Los ingleses no siempre han sido tan unánimes a la hora de percibir el imperio como una fuente de orgullo y riquezas. De hecho, la generación de mediados del siglo XIX estaba colmada de personas, que, como Gladstone, miraban al imperio con profundo recelo. Lo percibían como una fuente de grandes gastos; estaban convencidos de que involucraría a Inglaterra en problemas estratégicos remotos, que fácilmente podrían conducir a guerras que Inglaterra no tenía necesidad de librar; no veían ninguna ventaja económica en contar con un imperio, ya que la existencia del libre comercio (que esta generación aceptaba) permitiría que el comercio fluyera sin importar quién controlara las zonas coloniales; estaban convencidos de que todas las colonias, no importaba a qué precio hubieran sido adquiridas, acabarían por separarse de la madre patria: o bien voluntariamente si se les concedían iguales derechos que a los ingleses, o bien por rebelión, como había sucedido con las colonias americanas.
Aunque los defensores de la “Pequeña Inglaterra” continuaron teniendo prominencia política hasta 1895, este punto de vista ya estaba en retroceso desde 1870. Dentro del Partido Liberal, los partidarios de la Pequeña Inglaterra ya enfrentaban la oposición de imperialistas como Lord Rosebery, incluso antes de 1895; pero después de esa fecha, un grupo de imperialistas más jóvenes, como Asquith, Grey y Haldane, tomó el control del partido. En el Partido Conservador, donde la idea antiimperialista nunca había sido tan fuerte, imperialistas moderados como Lord Salisbury fueron sucedidos por imperialistas más activos como Joseph Chamberlain, Curzon, Selborne y Milner. Existieron muchos factores que condujeron al crecimiento del imperialismo después de 1870 y se produjeron muchas manifestaciones obvias de ese crecimiento.
El Royal Colonial Institute se fundó en 1868 para combatir la idea de la “Pequeña Inglaterra”. Como primer ministro, Disraeli (1874-1880) realzó los beneficios y el glamour del imperio con la compra del Canal de Suez y la proclamación de la reina Victoria como emperatriz de la India. A partir de 1870 se hizo cada vez más evidente que, por caras que resultaran para un gobierno las colonias, estas podían ser enormemente rentables para los individuos y las empresas apoyadas por esos gobiernos. Además, con la extensión de la democracia, la creciente influencia de la prensa y la necesidad cada vez mayor de contribuciones a las campañas electorales, los individuos que se beneficiaban de estas aventuras de ultramar lograban obtener el apoyo favorable de sus gobiernos, aportando parte de sus ganancias para financiar los gastos de los políticos. Los esfuerzos del rey Leopoldo II de Bélgica, secundado por Henry Stanley, para hacerse del Congo como su propiedad privada entre 1876-1880, dieron lugar a una contagiosa fiebre colonizadora por toda África, que se extendió por treinta años. El descubrimiento de diamantes (1869) y de oro (1886) en Sudáfrica, sobre todo en la República del Transvaal, intensificó esta fiebre.
El nuevo imperialismo posterior a 1870 asumió un tono muy diferente al que se opuso a los defensores de la Pequeña Inglaterra. Si antes el imperialismo venía justificado por la actividad misionera y las ventajas materiales para Inglaterra, ahora se lo justificaba por motivos morales y de reformismo social. El hombre más importante de este cambio fue John Ruskin, quien en 1870 asumió la cátedra de bellas artes en la Universidad de Oxford. Hacia finales del siglo XIX, las masas empobrecidas de las ciudades inglesas vivían en la miseria, la ignorancia y la delincuencia, tal y como las describe Charles Dickens. En ese contexto, Ruskin comenzó a dirigirse a sus estudiantes como miembros de la privilegiada clase dominante. Les recordaba que eran los custodios de una magnífica tradición de educación, belleza, imperio de la ley, libertad, decencia y autodisciplina, pero que esta tradición no podía y no merecía salvarse a menos que pudiera extenderse a las clases bajas de la propia Inglaterra y a las masas no inglesas por todo el mundo. Si esta preciosa tradición no se lograra ampliar a estas dos grandes mayorías, la minoría de ingleses de clase alta terminaría siendo sustituida por estas mayorías y la tradición se perdería. Para evitarlo, esta tradición debe extenderse a las masas y al imperio.
Entre los discípulos más devotos de Ruskin en Oxford se encontraba un grupo de íntimos amigos, entre los que se encontraban Arnold Toynbee, Alfred Milner, Arthur Glazebrook, George Parkin, Philip Lyttelton Gell y Henry Birchenough. Ruskin los había conmovido de tal manera que dedicaron el resto de sus vidas a poner en práctica sus ideas. Un círculo similar de hombres de Cambridge, entre ellos Reginald Baliol Brett, John B. Seeley, Albert (Lord) Grey y Edmund Garrett se sintieron también estimulados por el mensaje de Ruskin y dedicaron sus vidas a la extensión del Imperio británico y a la elevación de las masas urbanas de Inglaterra como los dos aspectos de un proyecto al que denominaron “extensión de la idea angloparlante”. Su éxito fue notable cuando William T. Stead (1849-1912), el periodista más sensacionalista de Inglaterra, y ferviente imperialista, logró asociarlos con Rhodes. Esta asociación quedó formalmente establecida el 5 de febrero de 1891, cuando Rhodes y Stead organizaron una sociedad secreta con la que Rhodes había soñado durante dieciséis años. En esta sociedad secreta Rhodes debía ser el líder; Stead, Brett y Milner debían formar un comité ejecutivo; Arthur Balfour, Harry Johnston, Lord Rothschild, Albert Grey y otros eran listados como potenciales miembros del “Círculo de Iniciados”; mientras tanto se debía formar un círculo exterior conocido como la “Asociación de Ayudantes”, el cual más tarde sería organizado por Milner como la organización de la Mesa Redonda.
Carroll Quigley (1910-1977), en “Tragedia y esperanza: una historia del mundo en nuestro tiempo” (1966). Nacido en Boston, Massachusetts, Quigley se doctoró en la Universidad de Harvard, para luego continuar su carrera académica en las Universidades de Princeton, Harvard y finalmente Georgetown (1941.1976), donde contribuyó a educar a generaciones de diplomáticos estadounidenses.
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