La política no suele tener buen nombre. El “desprestigio político” resulta un fenómeno frecuente y el ruedo político se convierte fácilmente en la zona de descarga de conflictos y frustraciones de los integrantes de la sociedad. Con frecuencia las poblaciones depositan esperanzas en alguna figura política como en un mesías salvador, para luego vivir el desencanto y demonizarlo. En un año de elecciones se hace imprescindible renovar una reflexión seria acerca del sentido de la acción política.
Para una vida digna
La política trata de “la vida en sociedad” y su cuestión esencial consiste en responder a la pregunta: ¿Cuál es la forma de organización social que permita vivir una vida digna, verdaderamente humana? Por tanto: el objetivo básico de la política es la defensa de los derechos y el fomento del desarrollo de las personas reales y concretas, de cada persona y de todas las personas de una sociedad: no es “el ciudadano” en abstracto, ni “la Nación” ni otros conceptos genéricos que al final resultan declamaciones.
En especial, debe entenderse que la democracia no es sólo una forma de gobierno, sino un estilo de vida y una mentalidad valorativa. Implica una política pensada no desde el poder del Estado, sino desde el ciudadano, y supone una confianza absoluta en la capacidad de los hombres para organizarse colectivamente. Una democracia auténtica supone reconocer que además de los partidos políticos, hay fuerzas vivas de la sociedad que tienen derecho a la expresión de las necesidades de la población. Entre ellas se cuentan: las ONG, las formas del voluntariado, los sectores de la cultura, las corrientes religiosas, los trabajadores sociales, las comunidades de base… Estos sectores no pertenecen a un partido político determinado, pero constituyen el capital socialde la Nación y tienen una fuerza real a la que no siempre se presta atención.
No faltan políticos que son más bien “directivos” que ven a la sociedad como una empresa cuyo objetivo esencial es la “organización eficiente” y la “cuestión económica”. Son un avión que sólo carretea. Atienden solamente al quehacer práctico y al juego dialéctico, sin un respaldo de lo que llamamos una “mística”, sin una cosmovisión que oriente el proyecto y sin un relato que les confiera raíz histórica. Pero, además, es frecuente que con una irresponsabilidad pasmosa se presenten como candidatos personalidades faltas de preparación y experiencia, sin objetivos maduramente definidos y sin planes que hayan sido objeto de reflexión seria y fundada. “Lo importante es ganar las elecciones; después…se irá viendo”. Son ensayistas e improvisadores… ¡que juegan con el destino de los pueblos!… Además, no son capaces de ver que la diferencia está en que en una empresa los dueños son los de arriba, y en la sociedad son los de abajo. En la democracia el poder está en la ciudadanía y el gobierno no es el dueño del poder sino que lo posee delegado transitoriamente. Esta es la genialidad de la democracia: encontró la fórmula de que “mandar es servir a las necesidades de los súbditos”. El pueblo ve que muchas veces las conductas de los políticos demuestran que estos conceptos básicos, a ellos “ni se les pasan por la cabeza”. Y nada digamos del partido político cuya vida interna esté regida por los principios de “obediencia ciega” y “nada de participación en las decisiones”. ¿Qué educación democrática cultivan? Muchos padecen de una patología psiquiátrica incurable (psicopatías, personalidad autoritaria, insensibilidad social…) que los hace incapaces del sentido de la participación, la convivencia y el diálogo y sólo conocen el autoritarismo y el acting irreflexivo. Son irredimibles. Con ellos, los acuerdos son imposibles.
Y con estas cuestiones viene la pregunta: y, en un país, ¿quiénes deben decidir? La respuesta es clara: aquellos que reciben las consecuencias de las decisiones. “Lo que afecta a todos debe ser aprobado por todos” (Graciano – Libro VI Canon 1913). En una democracia sana, los expertos idóneos de cualquier especialidad deben ser escuchados por la ciudadanía, pero es ésta la que finalmente debe decidir qué estilo de vida quiere para sí. Y sólo el poder de la ciudadanía es soberano, no sujeto ni condicionado por ningún otro. No son soberanos ni los partidos políticos, ni los sindicatos, ni el mercado, ni las fuerzas armadas. No es soberano el ejecutivo, porque su poder es delegado, no propio. Ni el legislativo, porque ha sido elegido por el pueblo para que lo represente y vale en cuanto tal. Ni el judicial, porque es la sociedad quien le ha confiado la función de velar por la Constitución y las leyes.
Los partidos políticos
Ya es tradicional que los partidos políticos se propongan como único fin, aunque no lo declaren francamente, el poder y la conducción de la economía, más bien que las funciones sociales, como deberían serlo. Y buscan mantener su unidad mediante las concesiones que hacen sus dirigentes. No faltan partidos que, en su vida interna, prioricen la obediencia y la disciplina. Y hacia afuera, enfaticen la propaganda y la manipulación hegemónica y fomenten la pasividad de la población. Allí no hay función formativa ciudadana, ni búsqueda de generar transformaciones a través de la participación. Tales objetivos ponderables suelen proponérselos movimientos de la sociedad civil, habitualmente bien intencionados, pero que al poco tiempo toman conciencia de que, para que sus propósitos se hagan realidad, deben organizarse como acción política. En tal caso, suelen embarcarse en la política del poder y así se desnaturalizan y se extinguen.
Los partidos políticos constituyen la forma constitucionalmente establecida de representación ciudadana. Por lo tanto, son necesarios. Pero el partido político debería ser un microcosmos equivalente, en su modo de accionar, al macrocosmos de la sociedad que tiene como modelo y que aspira realizar. No puede generar una democracia sino actuando democráticamente. Eso haría creíble lo que postula. Sin embargo, es sorprendente que en la realidad tienden progresivamente a centrar su acción en un discurso ajeno a la vida cotidiana, desinteresado de la realidad social y extraño a los verdaderos problemas de la gente. Centrados en sí mismos y en sus cuestiones, como “casta”, contrariando sus principios, adolecen de un mero “empirismo organizativo”: el quehacer diario. No se plantean una seria organización interna como al parecer en otras épocas existió, sin la cual cualquier institución fracasa. Pierden energía, desmejoran la calidad de su funcionamiento y no toman conciencia de sus fallas internas: se niegan a la autocrítica y disimulan su situación. Creen que la práctica cotidiana de la “vida del partido” es suficiente. Y allí dentro, las modalidades de la toma de decisiones no resultan congruentes con una estructura democrática verdadera.
Dinámica organizacional
Para su organización y su acción, las instituciones políticas están sujetas a las mismas pautas que todas las otras (empresariales, sindicales, etc.). Pero suelen desconocer principios básicos de ordenamiento y de acción racional y responsable. Funcionan con cierto asambleísmo desordenado perpetuo y confían en el espontaneísmo idealizado y el voluntarismo simplista. Si una empresa privada actuara de esta misma forma, en breve tiempo iría a la quiebra.
La vida interior de los partidos debe ser tal que facilite la sana convivencia y ayude a desactivar conflictos irresueltos. Esto se logra a través del replanteo de los términos reales de los enfrentamientos y el esclarecimiento de las motivaciones (rivalidades, afán de poder, etc.) que permanecían ocultas. El hablar claro y sincero debiera ser lo primero.
Eso llamado liderazgo
Desde que la Humanidad existe ríos de tinta y montañas de papel se han destinado al tema del liderazgo. Sólo pretendemos aquí dar alguna idea. Un líder debe ser “una buena persona” y demostrarlo, ser transparente, comprometido y responsable. Que evalúe los medios a usar en la búsqueda de los objetivos: no cualquier medio está permitido. Pero acaso la cualidad que se considera distintiva del líder carismático es el don de intuir fácilmente qué necesita el otro. Tal vez la descripción que Howard Pyle hace de Robin Hood puede ser una buena síntesis de las condiciones de un buen líder: energía, iniciativa y simpatía. (1)
En síntesis: la política no puede generar en la población una vida que valga la pena de ser vivida, cuál es su misión, si no es capaz de vivir en su propio seno esa misma vida saludable. “No hay democracia sin demócratas” (Sergio Berenstein) o sin vida democrática.
Llamamos fiel a la persona que permanece cerca cualesquiera sean las circunstancias que se presenten. Es una de las cualidades más valiosas de un alma noble. Hay pueblos que se mantienen fieles a sus líderes. Ojalá éstos lo sean con aquéllos.
(1) Una acabada descripción de una personalidad con todas estas características puede verse en el libro “El legado de Mandela” (Richard Stengel –Planeta 2010).
(*) Licenciado en Psicología (UBA). Fue profesor de Psicología Social y Psicología de la Personalidad y director de la Carrera de Postgrado en Psicología Clínica (UCA).
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