Es indiscutible que la libertad de prensa debe ser uno de los pilares fundamentales donde tiene que descansar cualquier sistema político que se defina como democrático. Un lamentable deterioro a la libertad de expresión se expande por toda América Latina, siendo hasta ahora Uruguay y Costa Rica las dos notables excepciones.
Según informa la ONG Reporteros Sin Fronteras (RSF), de un listado de ciento ochenta países, Cuba se mantiene como el peor país de la región en términos de libertad de prensa, seguido por Honduras y Venezuela. Haití y Ecuador registran también una acelerada caída en este inventario.
En muy saludable la existencia de organizaciones de este tipo que velan por la necesaria transparencia de la información y las garantías con que deben contar los periodistas para desarrollar su noble profesión.
Menos atención recibe sin embargo la ausencia de organizaciones que velen por los derechos de los ciudadanos a estar correctamente informados. Sería un bien para la ciudadanía que existiera alguna organización – debidamente constituida- que midiera la objetividad de las noticias, la concordancia de las mismas con la realidad y el contexto en que se catapulta la información. Quizás este aspecto de la libertad de prensa fue soslayado pensando que la competencia entre medios y también periodistas, descalificaria rápidamente a aquellos que abusen de la confianza de los consumidores de noticias.
La realidad sin embargo muestra lo contrario. Los medios aunque no son un negocio en si mismo, si lo son en forma oblicua, para apuntalar inversiones (en algunos casos de dudoso beneficio nacional y suceptibles a ser rechazadas) y como tales compiten por dinero y poder.
Los medios pequeños e independientes les resulta difícil sobrevivir, mientras que los grandes tienen mas posibilidades de acceder a importantes sumas de dinero de las empresas anunciantes. Son estos medios los que pueden pagar mejores sueldos, por lo que los periodistas naturalmente terminan migrando a aquellos medios con mejores conexiones con el mundo de los negocios.
Llama la atención que en estos días algún periodista, que opera a través de añejos y conocidos medios, en forma arbitraria se ha cuestionado sobre los aportes menores de campaña, por parte de alguna empresa que ha desdibujado su perfil tras una confusa razón social, justamente al partido político que menos ha invertido en publicidad, exigiéndole transparencia.
Pero el celo Robespierrista se desvanece cuando se trata de averiguar el origen de los aportes de los grandes inversores en publicidad electoral. Tampoco le explican a su audiencia que gran parte del dinero que recaudan los partidos ostentosos, terminan en publicidad que financia las remuneraciones que pagan los medios en que trabajan.
Si bien no podemos ni pretendemos desconocer el ansia de protagonismo fácil y a cualquier precio, de este vulgar mundo post-moderno que nos toca vivir, acotamos una oportuna aspiración a elevar el punto de mira, de la profesora de la Universidad Austral, Patricia Nigro, refiriéndose a las trampas del discurso público y periodístico: “En esta época, al no interesar la ética, tampoco interesa la verdad…”
Y destacando la labor del escritor inglés G. K. Chesterton como paradigma del periodismo comprometido con la verdad agrega: “Entendemos por periodismo una vocación de servicio a los demás, que busca alcanzar la verdad mediante la investigación, la aceptación de las ideas del otro y el debate pluralista. Ahí estamos hablando ya, de un periodismo comprometido con los valores, que debiera sustentar todo profesional de la palabra…”