Los que peinamos canas y tenemos la responsabilidad de atender una familia, vemos con mucha preocupación la desaparición de actividades comerciales que se realizaban en los barrios y que paulatinamente fueron desapareciendo.
Almacenes, carnicerías, fiambrerías, panaderías, avícolas, bares, tintorerías, zapaterías, mercerías, lanerías y muchas otras actividades, pasaron a funcionar en grandes superficies ubicadas muchas veces también dentro de los Shopping. Todos ellos, aprovechando beneficios fiscales, realizaron inversiones multimillonarias para concentrar las actividades que hasta no hace mucho desempeñaba lo que se denomina el comercio mediano o los locales de proximidad.
En 1985 abre el primero de los cinco shoppings con que cuenta Montevideo, comenzando así el traslado de las distintas actividades.
Ya casi cayó en desuso la posibilidad de llevar la libreta negra para que el almacenero o comerciante registre la compra y realizar el pago a fin de mes cuando los que trabajan cobran su sueldo.
En lugar de aquella libreta, hoy los pocos negocios que subsisten deben disponer de un POS para cumplir con los requisitos de la Ley de Inclusión Financiera y asumir costos que van a parar a los bancos, disminuyendo los ya menguados beneficios de estos comercios.
Estos negocios de cercanía eran atendidos generalmente por sus dueños y demás integrantes de la familia, que aportaban su mano de obra benévola y brindaba a los jóvenes la oportunidad de hacer sus primeras experiencias laborales.
Cumplían también otras importantes funciones de gran beneficio para el vecindario, siendo depositarios muchas veces de la llaves de la casa que dejaban a su custodia para que la retirara el primer integrante de la familia que volvía luego de una jornada laboral o estudiantil, y compartían su teléfono con todos aquellos que esperaban el borne para concretar el sueño del aparato propio.
Sus puertas abiertas eran un elemento de seguridad y tranquilidad para todos los vecinos, donde siempre encontraban una persona amiga y solidaria a quien pedir una mano y una referencia ineludible e imprescindible para reforzar el sentido de pertenencia a la comunidad barrial, que lamentablemente hemos perdido.
Perdimos también la solidaridad y el relacionamiento social con los vecinos, a quienes encerrados tras las rejas ya no conocemos.
Hacer las compras significaba recorrer el barrio, hablar con los distintos comerciantes que eran también vecinos, pedir un consejo de cómo preparar una comida o seleccionar un producto de calidad.
El whatsapp no existía, las vecinas se comunicaban directamente cuando barrían la vereda o compartían una conversación frente a la entrada de su casa.
El pasado a veces se puede recuperar bajo distintas formas, hoy solo tenemos la posibilidad de evocarlo.
Remontándonos más atrás en el tiempo, no podríamos dejar de incluir reminiscencias:
-La yapa que los jóvenes pedían al almacenero cuando hacían una compra
-El Bar, que muchas veces funcionaba contiguo a la provisión, en la excelente narración de Enrique Santos Discépolo en su “Cafetín de Buenos Aires”, al que dio música Mariano Mores
Y para terminar, y que no quede la sensación que esa mano de obra benigna afectaba la posibilidad de estudio y por ende de posibilidades de quienes siendo muy jóvenes realizaban actividades de apoyo a sus mayores, vaya la anécdota que el contador Enrique Iglesias ha contado tantas veces: en los años 40, siendo un niño, ayudaba en el almacén de sus padres en Larrañaga y 8 de Octubre, registrando las compras de los clientes en las libretas, haciendo él las cuentas a fin de mes y repartiendo los pedidos a domicilio.
Yo viví a pocos metros de ese almacén y lo recuerdo.
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