Un repaso por la historia nacional permite suponer que hay “algo mal” y perdurable en la estructura funcional del Uruguay que, o bien no es percibida por quienes diseñan nuestras políticas, o bien se tiene profunda dificultad a la hora de encarar ese “algo mal”.
El intento de solución ha venido de todos los espacios políticos y económicos, de la derecha, el centro y la izquierda, de los más o menos estatistas o privatizadores, de los liberales a ultranza y de los más o menos marxistas.
Sin embargo, si el país no es ayudado por situaciones de excepción (como la década 2004-2014), la crisis es recurrente y la estabilidad perdurable no se encuentra. Una prueba crucial de esta recurrencia en el largo plazo es la expulsión también interminable de uruguayos al exterior. Hay un problema demográfico que cuestiona nuestra viabilidad económica (ausencia de mercado interno) y por lo tanto nuestra viabilidad como sociedad en equilibrio y en paz y por último, nuestra viabilidad como nación.
Somos una sociedad a la defensiva que juega al empate. Observamos un crecimiento poblacional cercano a 150% en los primeros 60 años del siglo XX (hasta 1963). De ahí hasta la actualidad dicho porcentaje no es mayor al 25% (incluidos los últimos 25 años con crecimiento ínfimo, casi nulo).
La sociedad parece comprender que la apuesta al futuro es incierta y contiene como consecuencia, ya no la inversión económica y todas las derivadas de ella, sino una mucho más importante: su reproducción. En este aspecto sabemos que el comportamiento es multicausal pero el resultado es que tenemos pocos hijos y a muchos de ellos los expulsamos por la incapacidad que tienen de desarrollar una vida digna.
Quizás a muchos cueste comprender de la posibilidad de desaparecer. Sin embargo basta leer la historia. Ningún pueblo tiene garantizada su existencia si pierde el dinamismo, la pujanza y la capacidad de imaginar un futuro. Pueblos, patrias, países, etnias, imperios y civilizaciones de marcada relevancia se han perdido en las páginas del pasado.
Cuando un país pierde su equilibrio se expone a crisis recurrentes. La génesis del desequilibrio es por múltiples factores. Pero principalmente se da cuando la población vive en condiciones superiores a sus esfuerzos, para determinado nivel de confort y prestaciones. Una sociedad puede saltearse un corto período de déficit: con ahorros, con deuda, etc. Pero en el largo plazo la situación es insostenible. Hay un momento en que dos más dos vuelve a ser cuatro.
El Uruguay no es capaz de generar un crecimiento sostenido que dé satisfacción a la demanda creciente de una sociedad organizada. De ahí la endémica mala situación de la infraestructura vial nacional y departamental, de la educación, de la salud, de la seguridad pública, de la defensa (personal y equipamiento), de la previsión social, etc. No se dice que cada Administración no haga lo posible y lo casi imposible por revertir la situación. Pero y como ejemplo la actual, cada Administración cuando “el viento se pone de frente” comienza a derivar en el camino del déficit fiscal y el endeudamiento. Este tipo de comportamiento genera en la sociedad el convencimiento de que no se puede vivir mejor. El “más o menos bien” se vuelve la máxima aspiración en el imaginario nacional y la motivación de una superación cierta y posible se descarta de antemano.
En ese contexto se vuelve también recurrente el uso del tipo de cambio y los subsidios cruzados para la transferencia de riqueza entre los diversos sectores, para el control de los precios y el dinamismo artificial de la economía. Así como también la utilización de las tarifas públicas como fuente de ingresos. Esto hace imposible el diseño de programas a largo plazo.
Hacia dónde debemos ir. Sobre la Ley de Urgente Consideración.
Cuando se propone el esfuerzo y la eficiencia productivos (a todos, empresas y trabajadores, estatales y privados) que corresponden para un mayor bienestar, la idea en el imaginario nacional es la reducción del tiempo de trabajo o del esfuerzo y la menor apuesta al riesgo pero sin tocar los ingresos, porque está en nuestros genes que el mayor esfuerzo, el mayor riesgo y la mayor productividad “no pagan”. Obsérvese en ese sentido y en el contexto arriba analizado, cuál es el futuro posible del Uruguay.
Llevamos recorrido un quinto del siglo. No hay más tiempo para dibujar un nuevo Uruguay que deje al siglo XX como necesariamente pasado y camine con fuerza e inteligencia por el XXI. Es nuestro tiempo. Somos herederos de quienes diseñaron las políticas de cambios del siglo XX. No hay que tener miedo al carácter fundacional de la gente y las cosas.
En estas consideraciones y en el contexto del análisis de la Ley de Urgente Consideración (LUC) la necesaria precisión de que nuestro análisis refiere a lo Agropecuario.
Los sectores agropecuarios en el correr de los últimos años han sufrido la caída de precios de su producción (de 2014 hasta el presente). Solo la ganadería tuvo un rebote de precios dramático en 2019, que llevó los valores uruguayos a niveles desconocidos (peste porcina china mediante). Al tiempo de estas líneas también es dramática la caída de precios.
Los sectores agropecuarios no pueden escapar a la falta de un país en equilibrio. No olvidar lo arriba expuesto: reducido mercado interno, la exportación como necesario destino, el atraso cambiario, la sobredimensión del Estado, el ficticio costo de las tarifas públicas y el aumento generalizado de los costos en dólares. Cuando los precios increíbles desaparecen, estos sectores comienzan a perder pie, a perder mercados u optar por destinos “salvavidas” (terneros en pie, arroz con cáscara), a crear desempleo, a endeudarse y finalmente a abandonar la actividad.
También en esos momentos los Gobiernos tienen la encrucijada de decidir a quiénes ayuda, a quiénes no y qué inversiones borra del mapa. Es obvio que el accionar del Gobierno actual fue el de recurrir a los sectores exportadores.
Si bien algunos parámetros se han moderado en el último par de años (el costo del gasoil y la tasa de cambio, por ej.), las mejoras para algunos sectores no llegaron para evitar las grandes dificultades presentes.
No debemos mirar la realidad con superficialidad y mirada de corto plazo y exonerar a la ganadería de integrar la lista de sectores con problemas. Por el contrario, si el arroz y la leche muestran índices productivos de calidad, la ganadería presenta índices productivos (como el porcentaje de destete) malos y de permanencia endémica. Ni los esfuerzos públicos (INIA, Plan Agropecuario) ni los privados han conseguido mejorarlos.
Además, la ganadería sufre en el presente la tormenta devenida con el traspié chino de baja brutal de precios (más el desatado coronavirus) así como el golpe a su industria por tal motivo y la carencia de animales preparados para faena. Por no hablar de problemas sanitarios también endémicos: garrapata, bichera, sarna, reproductivas; y comerciales, como la pérdida del mercado de la “Cuota 481”.
Para bien o para mal la situación exige medidas urgentes. De ahí que razonamos que en la “Ley de Urgente Consideración (LUC)” es de orden que aparezcan medidas que actúen como ayuda inmediata para los sectores en estado de gravedad.
No debemos asustarnos (ni políticos ni técnicos) con la palabra “gravedad”. Después de todo si de algo se acusó al Gobierno en retirada fue de la incapacidad de tomar en serio la gravedad de la situación. No hace falta mucho análisis para identificar a sectores necesitados de “una mano” del resto de la sociedad. Estaremos evitando la quiebra de empresas, el desempleo consiguiente, la fuga a los cinturones ciudadanos (pequeños y grandes infiernos a la vuelta de la esquina), el desaliento y el aumento brutal del desequilibrio arriba mencionado.
La LUC, en la consideración del articulado destinado al sector, no parece actuar con la urgencia necesaria. No queremos ahora y en este lugar entrar ni en detalles de sectores ni de medidas a proponer. Porque además, casi todos sabemos cuáles deben ser esas medidas.
No son las medidas que nos gustarían. Nos gustaría un diseño de país de largo aliento, productivo y eficiente, con felicidad y ventura para todos. Que por ese motivo la gente pidió un cambio y es inexorable cumplir con ella.
Pero si bien apena caer en la recurrencia del Bombero, quien tiene la dinámica de apagar incendios, los incendios hay que apagarlos.
(*) Ingeniero Agrónomo.