Jeremy Clarkson ha pronunciado finalmente lo que no se podía decir. Antes del lanzamiento de la segunda serie de Clarkson’s Farm (la Granja de Clarkson, documental de televisión sobre la vida de Jeremy Clarkson, un agricultor británico) la semana pasada, el agricultor más famoso de Gran Bretaña declaró: “La comida es demasiado barata. Sé que esto no se puede decir eso, pero es demasiado barata”. Clarkson pretende que los precios de los alimentos se dupliquen, porque actualmente los agricultores “trabajan siete días a la semana con el brazo metido en el trasero de una vaca a cambio de nada”. Si usted es un consumidor, con una inflación en los alimentos del 14,6% anual, sin duda desearía que Jeremy Clarkson se callara. Si usted es un agricultor, con una inflación de los insumos de hasta el 400% en el caso de la electricidad, lo aplaudirá por expresar una verdad que normalmente solo se murmura a puertas cerradas. Los alimentos son demasiado baratos.
En los años 50, aproximadamente un tercio del presupuesto de un hogar medio era destinado a la alimentación; ahora, es alrededor de una décima parte. ¿Cuál es el costo de este abaratamiento? Bueno, aparte de la ruina del medio ambiente agrícola por la explotación implacable, los alimentos se han devaluado: ahora tiramos un tercio de ellos. Además, los agricultores “trabajan a cambio de nada”, o más o menos. Un informe de diciembre pasado revelaba que los productores de cereales reciben, en promedio, 9 peniques por un pan de 800 gramos cuyo precio de venta al público es de 1,14 libras. Si se toman en cuenta los costos de cultivo y cosecha, el agricultor de cereales obtiene un beneficio de solo 0,09 peniques. Este informe analizó también otros alimentos de consumo cotidiano, por ejemplo, manzanas, queso, hamburguesas de carne vacuna y zanahorias. En todos los casos, los agricultores o ganaderos recibieron menos del 1% de los beneficios tras las deducciones de intermediarios y minoristas. En algunos sectores de la agricultura, la producción es puramente a pérdida. Durante gran parte de 2022, los criadores de cerdos perdieron 60 libras por cada animal ofrecido a los consumidores. En Navidad, los productores de huevos de granja perdieron casi 30 peniques por cada docena que suministraron.
Bienvenidos, pues, al disparatado mundo de la economía agraria británica, en el que los costos de producción se disparan, pero la cantidad que percibe un agricultor por sus productos termina siendo irrisoria. Un mundo de locos, donde los agricultores subsisten gracias a los subsidios –que, en las últimas décadas, han representado más de la mitad de los ingresos agrarios promedio– y a la diversificación. Cuando se procesaron todas las cifras con la calculadora de la Defra (Departamento de Ambiente, Alimentación y Asuntos Rurales del Reino Unido), se descubrió que el componente agrícola de una explotación británica promedio obtuvo una ganancia de 5.600 libras esterlinas en 2022. Por estas 5.600 libras, el agricultor británico trabaja una media de 65 horas semanales. Muchos en la explotación ganadera trabajan más de 100 horas a la semana, todas las semanas, haga el tiempo que haga. No pueden tomarse un descanso ni siquiera caer enfermos: el ganado depende de ellos como los niños.
No es de extrañar que, dadas las largas y duras jornadas de trabajo a cambio de poco dinero, los agricultores estén abandonando el sector o reduciendo la producción. Pero la economía clarksoniana falla en su supuesto optimista de que cualquier aumento en el precio final de venta al público terminará repercutiendo en el agricultor. En el Reino Unido, la venta minorista de comestibles está dominada por los supermercados, que acaparan el 95% del gasto de los consumidores en alimentación. A su vez, el negocio de los supermercados está dominado por los “cuatro grandes”: Tesco, Sainsbury’s, Asda y Morrisons. A pesar de la inflación y la crisis en el costo de vida, estos están obteniendo grandes ganancias. Sainsbury’s anticipa ganancias por 690 millones de libras este año fiscal, mientras que Tesco espera beneficios de entre 2.400 y 2.500 millones de libras. Desde la apertura del primer supermercado en Gran Bretaña –una cooperativa en Manor Park en 1948–, el modelo de negocio de los supermercados de apilar mucho y vender barato ha consistido en exprimir el precio al proveedor hasta que empieza a doler. De allí proceden sus pingües ganancias. Así de sencillo. Alguien paga por la “guerra de precios” de los supermercados y casi siempre es el agricultor. ¿Esa benévola oferta de dos por uno en las cajas de frutillas? Detrás de la etiqueta hay miles de agricultores que firmaron un contrato para entregar esas frutillas sin fijar un precio.
Los supermercados están fallando a los agricultores en formas que no se limitan a la mísera retribución. Todos los agricultores que han tratado con uno –o peor aún, con el intermediario, la organización de productores– tienen historias sobre pedidos cancelados sin justificación ni aviso, sobre la búsqueda de un proveedor extranjero más barato, sobre el rechazo arbitrario de frutas y verduras por carecer de la estética correcta. Las grandes empresas agrícolas son capaces de capear las vicisitudes de suministrar a los supermercados, pero a las más pequeñas no les va tan bien. El Consejo para la Protección de la Inglaterra Rural cita la “desigualdad de poder” entre supermercados y proveedores, a la que se atribuye la quiebra de pequeñas y medianas explotaciones agrícolas; solo en Inglaterra, el número de explotaciones pasó de 132.400 en 2005 a 104.200 en 2015, según datos de Defra, lo que supone una pérdida de más de una quinta parte de todas las explotaciones en solo diez años.
Los agricultores tienden a no quejarse a su supermercado o al temido intermediario, por miedo a las represalias. Tesco tiene casi el 30% del mercado de carne de cerdo del Reino Unido, así que si les haces enojar, encontrar otro punto de venta no es nada fácil. “Lo que me preocupa es que la mayoría de los agricultores y ganaderos están increíblemente nerviosos a la hora de hablar”, declaró Minette Batters, presidenta del Sindicato Nacional de Agricultores, al Telegraph la semana pasada, al preguntarle por las prácticas de mano dura de los supermercados. “Son conscientes de que corren un gran peligro de que se les retiren sus productos de la lista”. Puede que los agricultores no se atrevan a hablar en público, pero en la intimidad de sus hogares 500 de ellos rellenaron una encuesta para el informe “Más allá de la puerta de la granja” de Sustain. Solo el 5% prefiere vender a los supermercados y la abrumadora mayoría desea vender a nivel local, a través de minoristas independientes, sistemas de cajas y la puerta de sus granjas. Esto les reportaría más beneficios, además de contribuir al reducir el cambio climático y a los objetivos de protección del medio ambiente. Tanto para los agricultores como para los consumidores, todo ayuda.
John-Lewis Stempel, en Unherd
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