Llamó la atención la escasa cobertura dedicada al quinto encuentro anual del movimiento Un Solo Uruguay (USU), que tuvo lugar el domingo 23 en la localidad de Santa Bernardina. Más aún si tenemos en cuenta que fue aquel primer encuentro de “autoconvocados” de 2018 que marcó el inicio de un viraje político que culminaría con la victoria de la actual coalición de gobierno en las elecciones de noviembre de 2019. Pero, ¿qué cambió en estos cuatro años?
La diferencia más visible es que la pandemia trajo una suba en los precios de las materias primas que permitió la recuperación de varios sectores agroindustriales que previamente apenas lograban superar la línea de flotación. Sin embargo, esto no se vio reflejado en un alivio para muchos pequeños y medianos productores cuyos problemas son más de naturaleza estructural, y que para emerger necesitan del apoyo de un Estado presente, categoría que trasciende la necesidad de subsidios y financiamiento en condiciones favorables, y que engloba el rol del Estado como protector de familias que con gran sacrificio todavía mantienen a nuestra campaña poblada. Si las idas y vueltas en torno a la misión del Instituto de Colonización no contribuyeron en ese sentido, la percepción de un sistema impositivo sesgado en contra de los más débiles encendió aún más los ánimos. Máxime cuando, a la vista de todo el mundo, la magnitud de las concesiones a las necesidades de UPM no cesa de ampliarse. En el 2021 fueron los sobrecostos de la obra del Ferrocarril Central asumidos por el Estado uruguayo. Y en 2022, ¿quién se hará cargo del costo de las urgentes medidas para evitar futuros incendios forestales? Si la proclama del año anterior había llamado la atención sobre la necesidad de un Estado eficiente, esta vez la proclama apuntó directamente a esa vaca sagrada que ha demostrado saber navegar como nadie las turbulentas aguas de la política y los medios uruguayos.
Sin embargo, el silencio se rompió este lunes cuando, entrevistado por Emiliano Cotelo en En Perspectiva, un conocido lobista del complejo celulósico-forestal se refirió en términos bastante despectivos hacia USU, hacia Cabildo Abierto e, indirectamente, a la gran mayoría de los productores que no son beneficiarios, ni directa ni indirectamente, de las prebendas que desde el poder son generosamente repartidas a un selecto grupo de privilegiados. El argumento de fondo no es muy diferente al que esgrimía Martínez de Hoz hace cuatro décadas. Hay sectores altamente productivos que trabajan a la escala ideal y que tienen todo el acceso a las finanzas, lo que les permite mantener el nivel de inversiones necesario para mantener sus niveles de productividad. Todo el resto, o el “chiquitaje” –según este charlatán–, está condenado a desaparecer. Claro, al igual que los teóricos del neoliberalismo, poco dice sobre cómo se desencadenaría este proceso. Basta con repasar la historia desde los hermanos Gracco hasta acá para saber que primero intentarán hacer todo para sobrevivir, para luego sucumbir ante las fuerzas de la liquidación forzada. Se fundirán, los bancos liquidarán los pocos activos que les queden, los carroñeros se aprovecharán con la complicidad de los bancos y los campos terminarán consolidándose en grandes y “eficientes” explotaciones. Este es el camino que se decidió a interrumpir el presidente Idiarte Borda cuando instruyó la fundación del BROU. Y es también la fiesta que arruinó el Dr. Gabriel Terra, principal motivo por el que no se lo perdona hasta el día de hoy. Para estos apologistas de la disgregación y de la degradación moral del hombre, la gente simplemente se “reciclará” o se “reinventará” por la acción de una mano invisible, la gracia divina o la creación destructiva de Schumpeter.
El mensaje es sencillo: estos productores están destinados a desaparecer y hay que dejar que el destino corra su curso. Ese es el dogma de ese liberalismo libretado en ultramar por cabezas pensantes, y que contaban con armadas de bucaneros en caso de que no alcanzara con inculcar sus novedosas ideas en las mentes de las elites criollas.
Paradojalmente, esta es la misma conclusión a la que llegó Stalin cuando decidió descartar la Nueva Política Económica (NEP) para reemplazarla por el Plan Quinquenal de 1928, con el objetivo de acelerar la industrialización y aumentar la producción de acero de la Unión Soviética. Pero este sector altamente “eficiente” de la economía requería de alimentos producidos por un campesinado que se resistía a perder su libertad económica, pero que no producía los excedentes necesarios para alimentar a las poblaciones urbanas que trabajaban en los sectores “más dinámicos” de la economía soviética. Es así que, forzosamente, se produjo la mayor colectivización agrícola de la historia.
Antes, como ahora, el argumento era uno de supuesta modernidad y eficiencia. Los campesinos de Ucrania debieron sufrir hambrunas y muerte en manos de un gobierno centralizado y tecnocrático. Hoy vivimos bajo un régimen de libertades individuales y una libertad económica que harían impensables las atrocidades del kulak. Sin embargo, no son pocas las similitudes en un razonamiento economicista y darwiniano que deja de lado al ser humano. Quizás estos pequeños productores ganaderos, cada vez más encerrados por las grandes extensiones de tierra y la forestación, estén en realidad integrados a un verdadero koljós sin que lo hayan advertido. Cabe la sospecha cuando recordamos que fue el astorismo-bergarismo el gran impulsor no solo del acuerdo con UPM, sino de todo lo que tiene que ver con concentración empresarial, en sectores que van desde la lechería hasta la cerveza, creando en el camino meteóricas carreras para algunos destacados miembros del sindicalismo caviar. La famosa frase del Gattopardo nunca estuvo tan presente como ahora: “Qué todo cambie para que todo siga igual”.
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