crecimiento natural de la población, aun excediéndose en el criterio de la sustitución de importaciones, no se le permitía crecer a los partidos de izquierda, cuantitativamente hablando.
La irrupción pesada de los mismos y de sus ideas se dio en la década del sesenta de la mano de dos fenómenos: Uno interno marcado por un abrupto cambio de rumbo socio-económico con la llamada reforma cambiaria y monetaria.
Y el otro fue un fenómeno internacional que generó una importante expectativa -sobre todo en la juventud- la Revolución Cubana.
Su líder Fidel Castro fue generosamente promocionado por los más importantes medio de prensa mundial incluyendo los de EE.UU. (Revista Life entre otros).
Y es a partir de esta década que irrumpe una izquierda desdeñosa de las reglas del juego electoral, que comenzó calificando a las libertades públicas de “prejuicios burgueses” y haciendo un llamado al asalto violento del poder.
Por esa tendencia del ser humano a la arbitrariedad, no se ha destacado un hecho relevante en esa escalada de soberbia revolucionaria. En la Conferencia de OLAS en la Habana de 1967 el único grupo que se plantó firme a Castro y se opuso a la teoría del “Foco armado” fue Rodney Arismendi. El mejor testimonio lo dio una foto que lo mostraba de elegante traje en medio del frenesí de las camisas verde oliva, displicente, con los brazos cruzados sin aplaudir el mesiánico mensaje de apertura a la violencia armada.
Pero con Foco o sin él, las plataformas de las izquierdas, giraban en torno a la temática social que siempre caló hondo en el alma de los jóvenes, agregado a un profundo nacionalismo latinoamericano. Eso si, sin acusar ningún cargo de conciencia por los por los confinados en los “Goulags”.
Hoy soplan otros vientos y las consignas de la izquierda (indiferenciadas de las burguesas) arriman agua al molino de la demolición biológica de aquella juventud imbuida de arielismo y con voluntad de superación.
Un laureado académico argentino recientemente desaparecido, el filósofo Alberto Caturelli, afirmaba con desideologizada sensatez que “han existido en Iberoamérica pensadores que, sin renunciar a la tradición histórica y asumiéndola en su integralidad, han sido capaces de comenzar a pensar desde sí mismos, ya los problemas universales de todo hombre, ya los problemas de su propia situación concreta…”. Ese es el curso por el que han fluido los enfoques de escritores de la talla de José Enrique Rodó, del argentino Manuel Ugarte, del mexicano José Vasconcelos, para solo citar a tres gigantes del pensamiento americanista bien entendido, que a más de cien años conserva plena vigencia.
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