El “bicho humano” dicen que es complicado ¿y quién es un servidor para desmentirlo? Aunque uno se pueda trampear a sí mismo e intentar desdramatizar o desbordar optimismos que quizás aparezcan como falsos, debemos admitir que algo de razón hay en esa afirmación.
El punto es que cada uno puede, al margen de las desavenencias propias del destino, encontrar la manera de transitar en la vida de la forma que crea más apropiada para sí. Y esto no sería un mero pensamiento positivista, si partiéramos de la premisa básica, elemental y cada día más cierta que se estampa en nuestra Carta Magna, de que solo nos distinguen los talentos y las virtudes. Aún me asombra la claridad y certidumbre de éstas palabras y quizás hoy más aún por haber vivido ya demasiados años y haber conocido también demasiadas situaciones que permiten que me sienta con la autorización y libertad de así expresarlo. ¡No parece ser lo que dicta la realidad en estos tiempos donde la virtud se desvirtúa y el talento ta-lento!
Y vaya riqueza con que nos topamos a veces cuando nos liberamos de etiquetas y miradas erróneas y vemos que lo verdaderamente importante suele ser común en personas que de antemano podríamos suponer como lejanos antagonistas. Sólo el hecho de iniciar una conversación sobre la base del respeto absoluto, asegura en casi la totalidad de los casos recibir en respuesta la misma reacción. De esto puedo dar testimonio real pues expresamente cuido ese particular detalle en todo trato inicial, independientemente de si es el caso de un joven, veterano, empresario, jefe o alguien que me solicitó trabajo mientras tuve la oportunidad de otorgarlo. Siempre el trato respetuoso eleva el espíritu a la más alta categoría posible… la del igual.
Y de no ser así, podemos ahí hablar de la virtud, cualidad que resalta al individuo basándose en sus valores y lo denigra en carencia de ellos. La virtud del proceder recto y justo, puede no ser en ocasiones el camino más directo a una determinada meta, pero sin dudas es el que lo hará permanecer en ella.
Para ser virtuoso, a diferencia de lo que se podría presuponer, no es excluyente la educación académica, de ello sobran ejemplos. Sí es fundamental una sociedad en que cualidades tales como la honradez, el honor y la palabra, sean valoradas y reconocidas como virtudes a las que debe aspirar, y no como conceptos pasados de moda que queden en la excepción.
¿Qué sentido puede tener educar a nuestros hijos con la mayor riqueza que heredamos de nuestros mayores, para enviarlos prácticamente a una selva donde quien los posee son blanco fácil de aquellos que aprendieron la cultura del abuso y del ventajeo?
Asimismo, el talento de cada persona es irrepetible y tan amplias pueden ser sus versiones, que a todos nos toca sobresalir en algún aspecto. No existen más distinciones que éstas, y al pasar de los años nos encontramos cada vez más divididos y encasillados por lo que francamente (y volviendo al principio de mis palabras) me hace sospechar que el “bicho humano” debe poseer alguna debilidad por complicarse la vida… o permitir que nos la compliquen.
¿Qué clase de invención nos conmina a cerrar filas cada vez más restringidas, hasta el punto de la confusión? ¿Cuál es el fin de grupos y subgrupos, a menudo sin sentido, si no es para alejarnos del semejante y crear discordia donde no la había? Ni siquiera vale ejemplificar, pues la sola enumeración excedería a mi capacidad y mientras la hiciese, ya se habría inventado alguno más.
Presenciamos a menudo la aparición de grupos, partidos, selectas élites o sacrificadas minorías, que en su formación abrigan la intencionalidad de excluir en lugar de integrar. Somos todos únicos y en su conjunto, en su total conjunto, tendremos la identidad como Orientales por encima de divisiones. A cada uno se debe contemplar y cada ciudadano nos debe generar la responsabilidad de garantizarle sus derechos, pues así lo determina nuestra propia identidad. Somos un país con una riquísima historia, donde la solidaridad y el respeto han sido tomados como ejemplo en otras latitudes.
Gracias a nuestra tradición tuvimos fortalezas, que fueron la envidia de muchos y hoy son la nostalgia de quienes la vivieron y esperanza de las nuevas generaciones. Los ideales son los mismos, los obstáculos enormes, pero la voluntad mayoritaria es clara. Queremos a nuestra Patria libre, orgullosa y unida, grande de nuevo, donde todos seamos uno bajo el pabellón nacional con nuestras diferencias subordinadas a los grandes valores que nos son comunes desde siempre y el respeto sea el que prime siempre en las relaciones entre sus compatriotas.
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