Cuando hablamos de lo jurídico y de lo político, debemos ser muy cuidadosos en deslindar conceptos y contenidos cuya proyección es de tal trascendencia en la vida de las sociedades que hace de ambos, los pilares o columnas sobre las que se construyen los Estados.
Por eso, hablar a la ligera de que “lo político está por encima de lo jurídico” no es sólo un soberbio disparate, sino un pensamiento que socava el sustento mismo de una sociedad democrática.
El derecho, en el sentido del sistema jurídico que rige la nación, es el conjunto de normas que legitima, organiza y limita el ejercicio del poder, es decir de ese fenómeno de relación por el cual unos mandan y otros obedecen o como decía León Duguit distingue a los gobernantes de los gobernados.
Maurice Duverger, profesor de Ciencias Sociales de la Sorbona, presentaba a la política con la figura mitológica del dios Jano o Janus, la divinidad de las dos caras: una era la integración y la otra cara la del antagonismo.
Así comparaba al derecho, en esa doble realidad de quien, por un lado como soberano establece las reglas de la convivencia civilizada y por el otro se somete a ellas en su debido cumplimiento. Su contenido moral, es indiscutible y si bien a partir de la obra de Giorgio Dell Vecchio la separación entre derecho y moral quedó para siempre deslindada en campos diferenciados, nunca dejó de mantener su contenido ético ni de pertenecer como sostiene Radbruch al reino de los valores.
La política, en cambio, sin dejar de ser la noble actividad que compromete el accionar generoso de los hombres con vocación de servicio, ha tenido siempre los claroscuros propios del antagonismo.
Sin olvidar que uno de los fundadores de la ciencia política fue Nicolás Macchiavello.
Todo ese breve y elemental desarrollo nos provoca la conclusión a que ha llegado la comisión del Senado de la República que está tratando el desafuero del Senador Manini Ríos y que ha considerado que jurídicamente “no existen fundamentos para la formación de causa” y sin embargo, por razones políticas, se decide postergar su decisión, como se acaba de anunciar.
Entonces, cabe preguntarse: ¿es que lo político está primando sobre lo jurídico en el propio ámbito del Palacio de las Leyes?
Los hechos de estos días han demostrado a los ojos de la opinión pública que Manini Ríos ha sido víctima de una maniobra que se viene gestando desde hace mucho tiempo atrás, y que lo trasciende ampliamente. El foco en su persona y en Cabildo Abierto obliga entonces al analista avezado a pensar que pueden existir otras razones no tan visibles. ¿Quiénes podrían estar interesados en sacar al conductor de Cabildo Abierto del trillo?
No se nos ocurriría pensar que la firme voluntad de Manini Ríos de combatir las redes de narcotráfico -que controlan una parte importante del territorio urbano de nuestro país- estén ejerciendo algún tipo de influencia en el asunto. Tampoco que el medio mexicano-guatemalteco que controla varias radios en nuestro país esté ejerciendo algún grado de presión sobre sus periodistas, como seguro no lo hace en Guatemala ni en ninguno de los países en que opera para influenciar los gobiernos de turno. Menos aún se podría sospechar de un sistema financiero que gracias a los oficios del régimen progresista ha logrado endeudar a las familias uruguayas a tasas que superan el 150%. Menos que menos podemos pensar que los fuertes intereses de la industria global del cannabis estén preocupados porque un oficial retirado del Ejército Nacional haya emprendido su carrera hacia el gobierno. Ni que hablar de UPM y su generoso apoyo a nuestro país, su medio ambiente y sistema educativo, entre tantas otras cosas.
Por suerte vivimos en Uruguay, y todos los días escuchamos reafirmaciones de republicanismo, la institucionalidad, la independencia de la justicia y la defensa de la democracia. A veces sospechamos un poco, pero solo por un rato, cuando vemos que algunos de sus voceros adoran todavía trasnochados totalitarismos. Pero no, debemos estar tranquilos. Nada de lo anterior ocurre en Uruguay, quien piense lo contrario seguro ve conspiraciones por todos lados. Pensar cosas de este tipo sería propio de un mundo distópico que nada tiene que ver con la realidad que escuchamos y leemos diariamente a través de la prensa independiente.
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