No es necesario ser politólogo para realizar una apreciación crítica de los procesos eleccionarios, sino contar simplemente con algo de sentido común y de capacidad para observar. Es seguro que esta campaña para elegir a un nuevo presidente ha tenido como protagonista, nos guste o no, al Sr. Andrés Ojeda, pero no ha sido el único, por fortuna. También están bailando en el escenario otros tales como Álvaro Delgado, Yamandú Orsi y otros candidatos de menor relevancia. Sin embargo, sí está presente un candidato que tiene mucha presencia de por sí, y que se trata de opacar, de ocultar, de esconder a toda costa porque no está al servicio de la Agenda 2030. Se trata de Guido Manini Ríos.
Comenzando por Ojeda, podemos observar en todos sus movimientos y expresiones faciales y verbales que la codicia por el poder lo encandila; él realmente se cree “el adecuado”, “el elegido”, y no hace nada por mostrar algo de humildad. Tiene gracia que de alguna manera trate de imitar a Luis Lacalle Pou, y a consciencia. Mientras que Luis fue elogiado y aceptado popularmente en parte por su condición física de deportista, lo cual suele asimilarse a “vida sana”, Ojeda coloca adrede a su figura en una actividad boxística que, si bien resalta sus músculos y físico fuerte y sano, también delata su afición a una actividad de ataque demoledor y de defensa muy agresiva. Tal vez nos quiera dejar entrever que, así como es agresivo en ese deporte, también lo será en su desempeño político. ¿Esto es bueno o malo? La agresividad, una conducta humana común a todos, puede ser conveniente en ciertas situaciones y muy inconveniente en otras. Explota además una imagen de una especie de l’homme fatale, por contraposición a la femme fatale, figura que alude a la mujer histérica que se dedica a la seducción y destrucción del otro, y que en algunos anuncios se puede percibir con claridad. Ha metido la pata adjudicándose una novel relación con una chica norteamericana cazadora de piezas mayores, muy rechazada por el público en general dada su naturaleza de detractora de la naturaleza. Ello contrasta con la propuesta programática de Ojeda sobre “bienestar animal”, pudiéndola observar en ciertos canales de Youtube con un felino muerto sobre sus hombros y todas sus manos ensangrentadas. Ni qué decir que Ojeda es como una especie de “hijo lindo y virtuoso” para Julio M. Sanguinetti.
Por su lado, Álvaro Delgado ha sido proclamado sucesor de Luis Lacalle Pou prácticamente por inercia: no había otro. Es alguien preparado y de buen nivel, pero está con la 2030 como lo estuvo Luis y compañía. Y he allí la realización de una malabarística jugada que puede resultar en todo o nada: la aceptación de Valeria Ripoll, de trayectoria sindicalista radical, obviamente de izquierda, para candidata a la vicepresidencia por el Partido Nacional. Sabemos que existen personas que terminan quemadas con los izquierdistas por sus características dictatoriales, tal como la abogada y escribana Graciela Bianchi, quien ha manifestado muchas veces su aversión hacia la izquierda precisamente por haber pertenecido a ella. Pues bien: Ripoll parece pensar algo semejante. Pero Álvaro Delgado derrapa en su vínculo con Ripoll, y hace poco, en un estado que podría hacer sospechar que se pasó con ciertas bebidas, la describió públicamente y a voz encuello como “bombón”, y “la frutilla del chajá” –cuando todos creíamos que el chajá contenía duraznos–. Lo cierto es que se ha forjado una especie de amistad cercana entre ambos. Pero por lo de “bombón” y “frutilla” el hombre fue obligado a disculparse públicamente por parte de la actual vicepresidente, Beatriz Argimón. Es lógico: se podría suponer que se la quería comer para endulzarse y había que aclarar.
A su vez tenemos en escena a Yamandú Orsi, con la candidata a vicepresidente de Carolina Cosse, una mujer de rasgos de personalidad desconcertantes. Por todos es sabido y conocido que Yamandú muchas veces se presenta a discursear o bien en estados alterados de consciencia por razones exógenas o bien porque él es así. Cuando habla correctamente, está guionado en forma clara, y se hace obvio su esfuerzo por no olvidar el guion. Si se atreven a interrumpirlo con alguna pregunta, se pierde, balbucea y divaga. Por ello no se anima a debatir con nadie.
Dentro de todo este panorama desolador, hay una excepción, que es Guido Manini Ríos, un hombre de pocas palabras, firme, claro y con determinación. Sabe lo que dice, por qué lo dice, cómo decirlo y hacia dónde dirige y dirigirá sus pasos. Aunque se trate de una pequeña y ninguneada minoría, él y su gente parecen ser los únicos coherentes y estables en estas elecciones. Guido no es confrontativo, no critica a los demás, no mira hacia los costados; conoce su propia realidad y avanza con un buen equipo.
Existen muchísimos personajes más en esta suerte de desfile de la mediocridad –con honrosas excepciones–, pero no disponemos del espacio suficiente como para desarrollar dichos perfiles, algunos de ellos bien intencionados, rectos e interesantes, y otros no tanto.
Por todo esto y mucho más, hay que tener mucho cuidado de a quién votaremos; como siempre, estamos atrapados en una pinza de cangrejo: si nos movemos para un lado, nos captura la pinza izquierda, y si nos movemos para el otro, la derecha. La opción “centro” no existe; el aparentemente inocente cangrejito es más astuto que nosotros. La única forma de eludirlo es no entrar en el espacio de sus pinzas.
*Psicóloga
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