Por regla general a los orientales lo que nos parece injusto, nos indigna. Y es natural. El problema es… ¿cómo canalizar esa indignación? Si solo pataleamos, ¿cómo lo hacemos? ¿Procuramos generar algún cambio respecto de aquello que nos indigna, o simplemente buscamos hacer catarsis?
Reflexionar sobre estos temas viene a cuento de que si bien los seres humanos a menudo hemos encontrado los medios necesarios para canalizar nuestra indignación, quizá nunca como ahora tanta gente haya logrado hacerlo con tanta facilidad, y casi en tiempo real, a través de las redes sociales.
En las redes se ven muchos comentarios preocupantes. Se ve mucho odio, mucha intolerancia, muchos insultos, muchos agravios. Y se ve poca elegancia en la argumentación, poca ironía fina, poca sutileza, poca inteligencia. Quizá no hayamos prestado suficiente atención a la contribución que hacen las redes, a la profundización de la fractura social.
Nadie está libre de pecado. Yo procuro no insultar ni agraviar, pero es probable que en ocasiones, ni mi ironía haya sido tan fina, ni mi crítica tan elegante, como debía ser. Reconozco haber cometido errores y me esfuerzo por no cometerlos de nuevo.
Hace más de 10 años que tengo cuenta de Facebook y entro con frecuencia. Me preocupa que en un alto porcentaje de los posts que sirven para canalizar la indignación de la gente no se critiquen ideas, sino que se insulte a personas. Y es que a menudo se confunde el rechazo de ciertas ideas y acciones, con el rechazo a las personas que las sostienen o las realizan. Por supuesto que hay ideas que son nefastas. Pero la batalla cultural debe elevarse al plano intelectual, no abajarse al plano del insulto personal.
Y si bien es cierto que tras 15 años de gobierno de izquierda, como sociedad hemos perdido valores, respeto, educación y cultura, la izquierda no es la única responsable de esta debacle. Los responsables somos todos.
Es cierto que para algunos la tolerancia se limita a tolerar a los que piensan como ellos: los demás, son todos fascistas. Es cierto que para otros, términos como provida, familia, religión, iglesia, verdad, etc., son poco menos que malas palabras. Pero también es cierto que la reacción furibunda y destemplada de muchos representantes de la “no izquierda” –para no hablar de derecha, lo cual simplificaría demasiado el problema- también contribuye a la fractura social, al enfrentamiento entre orientales.
El problema de fondo es que no podemos ganar la batalla cultural en la que estamos inmersos –una batalla cuyo primer objetivo debería ser elevar el nivel de la discusión-, bajando al sótano y poniéndonos a altura de aquellos a quienes criticamos. Si de un lado se promueve el odio y el resentimiento, la batalla cultural no se puede ganar resistiendo con odio y resentimiento, pero desde el bando contrario. Obrar así implica pasarse al bando de los odiadores. Si lo hacemos, habremos perdido la batalla para siempre. El odio se combate promoviendo el amor y el resentimiento promoviendo la concordia, sin dejar de defender jamás lo que es justo, verdadero y bueno.
Maldecir, humillar, despotricar, difícilmente puede contribuir a lograr el objetivo de mejorar la cultura. Como decía hace años un pícaro estratega: “Si te parás arriba de un cajón a decir todo lo que pensás –que puede ser muy cierto y muy justo- y no logras tu objetivo de cambiar algo en la sociedad, habrás perdido el tiempo”.
Quizá no hayamos prestado suficiente atención a la contribución que hacen las redes, a la profundización de la fractura social
Así lo entendió Natalia Prati, la hija de Heriberto Prati, Capitán (R) de la Armada asesinado en 2016, cuando procuró evitar que un delincuente asaltara a una amiga suya. En una carta abierta, que fue difundida por distintos medios, Natalia escribió:
“Quiero hacer algo. Siento que tengo que hacer algo. Lo sentí siempre, y por falta de tiempo y por aquello que tenemos de postergar todo nunca lo encaré. Pero desde mi lugar y mis valores voy a involucrarme con la realidad y tratar de aportar desde el amor, que es mi bandera, para cambiar algo dentro de este mundo lleno de odio”.
La carta de Natalia me quedó grabada en el alma, porque habla con autoridad desde la cátedra del dolor. Claro que siempre es más fácil demoler que construir, criticar que proponer. Ahora bien: ¿tendremos el coraje, como sociedad, de optar por construir? ¿Tendremos la valentía de procurar elevar la educación, el respeto, la cultura de nuestros compatriotas? ¿Tendremos la audacia -en medio de la indignación- de “aportar desde el amor”?
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