El destino nos trae siempre sorpresas. Uno rescata las buenas y las analiza íntimamente para sacarle provecho.
Me tocó el viernes pasado en las Llamadas montevideanas, que sigo muy de cerca desde hace tantas décadas: con mi padre primero y con el maestro Carlos Páez Vilaró después, sea con “Morenada” o con “C 1080” de la calle Cuareim.
¿Pero por qué un relato de carnaval lubolo en esta breve nota?
Porque casualmente y en una coincidencia tocante para mí, el encuentro con C 1080 para estar en el arranque, con su último ensayo, la vestimenta, el maquillaje y los detalles finales se dan en el enorme local que fuera sede de los talleres gráficos de La Mañana y El Diario, tiempo atrás.
Así es. Se me unieron dos sentimientos que llevo conmigo en dos ámbitos de la vida, que se complementan para ir forjando una idea y una postura ante ella.
Con mi adhesión a La Mañana se da algo parecido a la cercanía a los tambores de Barrio Sur.
Con mi padre, que la recibía en casa, leía ya de joven las noticias con un enfoque no habitual en el resto de la prensa, en aquellos años de turbulencias políticas primero y guerra interna después en Uruguay.
Con el tiempo, y a través de mi amistad con la familia Manini, me reincorporo a la nueva etapa periodística y política, colaborando con este objetivo y veraz semanario.
Quería poner en evidencia y permitirme esta asociación de ideas, ya que ambas son expresiones tradicionales y cercanas al pueblo uruguayo, si bien en dispares manifestaciones, pero con ese necesario contacto con la gente de a pie, que conforma el grueso de nuestro bendito país.
Así como La Mañana dejó el plomo de los linotipos de ese taller para ir a la tecnología informática, C 1080 dejó los carbones para pintarse la cara de los tamborileros, por sofisticados equipos de maquillaje que se montan en ese mismo local.
De la misma “Usina”, años después, salen a la calle las mismas ilusiones populares a encontrarse con la gente.
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