El reciente hallazgo de los restos de un nuevo detenido desaparecido configura un hecho luctuoso, para todo nuestro país, que nos merece algunas reflexiones.
En todas las civilizaciones la vida humana estuvo recubierta de una aureola sagrada para ponerle freno a la constante tentación del animal hombre de no respetar a su semejante. En el capítulo cuarto del Génesis Judeo Cristiano -el primer libro de la Tora y del Antiguo Testamento- nos narra que Caín mató a Abel. De ahí la sucesión de crímenes, de guerras y de todos los innecesarios derramamientos de sangre que como una enfermedad endémica ha asolado a la humanidad a través de los tiempos.
Pero que el siglo XX es “un despliegue de maldad insolente ya no hay quien lo niegue…”
Los muertos también gozaron de sacralidad. En las más encarnizadas confrontaciones, siempre hubo un tácito respeto por los cuerpos de los que caían en un bando o en otro, en victoria o en derrota. Nunca existieron razones para escatimarle ese postrer despojo a sus seres queridos.
En uno de los primeros textos literarios de la humanidad, La Ilíada, Homero nos describe con que ansiedad el anciano rey de Troya Priamo le suplica a Aquiles que le devuelva el cuerpo de su hijo Héctor. Nuestras épicas guerras civiles son prodigas en escenas de encarnizado salvajismo en la ejecución de prisioneros que se habían rendido en derrota. Con la clásica degollatina.
“Tené paciencia hermanito que la muerte es un ratito…”
Pero los cuerpos de los caídos o de los degollados no se los dejaba expuestos a las aves carroñeras ni a los perros cimarrones.
Hay una anécdota de la penúltima guerra de Blancos y Colorados la Revolución del 97 donde la barbarie le cede lugar a lo épico.
Fortunato Jara legendario montonero blanco de la Guerra Grande, ya con casi 80 años se incorpora con 250 hombres a Saravia y Lamas. En la batalla de Cerros Blancos (Rivera) cuando el flanco derecho del ejército revolucionario retrocedía en desbandada, Aparicio le mandó al veterano lancero – que con el grado de coronel comandaba la división 10 ª, a reforzar la maltrecha ala. Y Jara ordena una típica carga a lanza y fue herido de muerte. A pesar de lo reñido de la lucha Saravia logró rescatar el cadáver del viejo Guerrero y al otro día se le dio sepultura con todas las solemnidades de estilo en aquella época, aún en tiempos de guerra. A los pocos días su tumba fue encontrada profanada por soldados colorados. Cuando el Gral. José Villar jefe del Ejército gubernista se enteró del episodio hizo formar la tropa y averiguó enseguida quienes fueron los responsables. Y los hizo fusilar ipsofacto para dar un gesto que dejara claro la gravedad que significaba para el honor militar, profanar un muerto. Si a esto le agregamos la frase del Coronel (Recién fue ascendido a Gral. en 1905) Pablo Galarza: “En la guerra lo más sagrado es el prisionero”. Nos damos cuenta de la magnitu de la caída…
Lo otro, lo de hacer desaparecer los cadáveres es una práctica deleznable que se pretende justificar con el rótulo de “guerra sucia”.
¿Y de dónde sale esta práctica inaceptable? De los manuales de la “civilizada” Francia, en su guerra colonial para someter a Argelia, seguramente la práctica de los apremios físicos y las torturas sí, pero jamás se hablaba de fabricar desaparecidos…
En estos últimos años se adiciona un componente más a esta falta de respeto no ya por la vida sino también por los muertos. Sucede cotidianamente en México en los últimos años (entre 2009 y 2014 se hallaron 390 fosas con más de 1.500 cuerpos) supuestamente bandas armadas en ajuste de cuentas entre narcos o vaya uno a saber si la mayoría de las víctimas no son totalmente ajenas a esa ominosa realidad. Y sí son inocentes, como aquel grupo de 43 estudiantes en Iguala, que hasta ahora se sigue sin esclarecer el horrendo crimen!
Y esto de ocultar los cuerpos en ignominiosas fosas comunes no es primicia de esta neo-modernidad. Bástenos recordar la masacre de la intelectualidad polaca organizada por Lavrenti Beria en Smolensk el 5 de marzo de 1940, descubierta por los alemanes tres años después (y denunciada por los nazis como si no formará parte de pacto germano-soviético). Allí yacían 22.000 cadáveres de intelectuales, universitarios, sacerdotes y algunos militares. La tristemente célebre fosa de Katyn!
Tenemos que aceptar que nuestros conflictos políticos dirimidos por las armas hasta la guerra de 1904, forman parte de nuestros tiempos homéricos. Si bien corrió sangre se respetaron los códigos. No podemos no recordar el duelo a lanza del jefe blanco Timoteo Aparicio y el jefe colorado Gregorio Suárez en el cual resultó vencedor el primero y el temible Goyo Geta quedo tendido, desangrandose en los pastos, y salvo su vida gracias a que el noble Timoteo le envió su médico personal para que lo auxiliara.
Otro universo muy diferente se abre en Latinoamérica a partir de la Conferencia de Olas de 1967. Los movimientos de insurgentes guerrilleros son reprimidos con extrema dureza, caso del Che en Bolivia. Y el capítulo que se abre en nuestro país se lo pretende caratular como “guerra sucia”. A partir del año 1972 la guerrilla del MLN estaba prácticamente controlada. No obstante lo cual la ofensiva militar siguió de largo en aras de las doctrinas difundidas desde Washington de la “Seguridad Nacional”. Y así llegamos al famoso 9 de febrero del 73 donde el presidente electo Bordaberry deja de ser obedecido por los mandos militares. Surgen los comunicados 4 y 7 y con ellos la subrogación del poder donde comienzan los excesos de la represión. Es lo que se da en llamar, la historia reciente.
Lo que sucedió después es harto conocido. Luego de disolver las cámaras y conculcar todas las libertades públicas se instaló una dictadura, que relegaba a todos las organizaciones civiles –políticas y gremiales- a un segundo plano y se daba el nombre eufemístico de gobierno “Cívico-Militar”. Asistíamos a una tendencia – cuasi determinista- que se reproducía en todos los países del Cono Sur. Era como un irresistible e inexorable fenómeno climático. Como siempre los forenses aparecen después de pasados los años y dan su sesudo diagnostico post-morten. Se trataba de un planificado operativo digitado desde el norte y su gestor era el todopoderoso secretario de Estado Henry Kissinger.
No nos gustan los esquemas en blanco y negro. La realidad es más rica en matices. Pongamos el foco en nuestro Río de la Plata.
A fines de 1974 y comienzo del 75 nuestro país ya estaba totalmente controlado por el nuevo régimen dictatorial. (“La paz reinaba en Varsovia”).Solo bastaba resolver los temas sucesorios y decidir si seguían o no con la fachada de un presidente elegido por el pueblo o si daban rienda suelta a las ambiciones de los pretorianos y procuraban algún leguleyo para “hombre paja”.
Inesperadamente todo el aparato de represión se larga a desmantelar con brutalidad inusitada al Partido Comunista del Uruguay que hasta ese momento discuplinadamente no había cesado de buscar la oportunidad de encontrar algún justificativo para acordar un pacto. Y esta violenta represión absolutamente injustificada e inoportuna fue la que generó más torturados y talvez desaparecidos.
Parafraseando a Dickens podríamos hablar de una “historia en dos ciudades”. ¿Mientras tanto qué acontecía en la otra orilla del río? En marzo de 1976 se derrocaba a la viuda del General Perón, Isabelita. Golpe de estado militar que venía anunciado ya no por las “Idus de Marzo” sino desde los pulpitos de algún prelado. La misa de Navidad del 75 la organizo el Gral. Bussi en compañia de Suarez Mason, en Tucumán y a la misma asistieron los agregados militar y naval de la Rusia Soviética.
El órgano oficial del Partido Comunista Argentino, La Vanguardia, al día siguiente del golpe de estado, editorializó diciendo que se trataba de un golpe democrático a diferencia del de Chile que era netamente fascista. Se elogia a Videla como un General democrático y moderado. Y al poco tiempo el PCA nomina al Gral. Roberto Viola –el verdadero hombre fuerte de la dictadura- como “El Hombre del Año”. Qué actitud tan desigual en territorios que apenas los separa un río. El PCA y PCU de nuestro país eran muy similares en su estructura, y hasta ambos acataban monásticamente las directivas de la URSS.
A tal punto el PCA era funcional al régimen que, en una oportunidad en un desborde represivo, se detiene en uno de los tantos operativos inconsultos, al Comité Central del PCA, al Comité metropolitano y al Comité del barrio La Paternal del PCA. Este imprudente procedimiento motivó que se acuartelara el Cuerpo del Ejercito 1 para exigir la inmediata liberación de los dirigentes comunistas. Y el diario La Prensa de Gainza Paz títuló: “Se pretendió desestabilizar al proceso…”
¡Lo que cuesta entender es la actitud tan disímil de los que ostentaban el omnipotente poder dictatorial a tan poca distancia, si es que el Plan Cóndor era una realidad!
El general Líber Seregni, fundador del Frente Amplio, ya retirado de la conducción de la coalición de izquierdas, en un reportaje que le realizó Néber Araujo en el año 2000, con motivo del planteamiento de que el gobierno tendria que pedir perdón por los llamados crímenes de lesa humanidad, fue muy claro en sus respuestas: “La necesidad de pedir perdón es un proceso individual, de cada uno de nosotros consigo mismo, pensando en un proceso de espíritu se llega o no a la conclusión que cometió una falta o un delito tremendo o una aberración y siente consecuentemente la necesidad de pedir perdón por esos hechos cometidos.
“Y esto yo lo entiendo que es un acto individual, y por lo tanto que no es extensible a las instituciones como el Ejercito, el Parlamento, la Universidad y la Justicia. Las Instituciones no piden perdón, nadie puede pedirle a las Instituciones que pidan perdón…”.