Recuerdo bastante bien aquel 2 de abril de 1982, día en que las Fuerzas Armadas argentinas desembarcaron en las Malvinas y se hicieron con el control de la isla. Acababa de cumplir los 18 años y, por eso, cuando Inglaterra decidió enviar su flota para recuperar las islas por la fuerza, mi primer pensamiento fue: “Si hubiera nacido del otro lado del Río de la Plata, estaría yendo a la guerra…”. Dramático pensamiento para mí; trágica y heroica realidad para muchos muchachos que entonces tenían mi edad.
Siempre guardé gran respeto y admiración por la fe y el patriotismo de aquellos chicos que, con uniformes del colegio, se presentaron como voluntarios para ir a pelear contra los gurkas. Es difícil saber si tenían plena conciencia de lo que estaban haciendo; pero seguramente sabían que podían morir y, aun así, decidieron arriesgar sus vidas por su patria, por defender lo que entendían era su deber. Así lo manifiesta al menos, la carta del teniente Estévez a su padre, fechada en Sarmiento, el 27 de marzo de 1982:
Querido papá:
Cuando recibas esta carta, yo estaré rindiendo cuentas de mis acciones a Dios. Nuestro Señor, Él, que sabe lo que hace, así lo ha dispuesto: que muera en el cumplimiento de mi misión. Pero ¡fijate vos qué misión! ¿No es cierto? ¿Te acordás cuándo era chico y hacía planes, diseñaba vehículos y armas, todos destinados a recuperar las islas Malvinas y restaurar en ellas Nuestra Soberanía? Dios, que es un Padre generoso, ha querido que éste, su hijo, totalmente carente de méritos, viva esta experiencia única y deje su vida en ofrenda a nuestra Patria.
Lo único que a todos quiero pedirles es que restauren una sincera unidad en la familia bajo la Cruz de Cristo. Que me recuerden con alegría y no que mi evocación sea la apertura a la tristeza. Y muy importante, que recen por mí.
Papá, hay cosas que en un día cualquiera no se dicen entre hombres, pero que hoy debo decírtelas: gracias por tenerte como modelo de bien nacido, gracias por creer en el honor, gracias por tener tu apellido, gracias por ser católico, argentino e hijo de sangre española, gracias por ser soldado, gracias a Dios por ser como soy, y que es el fruto de ese hogar donde vos sos el pilar.
Hasta el reencuentro, si Dios lo permite.
Un fuerte abrazo. Dios y Patria o Muerte.
Roberto.
El teniente Roberto Estévez murió en combate a los 25 años, el 28 de mayo de 1982, y fue condecorado con la Cruz al Heroico Valor en Combate. En Wikipedia, su muerte se narra así: “Durante el combate, Estévez recorría las posiciones, gritando órdenes, bajo el fuego británico. Al salir de un pozo recibió dos balazos, uno en el brazo y otro en la pierna izquierda. Tambaleándose, llegó al pozo contiguo. Estévez, quien sin preocuparse de sus propias heridas le preguntó al soldado conscripto herido y ensangrentado Sergio Daniel Rodríguez si se encontraba en buen estado, tomó un fusil FAL y comenzó a disparar; luego, por radio estuvo dando nuevas órdenes. Eran cinco soldados en el pozo en ese momento. Estévez, nuevamente sin importarle sus heridas, tomó el casco de un soldado argentino muerto y se lo colocó en la cabeza al soldado Rodríguez para protegerlo. En ese momento recibió un nuevo balazo en el pómulo derecho, y aunque se trató de auxiliarlo, tras decir unas palabras que no pudieron ser entendidas, falleció”.
¿Por qué este recuerdo? Porque en tiempos donde la debilidad de buena parte de la sociedad es la norma; donde a cada paso la gente se ofende, se deprime y se descompensa ante la más mínima contradicción, cuestionamiento o comentario, resulta por demás aleccionador reflexionar sobre el coraje de estos jóvenes héroes; jóvenes, que no decidieron sobre la guerra, pero que estuvieron a la altura cuando ella tocó a sus puertas; jóvenes cuyo coraje no se explica, obviamente, sin un sólido bagaje de formación humana y cristiana desde la cuna.
En este mundo materialista, decadente y flojo, la fe en Dios, el amor a la familia, la entrega generosa al servicio de la Patria y el agradecimiento a sus mayores que trasunta la carta citada son, a nuestro juicio, materia de larga y serena meditación.
Dios quiera que nuestra patria nunca se vea afectada por un conflicto armado. Pero hay conflictos –como la guerra cultural en curso– para los que nuestros jóvenes deberían estar preparados. En este contexto, reflexionar sobre los principios por los que vivió y murió el teniente Estévez, parece hoy más importante que nunca.
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