Para conocer la capacidad mediadora de los Pontífice de Roma en dolorosos conflictos entre naciones, no es necesario ser católico, basta con poseer una cultura media que pudo ser adquirida en la casa o simplemente haber cursado estudios secundarios. Históricamente el papado ha demostrado eficacia en resolver distintos litigios que están a punto de transformarse en confrontaciones armadas o ya zambullidos en un baño de sangre.
No hay que olvidar el papel de Juan Pablo II y Francisco en conflictos internacionales como el Canal de Beagle, la caída del Muro de Berlín y el restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos.
Se puede ser ateo o agnóstico e igual reconocer la utilidad de la influencia en la política y en las relaciones internacionales de estos líderes religiosos para resolver situaciones tensas o amortiguar rispideces entre pueblos.
Juan Pablo II fue decisivo en la caída del Muro de Berlín. Con gran sensibilidad diplomática logró hacer entender al binomio Margaret Thatcher y Ronald Reagan la necesidad de que el premier ruso Mijaíl Gorbachov participara en los diálogos que permitieron culminar en forma pacífica el fin de la era soviética. El propio Gorbachov reconoció públicamente que la intervención del Papa fue decisiva en los acontecimientos que culminaron en 1989 con todo el sistema comunista en Europa.
El papa Francisco desde su elección en 2013 no ha parado de mediar en múltiples conflictos en el mundo. El que más difusión ha tenido fue su contribución al descongelamiento de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba luego de más de 50 años de bloqueo y tirantez.
El Pontífice argentino se manejó con suma discreción por medio de correspondencia con Barack Obama y Raúl Castro y ofreció el Vaticano como punto de encuentro neutral, hasta que los dos jefes de Estado casi que en simultáneo anunciaron la buena noticia del restablecimiento de relaciones. “La suya es una voz que el mundo debe escuchar”, dijo del Papa el presidente de Estados Unidos.
Días pasados veíamos con preocupación un artículo publicado en un periódico carente en absoluto de prejuicios anticlericales, que con un tono desafiante, se dirigía al Pontífice como si se tratara del gerente de una empresa menor –no un banco– que estaba en deuda con sus obligaciones.
“Papa Francisco ¡Vaya a Ucrania!” titulaba en grandes caracteres. Y como subtítulo formulaba una pregunta: “¿Donde está el papa Francisco cuándo el mundo más lo necesita?”.
El autor de esta desubicada conminación a viajar es Andrés Oppenheimer, periodista y escritor, nacido en Argentina, que desde Miami edita The Miami Herald y constituye una de las principales voces de la CNN. La revista Poder lo considera una de las 100 figuras “más poderosas” de América Latina.
En el mismo medio, otro reconocido periodista de otrora, en su columna de los sábados, también embiste contra el Papa, aunque con arrogancia cultural, con un lenguaje chabacano totalmente fuera de lugar. “Sácate la caretita” le dice, como si se tratara de uno de los participantes de los bailes de carnaval de su época.
Seguramente muchos, sobre todo aquellos que actúan de personeros de los grandes intereses, desearían ver al Obispo de Roma inflamado por aquella terminología, que redondeaba los lugares comunes como “civilización occidental y cristiana”. Para así predicar una cruzada –al estilo de las clásicas– contra Rusia, que hiciera más dramático el desenlace de esta guerra infame, que golpea de lleno a Europa.
Para socavar más la imagen del Santo Padre, en paralelo circula también en las redes un video trasmitido por el canal Distrito Tv (DTV) en la plataforma YouTube de España, donde un tal Roberto Centeno, supuesto catedrático de Economía, apoyado por un locuaz conductor del programa, se descuelga en términos soeces contra el Papa: desde “tío anticristo” hasta “montonero” y “comunista”. Para fundamentar este acopio de insultos exhiben a Francisco leyendo pasajes de la encíclica Centesimus Annus de su antecesor Juan Pablo II el cual dictó en homenaje a los cien años de la Rerum Novarum, resumiendo la doctrina social de la Iglesia.
Ninguna institución bregó tanto por la paz a través de los siglos como la Iglesia católica. Y siempre fue el papado quien logró los mejores resultados en la resolución de conflictos. No hablemos por ahora de todas las invasiones que soporto nuestra América Latina, vayamos de lleno a una de las mayores crueldades ideadas por el hombre como fue la Primera Guerra Mundial que significó el principio del fin de la hegemonía europea y el antecedente de la actual guerra entre Rusia y Ucrania.
En multitud de alocuciones y homilías, Benedicto XV condenó la conflagración con términos como “inútil masacre” o “espantoso espectáculo”. En 1916, en un discurso ante los niños de Roma, habló de “la más tenebrosa tragedia del odio humano y de la humana demencia”. Mientras tanto, la Iglesia utilizaba sus recursos para paliar, en lo posible, la situación de viudas y huérfanos. Fue por este motivo que el escritor Romain Rolland elogió la actuación del Vaticano, una “segunda Cruz Roja”. Los intereses en juego de esta brutal confabulación pudieron más que la acción pastoral de este Papa tan poco conocido.
Desarrollo de los pueblos o el deber de solidaridad
Pablo VI, en su agudo enfoque social, emitió la encíclica Populorum Progressio que apuntaba no solo a la justicia social interna sino a la justicia entre los Estados. En sus grandes encíclicas Rerum novarum, de León XIII; Quadragesimo anno, de Pío XI; Mater et magistra y Pacem in terris, de Juan XXIII —sin hablar de los mensajes al mundo de Pío XII— nuestros predecesores no faltaron al deber que tenían de proyectar sobre las cuestiones sociales de su tiempo la luz del Evangelio.
“El deber de solidaridad de las personas es también el de los pueblos. Los pueblos ya desarrollados tienen la obligación gravísima de ayudar a los países en vías de desarrollo. Se debe poner en práctica esta enseñanza conciliar. Si es normal que una población sea el primer beneficiario de los dones otorgados por la Providencia como fruto de su trabajo, no puede ningún pueblo, sin embargo, pretender reservar sus riquezas para su uso exclusivo. Cada pueblo debe producir más y mejor, a la vez para dar a sus súbditos un nivel de vida verdaderamente humano y para contribuir también al desarrollo solidario de la humanidad. Ante la creciente indigencia de los países subdesarrollados, se debe considerar como normal el que un país desarrollado consagre una parte de su producción a satisfacer las necesidades de aquéllos; igualmente normal que forme educadores, ingenieros, técnicos, sabios que pongan su ciencia y su competencia al servicio de ellos”.
Pablo VI frente a la ofensiva de la Fundación Rockefeller de combatir el crecimiento demográfico sobre todo en países como la India, abogó enfáticamente por la defensa de la natalidad y acuñó aquella famosa frase: “El tema es agrandar la mesa y no reducir los comensales”.
Y fiel a su tesis de ensanchar la mesa proseguía, “el desarrollo de los pueblos y muy especialmente el de aquellos que se esfuerzan por escapar del hambre, de la miseria, de las enfermedades endémicas, de la ignorancia; que buscan una más amplia participación en los frutos de la civilización, una valoración más activa de sus cualidades humanas; que se orientan con decisión hacia el pleno desarrollo, es observado por la Iglesia con atención”.
Visión cristiana del desarrollo
El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico, debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre. Con gran exactitud ha subrayado un eminente experto: «Nosotros no aceptamos la separación de la economía de lo humano, el desarrollo de las civilizaciones en que está inscrito. Lo que cuenta para nosotros es el hombre, cada hombre, cada agrupación de hombres, hasta la humanidad entera».
“Pero, por desgracia, sobre estas nuevas condiciones de la sociedad ha sido construido un sistema que considera el lucro como motor esencial del progreso económico; la concurrencia, como ley suprema de la economía; la prosperidad privada de los medios de producción, como un derecho absoluto, sin límites ni obligaciones sociales correspondientes. Este liberalismo sin freno, que conduce a la dictadura, justamente fue denunciado por Pío XI como generador del «imperialismo internacional del dinero». No hay mejor manera de reprobar tal abuso que recordando solemnemente una vez más que la economía está al servicio del hombre”.
Pero este Papa abocado a temperar la justicia del mundo también tuvo una actitud de rechazo contra las guerras y en particular contra la guerra que Estados Unidos llevaba adelante en Vietnam. En la Navidad de 1965 le hace llegar un mensaje al legendario líder de Vietnam del Norte, Ho Chi Minh: “Nos hemos enterado con gran alegría de la feliz tregua con motivo de la fiesta de Navidad, de todo corazón en nombre de las poblaciones que sufren desde hace largo tiempo expresamos nuestra gratitud a los hombres de buena voluntad…”. Y del mismo tenor simultáneamente le hace llegar su mensaje de felicitaciones por la tregua de Navidad al General Nguyen Van Thieu, jefe militar de Vietnam del Sur.
Pío XII, uno de los papas menos conocidos, tuvo también una gran preocupación por lo social y por la paz. Llegó hasta enviar un mensaje al gobierno de Estados Unidos pidiendo el indulto para Julius y Ethel Rosenberg quienes murieron el 19 de junio de 1953, achicharrados en la silla eléctrica en el penal de Sing Sing, acusados de haber sido quienes transfirieron información al gobierno de Stalin de importantes detalles técnicos para que la URSS pudiera disponer en tiempo récord de su propia bomba atómica. Fue el mismo que como secretario de Estado de Pio XI, dio forma a la que luego sería la encíclica Mit brennender Sorge, que supuso una dura condena a las políticas del régimen nazi. Aunque reclamada y escrita primero por obispos alemanes, Pacelli (Pio XII) fue el redactor del texto definitivo que fue leído en todas las iglesias de Alemania el 21 de marzo (Domingo de Ramos) de 1937, lo que provocó la ira de Hitler.
En 2003, el cardenal francés Roger Etchegaray, emisario de Juan Pablo II, se reunió en Bagdad con Sadam Husein, intentando evitar la guerra que se avecinaba. En un mensaje, el Papa, aseguró: “Pertenezco a esa generación que vivió la Segunda Guerra Mundial y sobrevivió. Tengo el deber de decir a todos los jóvenes, a los más jóvenes que yo, que no han tenido esta experiencia: ‘¡Nunca más la guerra!’, como dijo Pablo VI en su primera visita a las Naciones Unidas. Debemos hacer todo lo posible”.
En este tramposo mundo postmoderno que se han sacralizado cuatro o cinco abstracciones de contenido vago y confuso, no se puede permanecer indiferente cuando vemos arremeter contra los rescoldos de la Civilización que aún van quedando.
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