Como si se tratara de una saga de Hollywood, el atraso cambiario retorna con periodicidad. En general resulta difícil identificar el inicio de una nueva instancia de este fenómeno, dentro de la nube de datos y explicaciones posibles con que analistas y medios inundan el presente. Pero a medida que el proceso avanza y se va haciendo más reconocible, el sistema produce una sensación de falso bienestar que va cebando a múltiples actores políticos, económicos y sociales. Al principio da la impresión que ganan todos. La suba de los salarios medidos en dólares estimula el consumo de bienes importados, lo que genera un boom que beneficia a los importadores y a toda la economía que se mueve en torno a ellos, desde los despachantes de aduana hasta las grandes superficies. Este aumento en el consumo aumenta la recaudación y permite financiar mayores prestaciones sociales, ofreciendo apoyo político y social al proceso.
Pero de a poco la inflación en dólares erosiona la competitividad del sector exportador, al punto que se empiezan a cerrar empresas y destruir empleos, provocando tendencias recesivas. Llegado ese momento, el sistema político intenta mantener la demanda aumentando el gasto público, lo que resulta en un mayor déficit fiscal y una deuda que se acumula. El punto final del ciclo lo marca el momento en que los acreedores no están dispuestos a seguir refinanciando la creciente deuda, provocando una reestructura de la misma acompañada de una fuerte devaluación, y en algunos casos, de una crisis bancaria. De esta manera, el sistema político termina quedando a la merced de las fuerzas del mercado –y más prosaicamente, de los acreedores–, con escaso margen de maniobra. Es así como terminó el juego en 1982 y 2002.
El “milagro económico” del astorismo-bergarismo dejó entre sus preciados legados un nivel de atraso cambiario comparable al que precedió la crisis del 2002. Pero afortunadamente la ciudadanía supo reconocer el fenómeno a tiempo y los mandó a casa, evitando de esta manera lo que parecía un desenlace ineludible. Afortunadamente la ciudadanía reaccionó a tiempo para evitar que nuestro 2022 no sea un 1982 o un 2002. Sin embargo, los desarrollos recientes en términos de política cambiaria y monetaria requieren atención.
En su columna de esta semana en La Mañana, Kenneth Coates nos explica que el BCU contrajo la base monetaria un 25% el año pasado. A esto se agrega que la semana pasada el BCU resolvió aumentar la tasa de interés de referencia del 4,5% al 5%, en otra señal de contracción. ¿Cuál es la explicación? Todo apunta a que el BCU creía poder colocar a la inflación dentro del techo de 7% del rango meta, referencia tomada en cuenta para los ajustes salariales. Pero cuando la inflación superó ese techo en julio, se encendieron las señales de alerta, ya que se arriesgaría con disparar importantes correctivos salariales en 2023. Y la salida más fácil y rápida para evitar ese escenario es provocar una caída en el tipo de cambio. ¿Cuál es la conexión entre la tasa de interés en pesos y el tipo de cambio?
Las acciones del BCU sobre la tasa de interés en pesos tienen poca relevancia para el común de los agentes. Sin embargo, logran alterar significativamente las expectativas de los inversores que se mueven entre colocaciones en pesos y dólares. De esta manera, una suba de tasas de interés en pesos puede provocar una venta de dólares que permita usufructuar la mayor rentabilidad esperada de colocarse en títulos en pesos emitidos por el BCU o el MEF. Sin entrar en detalles de cómo funciona este proceso, se puede decir que en el nuevo equilibrio el BCU termina tomando el otro lado de la posición deseada por los inversores –que por supuesto son muy profesionales y racionales–, que entran en nuestro país detrás de una ganancia esperada. Lo que quiere decir que para el BCU esta operación produce una pérdida esperada, y que termina engrosando el déficit y la deuda pública.
No en vano Chile –el paradigma liberal–, no ha permitido nunca este mecanismo especulativo, que solo enriquece a bancos, inversores especulativos e intermediarios. Pretender controlar la inflación subiendo las tasas de interés en una economía bimonetaria como la nuestra solo terminará por agravar la situación de competitividad y las perspectivas de crecimiento en el mediano plazo. Y como bien explicaron los economistas Thomas Sargent y Neil Wallace hace cuatro décadas en “Una desagradable aritmética monetarista”, toda emisión de deuda a nivel del balance del banco central solo logra transformar inflación actual en inflación futura, o lo que es peor, en una reestructura de deuda.
La raíz de la inflación en nuestra economía se encuentra claramente en el déficit fiscal, que Uruguay deberá ir corrigiendo a medida que la economía se recupera de la pandemia. El camino genuino –y viable política y socialmente– pasa por racionalizar las múltiples deducciones que han venido perforando una fiscalidad sesgada contra el trabajo, regresiva y hasta algo arbitraria. Ese es el camino que viene proponiendo Cabildo Abierto.
El MEF dispone también de instrumentos a su alcance para combatir la inflación que no ha utilizado por años. Nos referimos a las políticas de libre competencia que, al igual que en Chile, parecerían haberse convertido en letra muerta, dejando a la población librada al accionar de importadores y las grandes superficies, que venden sus mercaderías a precios que exceden en varias veces los precios vigentes en la región, aun incorporando diferencias cambiarias, impuestos de importación y costos de transporte. Este es otro tema sobre el cual Cabildo Abierto también insiste, consciente del rol que situaciones similares tuvieron en desencadenar la crisis de confianza política que afecta al país trasandino.
Un país que no demuestra preocupación de que su población acceda a bienes de consumo a precios competitivos no puede aspirar a considerarse un país desarrollado social y económicamente. Lo que ocurre con algunos productos de consumo esencial es algo que Batlle, Manini Ríos y Arena no hubieran permitido ni por un momento. Tampoco lo permitió Pacheco Areco en 1968, cuando instauró la Coprin. ¿Será necesario llegar a este extremo para que los actores se den cuenta que no se puede seguir abusando de la población?
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