En las dos décadas de este siglo se han procesado importantes cambios en la economía y la geopolítica regional y mundial. Entender los procesos profundos que atraviesa Brasil es indispensable para que Uruguay y la región se beneficien de las oportunidades que se presentan.
Recientemente se conmemoraron veinte años de los atentados terroristas de Nueva York y Washington del 11 de setiembre. El mundo quedó estupefacto ante la violencia de aquellas imágenes con el derrumbe de las Torres Gemelas del World Trade Center. Ni la guerra a los talibanes ni el asesinato del líder de Al Qaeda pudieron evitar que la principal potencia militar, Estados Unidos, y sus aliados, tuvieran que retirarse de Kabul a dos décadas de la invasión.
El año 2001 también tuvo otro acontecimiento fundamental. El día 11, pero de diciembre, China pasó a ser el 143º miembro de la Organización Mundial del Comercio, un proceso que había comenzado en 1986 con su solicitud de adhesión al GATT y en 1995 a la propia OMC. Por otro lado, daba inicio en aquel convulsionado año de apertura del milenio la llamada Ronda Doha, cuyos magros resultados instalaron posteriormente la idea de una crisis del sistema multilateral de comercio.
En aquel contexto geopolítico, llegaba a su desenlace la discusión sobre la propuesta del ALCA (Área de Libre Comercio para las Américas) que planteaba Estados Unidos y que fracasó en la IV Cumbre de 2005 en Mar del Plata. Durante su intervención, el presidente George W. Bush dijo claramente que el acuerdo buscaba hacer frente a China e India. No obstante, ya estaba en marcha el superciclo de los commodities que hasta 2014 generó un enorme ingreso de divisas a los países latinoamericanos por sus exportaciones a China, que se convirtió en el primer socio comercial de Brasil y el segundo de Argentina –detrás de los brasileños-.
El gran impulso agroindustrial de Brasil de los últimos veinte años genera cambios estructurales. La economía y la política no giran exclusivamente en torno a Volta Redonda, aquel importante conglomerado que promovió el presidente Getulio Vargas en la década de los ‘40 del siglo XX, gracias a un acuerdo con Washington para instalar la industria siderúrgica.
Según un estudio de la Empresa Brasileña de Investigación Agrícola (Embrapa), la participación de Brasil en el mercado mundial de alimentos pasó de US$ 20.600 millones a US$ 100.000 millones en diez años. Es el principal exportador de soja, de carne bovina y de pollo en el mundo y acorde a las proyecciones de Embrapa será en cinco años el mayor exportador de granos, superando a Estados Unidos.
Esto ha provocado también otras consecuencias como el desarrollo de estados interiores de Brasil, una inversión récord en infraestructura de carreteras, trenes e hidrovías, y la expansión de la frontera agrícola. Hoy el país produce alimentos para casi mil millones de personas. Por otro lado, los señalamientos de la Unión Europea y especialmente de Francia por la cuestión de la deforestación en la Amazonia, robustecieron las políticas y controles del gobierno brasileño y llevaron a la creación del Consejo Amazónico en 2020, un mecanismo institucional inter-ministerial liderado por el vicepresidente Hamilton Mourao, que según datos oficiales ya permitió una reducción de más del 30% a la deforestación.
Desde el punto de vista político-electoral, el país aparece muy polarizado. El año próximo tendrán lugar las elecciones presidenciales y existe una gran incertidumbre. Actualmente todo apunta a una disputa entre Jair Bolsonaro y Lula Da Silva, aunque no se descarta una posible tercera vía, a pesar de que no existe un candidato claro para transitar ese camino.
También será relevante saber qué composición tendrá el futuro Congreso. En cualquier caso, los cambios políticos no significarían necesariamente una alteración drástica de rumbos, aunque la política brasileña y sus procesos, todavía bastante desconocidos para la mayoría de los uruguayos, tienen un comportamiento muy particular. Es importante analizar cómo se va a parar Itamaraty y su destacada tradición diplomática frente a los nuevos escenarios.
La deficiente y sesgada información que llega sistemáticamente al resto del mundo sobre Brasil es un obstáculo para formarse una composición de lugar adecuada. En general, las agencias de noticias europeas y norteamericanas que cubren la realidad brasileña y llenan las páginas de los periódicos y medios nacionales no aportan una mirada objetiva de los acontecimientos.
Esta semana el FMI informó que la economía de Brasil ha vuelto a niveles pre-pandémicos, gracias a los términos de intercambio en auge, el sólido crecimiento del crédito privado y uno de los mayores paquetes de estímulo (casi el 4% del PBI) en transferencias de emergencia en 2020. De todos modos, indican que las tasas de desempleo y pobreza siguen siendo altas y que la inflación se disparó, perjudicando las perspectivas a futuro. La política de privatizaciones, por otra parte, despierta ciertos cuestionamientos sobre todo las vinculadas a activos estratégicos del país.
A principios de setiembre se realizó una cumbre virtual del BRICS, integrado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Con sus altibajos, este bloque de emergentes sigue proyectando una mayor institucionalidad a través de su Nuevo Banco de Desarrollo. Durante la reunión, Bolsonaro sostuvo que “para responder a los desafíos del siglo XXI, necesitamos un sistema de comercio multilateral que sea abierto, transparente, no discriminatorio y basado en reglas mutuamente acordadas y establecidas”. Según la opinión de Andreia Verdélio, de Agencia Brasil, para el mandatario es el momento de establecer mejores reglas sobre los subsidios industriales y agrícolas, de cara a la 12ª Conferencia Ministerial de la OMC prevista para el 30 de noviembre en Ginebra.
El gigante sudamericano insiste también con la reforma del Consejo de Seguridad de ONU y a partir de enero ingresará, por undécima vez, como miembro no permanente. La pasada semana, además, al presidente Bolsonaro le tocó inaugurar el debate general de la 76ª Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York, y en su discurso también presentó alguno de estos lineamientos, con un tono más moderado de lo habitual.
Brasil ostenta además desde julio la presidencia pro-témpore del Mercosur, con importantes desafíos como la reducción del arancel externo común o contemplar la demanda de Uruguay para dinamizar la agenda externa y permitir la negociación bilateral de acuerdos de libre comercio. El ministro de Economía, Paulo Guedes, ejerce presión y aseguró en una actividad organizada por la Cámara de Comercio Internacional que “el Mercosur se va a modernizar”, al tiempo que vislumbra que en diez o veinte años la región tendrá una moneda común.
El escenario es muy distinto al de comienzos del siglo XXI. Es bastante claro que estamos de lleno en una nueva época y que la pandemia ha acelerado algunas tendencias propias de la globalización. Con la lectura adecuada, para Uruguay y para la región se abren importantes oportunidades.
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