Prácticamente todos los que trabajan en el área de formación de profesores ya tuvieron contacto con la manifestación de cierto sentimiento muy común entre los estudiantes que se preparan para el oficio de magisterio y también entre los profesionales que actúan en la educación básica: el sentimiento de que las teorías enseñadas durante los años de formación no se aplican a las situaciones reales de las escuelas, particularmente a lo que acontece en los espacios de las clases. Es como si hubiese un universo perfecto en que todo se encaja; todo funciona según los ideales de los teóricos, de un lado; y, del otro lado, un reino de imperfecciones y disfunciones jamás imaginado por los autores de las teorías. Todas las teorizaciones sobre desarrollo humano, aprendizaje, métodos de enseñanza, gestión escolar y otros, todo se derrite en el aire, todo se transforma en palabras sin nexo, en cuanto el profesor se adentra en los muros de la institución de enseñanza.
Marcus Vinicius da Cunha, doctor en Historia y Filosofía de la Educación, San Pablo.
Cuánto más incertidumbre o duda genera un tema o un objeto de estudio –en este caso la educación– aumentan de manera exponencial las interpretaciones, las teorías, las opiniones, distorsionándose no solo la discusión, sino que, además, y peor todavía, provocando un alejamiento de la realidad concreta del objeto que se está analizando.
En esa medida, la confusión que existe sobre algo tan simple como la enseñanza de técnicas, conocimiento y saberes –oficio que tiene miles de años– ha generado la excusa perfecta para provocar una politización de la educación. Esto es fácilmente visible no solo en nuestra institucionalidad a través de los cortocircuitos que se producen entre los sindicatos de la enseñanza y las autoridades educativas del país, sino también en la opinión pública.
De esa forma, el 19 de setiembre salió publicada en el semanario Búsqueda una nota en la que el periodista especializado en educación Juan Pablo Mosteiro acusaba a Cabildo Abierto de alentar un “espíritu” de formación militar por pretender eliminar la “ideología de género” y el “lenguaje inclusivo” de las aulas. La relación que el periodista especializado hizo entre “eliminar el lenguaje inclusivo de las aulas” y “alentar un espíritu militar en las aulas” es al menos curiosa viniendo de parte de una persona que trabaja con el lenguaje y debería saber algo sobre la lengua y sus formas. Porque pretender discriminar por medio de la ideología de género a los fonemas –los sonidos– “a”, “o” en favor del “e”, por una cuestión de denegar el binomio masculino/femenino, no parece algo sencillo, racionalmente hablando, y menos todavía decir indirectamente, pero de un modo tácito, que aquello que establece la Real Academia Española como legítimo –en cuanto a la lengua castellana y sus formas– esté constreñido de un espíritu militar.
En definitiva, lo que propone el equipo de educación de Cabildo Abierto sobre este tema en particular es que la cultura uruguaya no siga deteriorándose, porque si seguimos por este rumbo es posible que en unos años comencemos a hablar de los analfabetos digitales.
Pero como bien decía Ludwig Wittgenstein, “la mayor parte de las cuestiones y proposiciones de los filósofos proceden de que no comprendemos la lógica de nuestro lenguaje”. Y en esa medida, hay quienes parecen haber olvidado que toda enseñanza, toda educación, se realiza a través y por medio de las palabras
Obviamente, lo que dice Cabildo Abierto acerca del lenguaje inclusivo lo piensa la gran mayoría de nuestra sociedad. No obstante, es evidente que la enseñanza en sí cada vez interesa menos a los educadores y especialistas, y cobra mayor magnitud el valor de utilizar a la educación como una herramienta ideológica y política.
De esa forma, el llamado “lenguaje inclusivo” parece gozar, según los estándares de la izquierda woke del Uruguay, de cierta legitimidad, siendo acaso un ejemplo de los bajos niveles de lecto-escritura que transversalmente afectan a nuestra sociedad digital. Porque para comprender un poco de este tema, hay que saber algo de la historia de los géneros gramaticales.
El carácter masculino o femenino de un sustantivo perteneciente al tipo de lenguas de la familia indoeuropea –a la que pertenece el castellano por derivar del latín– se reconoce por las formas de los adjetivos con los que se relaciona. Por ejemplo, las palabras latinas pater (padre) y gallus (gallo) tienen género masculino porque se construyen con las formas adjetivas iste (este), bonus (bueno). En cambio, mater (madre) y ficus (higuera) son femeninos por que se construyen con ista (esta), bona (buena). Sin la concordancia con el adjetivo, la distinción masculino/femenino no existiría entre los indoeuropeos.
De hecho, esta categorización gramatical no se acopla a un imaginario común o cosmovisión como pretende el terraplanismo intelectual actual, por ejemplo, en alemán Mond (luna) es gramaticalmente masculino, pero en la poesía de Goethe An den Mond (A la luna) bajo ningún concepto se personifica a la luna como un ser masculino, y lo mismo sucede con el alemán Sonne (sol), que es femenino gramaticalmente.
En definitiva, los antiguos gramáticos a la hora de describir la lengua que hablaban establecieron ciertas categorías que tenían mayor o menor complejidad entre las que se encontraban: animado/inanimado, humano/no humano, macho/hembra, grande/pequeño, líquido/sólido. Pero estas categorías son categorías lingüísticas y no necesariamente son categorías que tengan una referencia real. Antoine Meillet rechazaba la idea de que la clasificación de los nombres haya sido originalmente conforme a tres géneros: masculino, femenino y neutro. Y según su apreciación la oposición más antigua de los géneros gramaticales estuvo ligada a la dicotomía animado/inanimado.
De esa manera es evidente que la discusión de los géneros gramaticales no debería mantenerse fuera de la gramática, porque el nombre que se le ponga a la categoría sea masculino, femenino, inanimado, animado, no cambia el hecho lingüístico en sí, que es el acto espontáneo y natural de habla, por lo que la ideologización de los fonemas carece de sentido. Más aún, si el objeto que nos atañe es la enseñanza a nuestros jóvenes.
Porque a nuestro modo de ver, el gran problema de la educación nacional en las últimas décadas no es pedagógico per se, sino un problema político. ¿Por qué? Porque la decadencia de la cultura Uruguay está en la falta de contenidos que hay en las aulas. Nunca hubo tantos teóricos en pedagogía y expertos en educación en el Uruguay, sin embargo, lo que verdaderamente escasea son profesores expertos en historia, en matemáticas, en física, en química, etcétera. ¿Cómo puede suceder que un profesor esté dando clases, por ejemplo, de historia, habiendo leído desde su etapa liceal hasta el término de su formación docente apenas y con suerte 200 libros? Obviamente, alguien que leyó solo 200 libros no está capacitado para enseñar historia a nadie. Y ese es el problema. Hay una baja formación del capital humano en todos los niveles de nuestra sociedad.
Quizás sea un buen momento, también, para cuestionarse ciertas cosas que hizo el Frente Amplio en su política educativa, como el plan Ceibal, que tiene obviamente su parte positiva. Mas generó también una realidad: los niños y adolescentes en Uruguay saben mucho de juegos de computadora, pero no vieron nunca en su vida una biblioteca completa, con mapas, con libros antiguos y modernos.
Entonces, lo que dice Cabildo Abierto acerca de la necesidad de seguir profundizando la transformación educativa, no debería sorprender ni al sistema político ni a los opinólogos de turno. De hecho, el problema de una ciudadanía sin educación implica, entre otras cosas, lo que está sucediendo con el plebiscito de la seguridad social. Pues como bien dice Felipe Caorsi en su columna de este número, mientras en Suiza la ciudadanía rechazó una renta vitalicia mediante un plebiscito, en Uruguay hay quienes pretenden hacer una reforma sin cuestionarse de dónde va a salir el dinero: “Evidentemente la riqueza de los países no está en el suelo ni en otros recursos naturales. La riqueza está en la educación de sus ciudadanos, en la inteligencia”.
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