Después de la muerte de Charles de Gaulle, ocurrida el 9 de noviembre de 1970, dijo Raymond Aron que la derecha se quedó con la economía y la izquierda con la cultura. En su libro “El opio de los intelectuales” –por oposición al “opio de los pueblos” de Marx–, Raymond Aron, que era un filósofo, sociólogo y profesor de la Sorbona, criticaba el apoyo que los círculos de la intelectualidad le daban al marxismo y al socialismo, como también analizaba los libres cursos de la historia, sin aferrarse a ningún dogmatismo ni a escuelas de pensamiento.
A raíz de esa obra, que sacudió el mundo intelectual francés en el que aún privaba el pensamiento comunista de Jean P. Sartre, el destacado periodista francés Jean Daniel, acuñó la famosa frase : “Más vale equivocarse con Sartre que estar en lo cierto con R. Aron”, y de esa forma explicaba con simplicidad el reconocimiento de que el prestigio intelectual y la aquiescencia de las élites estaban del lado de la modernidad progresista, aun sabiendo las falencias y los ya visibles efectos liberticidas de la doctrina marxista.
Esa forma caprichosa de la militancia “progres”, apoyando una ideología de cambio a costa de poner en riesgo la libertad –todo valía antes que los tildaran de reaccionarios– le permitió a la izquierda quedarse con la cultura. Es decir, recibir el acompañamiento de las masas desconformes, las minorías que reclaman su reconocimiento, el arte militante, el canto popular, la juventud universitaria, los elencos docentes, las dirigencias sindicales, los periodistas contestatarios y variados medios de comunicación.
Fue por supuesto una suerte o un determinismo histórico que la derecha se quedara con la economía y asegurara de ese modo la continuidad del capitalismo, o sea del trabajo, la iniciativa empresarial, la creación de la riqueza, la producción, el comercio, el orden financiero y el gasto en la investigación.
La experiencia ha demostrado que cuando la economía está en las manos de los gobernantes de izquierda, son dos los pecados en los que incurre alegremente: la ineptitud y la corrupción.
Lo ha demostrado el Brasil de Lula y los negociados que se derramaron por varios países; lo exhibe la Argentina, como mal endémico, aunque nunca tan descarado como en las administraciones de los Kirchner.
De esa suerte hoy, Boric, como presidente electo de Chile bajo los lemas de izquierda, se apresura en distanciarse del recuerdo de las reformas de Salvador Allende que, al cabo de tres años de experiencias de autogestión y nacionalizaciones de productivas empresas privadas, tenía la economía quebrada y una inflación del 600% (seiscientos por ciento); y por cierto que ese baño de realismo ha derrumbado su popularidad.
En Colombia, Gustavo Petro, exguerrillero apoyado por todas las fuerzas izquierdistas, antes que nada, informa su propósito de “desarrollar el capitalismo”, es decir antes que se le caigan los valores bursátiles y que la inversión extranjera abra los ojos; anuncia un tranquilizador proyecto para los mercados que puede considerarse de correcciones en los aspectos distributivos e impositivos, sin cambios estructurales.
Entonces, si esos propósitos son sinceros habrá gobiernos inclinados a una fuerte intervención estatal en la economía, en los mercados, protegiendo el nivel de ocupación, el trabajo, los salarios, la riqueza, el patrimonio nacional y la aplicación de una política tributaria que recaiga con mayor énfasis sobre los sectores más privilegiados.
De lo contrario y dado que en casi todos los países los bloques del oficialismo y la oposición son numéricamente de poca diferencia, con la consiguiente ausencia de mayorías parlamentarias se habrá de producir un duro e inmovilizador antagonismo si la política de acuerdos fracasa.
Aparte de los actos de corrupción, son alarmantes los cuadros que asumen gestiones para las que no están preparados, con lo que el fracaso de esas administraciones es el único resultado. Nadie precisa recibirse de gobernante, pero la complejidad de las tareas de gobierno y la universalidad de temas que se deben atender, las interrelaciones de los fenómenos económicos, la incidencia de los factores externos como consecuencia de la globalización y la contrariedad de las vetustas y anquilosadas burocracias son aspectos que merecen estudio y análisis, y han excluído para siempre el voluntarismo y la improvisación.
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