Lenta e inexorablemente ha ido ganando terreno en Uruguay una modalidad de facto, pero que está totalmente reñida con el marco jurídico vigente: la delincuencia que se instaló en el país de forma casi imperceptible.
La ciudadanía y el delito se vienen disputando de hace años los espacios públicos en una puja en que los ciudadanos se han visto forzados a claudicar sin resistirse a los delincuentes. Cada noche que optamos por no salir de nuestras casas, cada reja y cada alarma que instalamos, cada espectáculo al cual decidimos no asistir, es una instancia más de renunciamiento a nuestros derechos. Mientras tanto, la delincuencia se va haciendo espacios en la República, y en el proceso va adquiriendo su propio “conjunto de derechos”. En una época que pareciera garantizar derechos a quien los reclame sin tener en cuenta obligaciones, el “colectivo” de los delincuentes aprovecha cualquier tibieza que percibe en el Estado para ganar terreno.
En ese sentido, en un mediático operativo realizado por el Ministerio del Interior, un grupo acusó al sociólogo a cargo de ser un “anti-chorro”. Todo esto fue delante de cámaras, que habían sido convocadas para filmar en vivo la “idea del día” en seguridad. Resultó claro a los televidentes que ese “colectivo” consideraba que tenía un derecho adquirido que estaba siendo violado por quien para la ciudadanía representaba la autoridad del Estado.
Si lo anterior es sintomático del modo de relacionamiento entre el Ejecutivo y la delincuencia, el relacionamiento que el Estado ha adoptado con los ciudadanos no es menos llamativo.
La respuesta casi automática de las autoridades del Ejecutivo frente a los crímenes ha sido invariablemente cuestionar el comportamiento de la víctima; si el policía usaba chaleco o no, si se encontraba fuera de servicio, si la persona intentó resistirse, etc. El resultado es hacer a la ciudadanía cada vez más temerosa, un mecanismo tan perverso como eficaz para mantener a los ciudadanos de bien encerrados en sus casas, como aprendieron los alumnos predilectos de la barbarie soviética. Bien vale traer a colación esta semana en la cual se cumplen 30 años de la caida del muro de Berlín, ícono del derrumbe de toda una ideología
Lo cierto es que la delincuencia hoy goza – por la vía de los hechos – de lo que aparenta ser un derecho adquirido, que le permite circular por el territorio y cometer sus crímenes sin temor a la Policía y a la Justicia. Su único límite es su propia voluntad y conveniencia, y de esta manera los asesinatos van cobrando dolorosa notoriedad en las páginas de los diarios y los informativos. Ya casi no hay noche en Uruguay que no se cierre con un nuevo derramamiento de sangre.
Pero lo ocurrido la semana pasada en pleno centro de Treinta y Tres significa la aparición de una nueva dimensión al problema. Un comerciante llegaba a su casa cuando fue sorprendido por tres delincuentes que a punta de pistola maniataron a su esposa y le exigieron dinero en efectivo. No conformes con la suma entregada, y ante la insistencia de los cacos , el comerciante decidió defenderse con su arma, resultando gravemente herido. El hombre fue a parar al CTI, y de los tres delincuentes no se tienen noticias. ¿Es posible que hasta el día de hoy no existan noticias de los delincuentes?
Ante la clara incapacidad de perseguir y enjuiciar a los delincuentes, el peso del Estado recae sobre aquellos que tozudamente quieren defender a sus familias, su propiedad y su dignidad. Y con esto de a poco se va debilitando la voluntad de resistirnos a esta perversa modalidad.
En el otro extremo, Salto se está convirtiendo en un infierno. Un delincuente amenaza al conserje de un hotel y logra entrar en todas las habitaciones. Un joven de 15 años que iba al liceo con su mochila es atacado por un delincuente que con un cuchillo le atraviesa el tórax y casi lo mata. Un liceo público fue asaltado a plena luz del día. Durante la veda electoral, con la complicidad del Estado, se organizaron fiestas bailables con venta de alcohol. ¿Esto es lo que viven los salteños hoy?
Frente a esta realidad que día a día se consolida, ya no solo en la poblada ciudad capital sino que también invade a pequeñas localidades que hasta no hace mucho disfrutaban de un clima pacífico y sus habitantes se jactaban de dormir con las puertas abiertas, ¿a qué apostamos, a “no perder lo bueno, hacerlo mejor” o al cambio en serio?