A finales de la década de los años setenta del siglo XX había llegado a su fin uno de los periodos más dilatados de la historia humana, iniciado con la aparición de la agricultura durante el Paleolítico. Por primera vez desde hacía casi ocho milenios, la mayor parte de la población del mundo no solo había dejado de sustentarse practicando la agricultura y la ganadería, sino que habitaba mayoritariamente en ciudades. Este éxodo masivo y global del campo a la ciudad forzaría uno de los cambios culturales y económicos más decisivos de la humanidad y daría origen a la actual configuración de nuestro sistema social y económico.
Uruguay tampoco ha sido ajeno a este proceso, y según los datos que arrojan los primeros censos poblacionales del país podemos ver cómo comienza la reducción de la población rural a partir de los años cincuenta del siglo pasado. De hecho, el primer censo a principios del siglo XX arrojaba la cifra de un millón de habitantes, de los cuales un tercio correspondía a Montevideo y dos tercios al interior del país. En cambio, en el censo realizado en 1963 podemos ver que la población rural era de 498 mil habitantes, y que la población urbana era de 2,097 millones, o sea que la población rural pasó a ser 19,2 por ciento. En los sucesivos censos la población rural continuó reduciéndose hasta alcanzar, según los datos del último censo nacional, apenas un cuatro por ciento.
Por otra parte, los relevamientos que ha hecho el Ministerio de Ganadería Agricultura y Pesca a partir de 1916 sobre los establecimientos rurales también permiten apreciar que la población rural creció hasta 1951. Este crecimiento tenía su causa en la gran cantidad de establecimientos de tipo familiar de menos de cien hectáreas, orientados a abastecer el mercado interno. Pero a partir de 1951 fue decreciendo la población rural como muestran los datos del INE.
En definitiva, este decaimiento de la población rural coincide con la drástica reducción experimentada por el sector de explotaciones de tipo familiar, así como por efecto de la evolución del cambio tecnológico en el agro, que produjo una disminución notoria en la demanda de mano de obra en tareas agropecuarias.
A fin de cuentas, este fenómeno de urbanización de la sociedad está íntimamente ligado al desarrollo tecnológico, a los modos de producción asociados a él y a un tipo de planificación económica. Los establecimientos familiares rurales son representativos de un tipo de economía de pequeña escala, predominantemente autárquica, aunque no exclusivamente, y que puede proveer de un espacio de trabajo para una inmensa franja de la población, aunque no genere un espacio de mercado de consumidores.
Cuando las explotaciones de tipo familiar decrecen, esas familias engordan los márgenes de las ciudades y se tornan consumidores, pero no siempre productores, y he aquí el mayor problema económico de la actualidad: la disociación entre el espacio de producción y el productor, y del otro lado, el espacio de consumo y el consumidor.
Afirmaba el economista Schumacher: “En el mundo moderno, durante los últimos cien años aproximadamente se ha producido un cambio enorme y único en la historia: de la autarquía a la organización. A consecuencia de esto las personas se vuelven menos autosuficientes y más dependientes. Pueden afirmar que tienen niveles de educación más altos que cualquier generación pasada; pero lo cierto es que no pueden hacer nada sin ayuda de otros. Dependen completamente de máquinas fabulosas, de ingresos monetarios cada vez mayores.”
De este modo, ha prevalecido una forma de organización social espacialmente urbana, acorde a una economía basada en la especialización. Al mismo tiempo se vuelve necesaria una compleja red de múltiples dependencias y conexiones, que con una fe ciega en el crecimiento material sin límite y bajo la égida de múltiples centros-ciudades-industriales-financieros ejerce un poder y un control sobre cercanas y distantes poblaciones, espacios y recursos naturales.
Resulta paradójico que la actual cruzada medioambiental llevada adelante por algunas potencias prefiera eludir sus responsabilidades históricas en estos procesos de degradación tanto espacial como social. Y parece al menos llamativo en este neo discurso ambiental la ausencia total de un plan de rehabilitación de la población rural que viene decreciendo en el mundo entero, ya que parecería imposible alcanzar las tan mentadas metas climáticas con una población global netamente urbana y consumista. Además, es evidente que aquellos agricultores que han cultivado sus tierras por generaciones podrían ser una referencia ineludible en lo que refiere al cuidado de los suelos, y también en cuanto al desarrollo de una ética que verdaderamente comprenda el sentido de vivir con humildad sobre la tierra.
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