Madre y persona gestante no son sinónimos en absoluto. Pero la izquierda, junto con la propuesta impositiva del aborto, del lenguaje inclusivo, de la homosexualización de la infancia y otras medidas catastróficas y autoritarias, ha estimulado y celebrado satánicamente el avance de leyes de censura contra la palabra “madre”, sustituyendo ese venerable término por el de “persona gestante”. Las definiciones del término madre, que proviene del latín, mater, según la RAE son las siguientes:
1. f. Mujer que ha concebido o ha parido uno o más hijos. 2. f. Mujer en relación con sus hijos. 3. f. Mujer con cualidades atribuidas a una madre, especialmente su carácter protector y afectivo. Era su madre en los asuntos del corazón. 4. f. Mujer que ejerce de madre. 5. f. Animal hembra que ha concebido o ha parido una o más crías.
Llama poderosamente la atención el hecho que todas estas definiciones comiencen con la palabra “mujer”, no con el vocablo persona o usando el sustantivo sujeto ni cualquier otro término ambiguo relativo al género. Respecto del caso de los animales, se especifica expresamente que se trata de un animal hembra.
La expresión “persona gestante” refiere a la fábula de la que se autoconvence una persona que no se percibe mujer pero que, por su condición de tal, puede concebir dado que biológicamente ha nacido de sexo femenino. También con esa expresión ahora se alude a una persona trans embarazada, es decir, a alguien que nació mujer pero que luego de un tratamiento y de usar vestimenta y peinado masculino se convirtió en un hombre trans.
Esto es un claro ejemplo de cómo la voluntad y la autopercepción, e incluso el ferviente deseo de ser algo que uno no es, choca con la ciencia y con la porfiada biología que, por más imaginación que le ponga, no concibe la hipótesis que lo femenino sea masculino o lo masculino femenino. La izquierda y su agenda pueden muchas cosas y de hecho han conseguido varios de sus siniestros objetivos, pero la biología todavía sigue siendo más fuerte: la madre sigue siendo mujer, a despecho de cualquier giro retórico o jurídico.
Considero que la autopercepción y el deseo subjetivo de una persona que cree o aspira a ser algo o alguien que no es, no es en sí mismo ni debe tratarse como un signo de alarma social, y debe tratarse con todo respeto. Desde siempre hemos tenido noticia de personas que tras una realidad frustrada sienten que son algo que no pueden ser, lo que constituye las más de las veces en una profunda fuente de mortificación. La disforia de género, como se denomina esta dolencia, está reconocida, definida y clasificada en la variedad de sus síntomas en el DSM V, el manual universal de diagnósticos psiquiátricos.
Lo perverso de este fenómeno es que los políticos, con la agenda progresista en mano, quieran censurarnos, penalizarnos y hacernos creer que somos gente no inclusiva o discriminadora por llamar a alguien como quien es, como objetivamente su sexo biológico da cuenta que es. Si los términos “hombre” y “mujer” pueden ser subjetivos, entonces también lo pueden ser los términos “madre” y “padre”. Aún nos hace temblar de vértigo el eco del caso que tuvo lugar hace unos años en Inglaterra, donde un ginecólogo fue censurado y perseguido solo por decirle a una mujer biológica “felicidades, usted va a ser mamá”.
Con la corrección política todo resulta ofensivo, enrarecido y discriminatorio por el mero hecho de estar en disonancia con la totalitaria agenda de izquierda. En Canadá, uno de los países más progresistas en esta materia, a los hijos se los retira de sus familias si la educación del hogar no está en línea con la ideología de género. Además, si una persona, por ejemplo, se autopercibe como un “él”, y al ver que biológicamente es mujer y uno la trata como “ella”, se nos puede penalizar severamente sin posibilidad de defensa. La maldad de esta índole ya no tiene límite y recorre el mundo civilizado de manera desenfrenada, desafiando cualquier esfuerzo en favor de la razón y de las verdades incontestables de la ciencia. Así, en Suecia se han promulgado leyes donde se obliga a los hombres a orinar sentados; en España se han procesado sacerdotes por citar pasajes bíblicos referidos a la homosexualidad; en Argentina, cuando hace unos meses se discutió la ley del aborto, se hablaba de proteger a las mujeres y a las “personas gestantes” para que –se decía–, no murieran en abortos clandestinos, prefiriendo matar a los niños con aprobación legal y fondos públicos. A estas abyecciones se las ha terminado por conocer en la retórica progresista como hitos de la libertad y defensa de los derechos humanos. Hasta ese punto se ha desnaturalizado el lenguaje.
Entiéndase bien y dígase con claridad que el rechazo y la penalización de quien piensa diferente y lo expresa con respeto dista mucho de la mentada inclusión que se invoca toda vez que se asaltan los pilares de los valores de nuestra identidad cultural. Desde el lenguaje, desde las pequeñas acciones, desde la creciente censura que se ejerce por ejemplo al eliminar de una red social un video o un artículo disonante con la agenda hegemónica, hasta la imposición de altísimas multas o de cumplir una condena de cárcel bajo la acusación de “delito de odio”, poco a poco nos están moldeando y adoctrinando con ideas anticientíficas y nocivas para la naturaleza humana y para la conservación de la especie, cuya célula madre es, fue y será la familia.
La izquierda siempre está atenta para confundir, tergiversar y deconstruir los valores tradicionales occidentales. El enemigo es la ciencia, es la familia, es la Iglesia, es la universalidad de la naturaleza. Y el mejor aliado para atacar esos bienes de la civilización es el sujeto desorientado, frustrado por una realidad que lo infarta; en otros casos también lo es el individuo directamente malévolo, que sabe muy bien que lo que está defendiendo es contranatura, el malintencionado que busca el mal como camino cínico para llegar a la locura de su utopía.
Terminar con la madre como figura es todo un símbolo de las verdaderas intenciones que persigue esta banda dispersa y sin embargo tan bien organizada que se ha metido en varios órdenes de nuestras sociedades para corroerlas desde lo más sagrado y entrañable. Terminar con la figura de la madre es un supremo botín en el camino de la destrucción total de la identidad de la familia, del destino humano, trascendente y moral de las personas.
Es necesario y urge permanecer atentos, resistir y, sobre todo, no temer decir siempre la verdad. Alzar la voz y discutir, tener sentido crítico, pero principalmente, en todo momento, no perder de vista las fuentes; volver a las raíces de todo. Volver a la madre.
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