La estrepitosa caída de Conexión Ganadera y el brutal daño que hizo a la economía y al futuro próximo de unas 4300 personas y sus respectivas familias son conocidos por todos y han sido analizados desde distintos ángulos.
Hay quien opina que la empresa fue pensada desde su inicio como un esquema Ponzi, con el objetivo de estafar a los inversores; y hay quien opina que fue fundada con fines lícitos –ganar dinero haciendo ganar dinero a otros–, pero que se transformó en un esquema Ponzi cuando, en algún momento de su historia, las cosas empezaron a ir mal. Aún si este fuera el caso, a la empresa le empezó a ir mal hace muchos años. ¿Por qué no informaron a los inversores? ¿Por qué dijeron –hasta muy poco tiempo antes de la debacle total– que estaba todo bien, que era una empresa sólida, “cero falta”?
En mi opinión, en la caída hubo algo de soberbia y miedo al fracaso: hay gente a la que no le gusta perder, y si hubiesen dicho la verdad desde un principio, probablemente se habría caído el negocio, pero el pasivo habría sido mucho menor. Algo hubo de ambición y de codicia –querían seguir ganando dinero, y aunque probablemente sabían que no podrían responder ante una corrida, continuaron convenciendo inversores y gastando dinero en autos, casas inteligentes, viajes–. Algo hubo del excesivo optimismo del jugador –que espera que en la próxima apuesta le vaya mejor–. Y algo hubo de egoísmo e irresponsabilidad –pensaron solo en ellos y en su empresa, y no en el prójimo: en los inversores–.
Por muchos años, mucha gente les creyó. Quizá ellos mismos creyeron ser grandes empresarios, visionarios, adelantados, conocedores de técnicas de producción y formas de hacer negocios jamás probadas por los retrógrados productores tradicionales. Hasta que un día se supo que habían fracasado en el negocio más importante de todos: honrar la confianza depositada en ellos. Tal fue el desprestigio sufrido, que hoy resulta prácticamente imposible creerle a quien dice que no se ocupaba de las finanzas, sino de los ganados, cuando lo que falta, además de plata, es ganado. Mucho ganado…
¿Cuál es el origen de todos estos males? Ya lo dijimos arriba: la soberbia, la ambición, la codicia, la irresponsabilidad, el egoísmo. Y el rechazo a las raíces.
A lo largo de mi vida he tenido oportunidad de conocer a muchos hombres de campo. He tenido el privilegio de conocer productores rurales y colegas de la vieja escuela, que despertaban a los gallos de tan temprano que se levantaban y que se perdían los noticieros, de tan temprano que se acostaban. Hombres trabajadores, de manos callosas y rostro curtido por el sol –a excepción de la frente, siempre protegida por la boina–. Hombres sobrios, austeros, humildes, prudentes… Hombres de costumbres sencillas, pero generosos con los demás, siempre dispuestos a cooperar con buenas obras. Hombres conservadores en sus costumbres y en sus decisiones, cuidadosos con su patrimonio, con bastante aversión al riesgo. Porque en el campo, además de riesgo, hay incertidumbre. Y porque mucho o poco, era lo único que tenían para legar a sus hijos, además de su ejemplo de vida.
Cuando era joven y más ignorante que ahora, caí en el error de pensar que el manejo de los campos y los ganados que hacían algunos de estos hombres era erróneo, atrasado. Con el tiempo, aprendí que si bien hay productores que con trabajo, tecnologías innovadoras y buena gestión empresarial han corrido riesgos y han sido exitosos, también hay aventureros que lo han perdido todo. Mientras tanto, prácticamente todos los “conservadores” –los que en tiempos de vacas gordas fueron austeros, ordenados y no tan ambiciosos– pudieron legar a sus hijos el campo que heredaron de sus padres, muchas veces agrandado. Y aunque no multiplicaron varias veces su fortuna, dejaron un legado y un ejemplo de vida por demás digno y honroso.
Cada generación descubre, indudablemente, muchas cosas nuevas. A veces se hacen avances increíbles, y está bien que así sea y que se apliquen. Pero las vacas siguen teniendo cuatro patas y cuatro estómagos. Manejar el riesgo, la incertidumbre y el fracaso no es para todos. La producción agropecuaria tampoco. Creerse superiores, despreciar formas de trabajo “antiguas”, menospreciar la prudencia y demás virtudes de los viejos muchas veces pasa factura. En este caso la pasó, y vaya si fue alta. Lo indignante es que la mayor parte de esa factura la terminará pagando gente inocente.
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