Uno de los aspectos centrales de la tesis de Ellul es que la propaganda moderna no puede funcionar sin “educación”, invirtiendo de esta manera la idea generalizada que la educación es el mejor antídoto contra la propaganda. Por el contrario, sostiene que la educación, o lo que habitualmente describimos con ese término en el mundo moderno, es el requisito indispensable para la propaganda.
En efecto, la educación es en gran medida idéntico a lo que Ellul llama “prepropaganda”, el condicionamiento de las mentes con gran cantidad de información incoherente, distribuida para su utilización posterior y haciéndola pasar como “hechos” y “educación”. Ellul prosigue designando virtualmente a los intelectuales como los más vulnerables de todos a la propaganda moderna, identificando tres motivos: (1) absorben la mayor cantidad de información de segunda mano e inverificable, (2) sienten la necesidad compulsiva de tener una opinión en toda cuestión relevante de nuestros tiempos y de esta manera sucumben fácilmente a las opiniones presentadas por los propagandistas, (3) se consideran a sí mismos capaces de “juzgar por ellos mismos”. Literalmente, necesitan propaganda.
De hecho, la necesidad de propaganda por parte del “propagandizado” es uno de los elementos más poderosos de la tesis de Ellul. Expulsado de los microgrupos integradores del pasado, como la familia, la Iglesia o la aldea, el individuo se ve inmerso en la sociedad de masas y sumido de regreso a sus propios recursos inadecuados, su aislamiento, su soledad, su ineficacia. La propaganda le suministra entonces en gran abundancia lo que necesita: una razón de ser, participación personal en acontecimientos importantes, una válvula de escape y una excusa para algunos de sus impulsos más dudosos, todos ciertamente inventados, todo más o menos espurio; pero el individuo lo absorbe todo y pide por más. Sin esta intensa colaboración del propagandizado, el propagandista quedaría inutilizado en sus objetivos.
De este modo, la propaganda, al crear primero pseudonecesidades a través de la “prepropaganda” y luego proporcionar pseudosatisfacciones para ellas, es perniciosa. ¿Puede hacerse propaganda sana por una causa sana? ¿Pueden propagarse la democracia, el cristianismo y el humanismo mediante las técnicas modernas de propaganda? Ellul piensa que nadie puede utilizar esta arma intrínsecamente antidemocrática –o más bien abandonarse a ella– indemne o sin sufrir profundas transformaciones en el proceso. La más perniciosa de todas: una vez que el proceso está plenamente en marcha, tiende a hacerse irreversible.
Konrad Kellen, en el prefacio de “Propaganda: la formación de las actitudes de los hombres”, de Jacques Ellul, publicado originalmente en francés (1965)
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