Decía Aristóteles que existen en nuestro lenguaje términos unívocos, que son los que se emplean siempre en el mismo sentido (agua o reloj); términos análogos, que se aplican a distintas realidades en el mismo sentido, como cara triste o noche triste; y términos equívocos, que se puede emplear en sentidos totalmente diversos, como vela, por ejemplo. O, para nosotros, “liberalismo”. ¿Por qué entendemos que “liberalismo” es un término equívoco? Porque hay tantas acepciones de “liberalismo” que, con el solo término, no alcanza para saber de qué estamos hablando.
Uno de los errores de nuestro tiempo, es meter todos los liberalismos en la misma bolsa, pues son muchos y muy variados, tanto por su origen como por su contenido. Existe un liberalismo económico, un liberalismo político y un liberalismo moral. Pero la cosa no termina ahí, puesto que hay tantas formas de interpretar estos liberalismos como liberales hay… Hay liberales que no son relativistas, aunque la mayoría sí lo son. Esto último es consecuencia de utilizar la libertad como principio guía, y no la verdad –cuyo conocimiento es lo que nos hace libres–.
Alguna vez, como críticos que somos del liberalismo y del marxismo, hemos señalado que estas ideologías, aparentemente contradictorias, tienen sus coincidencias. Sin embargo, no son idénticas. ¿Por qué? Porque el socialismo –el comunismo marxista– es perverso de suyo, en tanto y en cuanto es total y absolutamente materialista. Niega a Dios y no reconoce otra realidad fuera de lo material. Mientras tanto, si bien hay liberales que niegan a Dios, y que son clara y notoriamente materialistas, hay otros que no caen en semejantes errores.
El problema de fondo, es pues, la cosmovisión eminentemente materialista con que la que se encaran la economía, la política, la moral en el mundo de hoy, tanto por algunos liberales como por todos los socialistas. En su cosmovisión no hay lugar ni para Dios, ni para las aspiraciones más altas y profundas del alma humana –que es, sin duda alguna, espiritual–. Si el obrar sigue al ser y el hombre es capaz de operaciones espirituales como pensar, comprender y amar, entonces debe tener, lógicamente, un alma espiritual. Y por tanto, inmortal.
¿Es posible superar estos errores? Creemos que sí, y que la solución pasa por promover la responsabilidad. La mayor parte de los problemas que presentan estas ideologías podrían resolverse si los liberales –que se preocupan ante todo por la libertad individual– y los socialistas –que se preocupan ante todo por la equitativa distribución de la riqueza– pusieran todo su empeño en enseñar a las nuevas generaciones a pensar, decidir y actuar con responsabilidad: personal y social.
Muchos desmanes, excesos y abusos desaparecerían o se reducirían a su mínima expresión, si se reclamara menos libertad y se estimulara más la responsabilidad. Desde los hábitos de consumo hasta las conductas sexuales, muchos dolores de cabeza se evitarían si la responsabilidad estuviera más viva, más presente en todos nuestros actos.
Del mismo modo, muchos problemas sociales dejarían de existir o se solucionarían si capitalistas y trabajadores, productores rurales, profesionales, comerciantes, etc. tuvieran más presente su responsabilidad social. Si todos –en el libre ejercicio de nuestra responsabilidad– pensáramos en el bien del otro, tanto o más que en el bien propio, hace rato se habría acabado el socialismo. Porque para terminar con él es necesario terminar también con el individualismo rampante de algunos liberales. Y es que entre la obsesión de los socialistas por obligar a todos a ser solidarios, y la obsesión de los liberales por hacer lo que se les canta con su dinero, está el justo medio de la responsabilidad. Porque en realidad nuestros derechos no terminan donde empiezan los de los demás: terminan donde empieza nuestra propia responsabilidad.
Ciertamente, no hay como el amor del cristianismo para oponerse al materialismo. Pero en una sociedad como la nuestra, oponer al materialismo la responsabilidad –personal y social– sería un gran avance. Por supuesto que esta responsabilidad será mucho mayor en quienes son capaces de amar al prójimo como Cristo los amó a ellos. Esa es la hipótesis de máxima. Pero si el mundo se resiste a entender que el límite de la libertad está en la verdad, quizá llegue a aceptar como hipótesis de mínima: que su límite se encuentra en la responsabilidad.
Nuestros derechos no terminan donde empiezan los de los demás: terminan donde empieza nuestra propia responsabilidad
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