El próximo domingo se realizará la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Unos juegos que debieron ser postergados un año y serán recordado por haberse realizado en medio de una pandemia, sin el color del público en las tribunas.
También pasará a la historia por la polémica que se generó alrededor de la sanción que previamente le impuso la Agencia Mundial de Antidopaje a la Federación de Rusia, que imposibilitó que sus deportistas utilizaran la bandera y uniformes del país y tuvieran que identificarse solamente con el acrónimo COR y no el nombre completo de Comité Olímpico Ruso.
Por otra parte, la no participación de Corea del Norte en estos Juegos, alegando los riesgos del coronavirus, cortaron las expectativas de un relanzamiento de negociaciones con Corea del Sur, luego del acercamiento de 2018 cuando desfilaron juntas en unos Juegos de Invierno en Pyeonchang.
Observando el medallero olímpico, el siglo XXI ha consolidado una nueva bipolaridad acorde a los nuevos tiempos geopolíticos, con la rivalidad entre Estados Unidos y China que compiten por los primeros dos lugares, dejando atrás la disputa entre EEUU y la URSS que predominó en la segunda mitad del siglo XX.
En estos Juegos de Tokio se sintió por primera vez la ausencia de dos leyendas como el velocista jamaiquino Usain Bolt y el nadador estadounidense Michael Phelps. No obstante, tuvo la grata sorpresa de la impresionante nueva marca mundial que estableció la atleta venezolana Yulimar Rojas en triple salto femenino y la consagración del luchador cubano Mijaín López como el mayor ganador de oros olímpicos en su disciplina.
“Unidos por la Emoción” fue el lema elegido por la organización de los Juegos. Sin dudas uno de los momentos más removedores fue el que protagonizó la talentosa gimnasta estadounidense Simon Biles, que desistió de participar en una final acusando “demonios en la cabeza”. Biles puso en el tapete olímpico y mediático la cuestión de la salud mental, un tópico que se vuelve central en todo el mundo en esta fase de post-pandemia con sus múltiples y todavía no suficientemente conocidas secuelas.
El deporte de alto rendimiento, al igual que la guerra, lleva las capacidades humanas hasta nuevos límites. Y de allí surgen renovados enfoques epistemológicos, se ponen a prueba tecnologías y adelantos médicos, que después pasan a la órbita ciudadana.
Cada cita olímpica significa para los deportistas de nuestro país un horizonte y un estímulo. Uruguay ha alcanzado a lo largo de su historia medallas en fútbol, basketball, boxeo, remo y ciclismo. No es descabellado imaginar que el aporte de los inmigrantes latinoamericanos que se están afincando en esta tierra nos posicionará, en un futuro no muy lejano, en nuevas disciplinas y sumará sus habilidades a las ya existentes.
El pasado domingo se cerró la actuación de los once representantes uruguayos en Tokio. Cuatro de ellos integran el sistema de vacantes militares, que a través de un acuerdo de la Secretaría Nacional del Deporte y el Ministerio de Defensa, les permite acceder a un salario y beneficios sociales.
También existen otros apoyos de organismos públicos y empresas privadas que apuntan a promover el alto rendimiento, por ejemplo, a través de becas o financiamiento de pasajes. En las redes sociales por estos días se recordaba aquel lamentable episodio en el que Pedro Bordaberry, una persona dedicada al deporte, incomprensiblemente cuestionó con dureza el apoyo que recibía la atleta Deborah Rodríguez, quien confesó sufrir mucho lo que consideró un “juego político”. El destino quiso que Deborah, junto a los remeros Kluver y Cetraro, fueran los más destacados en estos Juegos de Tokio.
Con el merecido reconocimiento a la delegación que nos representó dando su máximo esfuerzo y dejando en alto el espíritu de competencia, confiamos en la importancia de redoblar la apuesta por el deporte nacional. París congregará la cita de 2024, a un siglo de la gesta de Colombes.
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