Hablando de procesos electorales democráticos, un joven escritor español, Jano García (Valencia 1989), graduado en Economía y Comercio Internacional, director del programa En Libertad, que se emite, entre otros lugares de la web, en Youtube, ha escrito –entre varios– un libro fundamentado, a contracorriente, inconformista con la realidad actual de la democracia y muy interesante, así como removedor: Contra la mayoría (La Esfera de los Libros, 2023).
En él se pueden leer cosas tales como las siguientes: “Un grupo de personas que aspira a ostentar el poder se presenta al electorado para ganarse su favor. Cada uno de los aspirantes asegura que el país irá mejor y todos los problemas se solucionarían si son ellos los elegidos. […] Para ello tendrán que adecuar su mensaje a la masa que les permitirá alcanzar su sueño. No hablan de temas complejos ni exponen soluciones realistas. […] Las calles se empapelan con los rostros de los candidatos –la fiesta de la democracia lo llaman– y durante semanas los gobernados viven rodeados de lemas cursis y eslóganes diseñados para niños de cinco años. Los periódicos, televisiones, radios y redes sociales se llenan de vídeos en los que los aspirantes a ostentar el poder prometen el paraíso en la Tierra…”.
Si cambiáramos la expresión “semanas” por “meses”, diríamos que el joven autor de la obra se está refiriendo a las elecciones en nuestro país, que tiene los procesos electorales más largos del mundo, al igual que el Carnaval. Pero no, sus reflexiones son válidas para todos los países con regímenes democráticos-representativos, los que algunos han llamado democracia parlamentaria.
¿Y esto por qué ocurre? Su respuesta es porque “los aspirantes a gobernantes centran su mensaje en la masa, no en la parte del pueblo instruido que representa una minoría”. Con lo cual la masa se estaría convirtiendo en dictadura de la mayoría.
Por supuesto, esta forma de pensar será rebatida por muchos liberales, quienes entre otras cosas nos recordarán a la democracia ateniense, en donde los problemas de las ciudades-Estado se debatían libremente en el Ágora. Claro, pero Atenas, en su esplendor, llegó a albergar a unos 10 mil habitantes, de los cuales no participaban de esos debates los esclavos (gran número), las mujeres ni los menores de edad. En suma, lo que hoy llamaríamos –a veces despreciativamente– élites. Pero parece obvio para cualquiera que en los Estados actuales habitan millones de personas que no pueden vivir de las discusiones políticas en ningún estadio porque no cabrían. Por ende, delegan el real o supuesto poder que tienen. Y ahí es cuando comienza el drama. Tema muy complejo y muy actual.
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