En 2010, vi una de las películas más emotivas de mi vida: Invictus. Un film dirigido por Clint Eastwood, que combina magistralmente un poco de política, un poco de rugby y mucho de principios: de perdón, de magnanimidad, de grandeza. Asumimos que, en términos generales, es fiel a la realidad.
La película cuenta cómo se forjó el triunfo de la selección sudafricana en el Mundial de Rugby de 1995, cuando un año antes nadie daba dos cobres por ella. La trama se desarrolla en un contexto histórico concreto: el final de la política segregacionista del apartheid. Mandela fue liberado el 11 de febrero de 1990, tras 27 años de prisión. Por esas fechas, muchos negros querían revancha y venganza, y muchos blancos temían por su futuro. El mundo esperaba una guerra civil de dimensiones impredecibles.
Pero Mandela salió de la cárcel dispuesto a perdonar y a promover la reconciliación de los sudafricanos. Al asumir la presidencia en 1994, no solo mantuvo en sus cargos a los empleados blancos que quisieron quedarse, sino incluso a varios miembros del servicio secreto de De Klerk, el presidente anterior. Cuando en la película, el jefe del Servicio Secreto de Mandela se queja de esta actitud, el presidente le responde: “La reconciliación comienza aquí. El perdón comienza aquí también. El perdón libera el alma. Se lleva el temor. Por eso es un arma tan peligrosa”.
La población negra quería deshacerse de todos símbolos que les recordaban la opresión blanca. Y por eso querían cambiar el nombre, el escudo y los colores emblemáticos de los springboks, la selección sudafricana de rugby. Mandela se alza, con magnanimidad contra esa propuesta: “Nuestros enemigos –dice– ya no son los afrikáners. Ellos son compatriotas sudafricanos, nuestros compañeros en la democracia. Y ellos aman el rugby de los springboks. Si les quitamos eso, los perdemos. Probaríamos que somos lo que ellos tanto temen. Tenemos que ser mejores que eso. Si nos llevamos lo que ellos adoran, solo reforzaremos el círculo de temor que hay entre nosotros. Haré lo que tenga que hacer para romper ese círculo”.
Mandela quería inspirar a su pueblo para que todos, negros y blancos, llegaran a ser mejores de lo que ellos mismos jamás habían soñado. “Necesitamos inspiración –le dice Mandela a François Pienaar, capitán de los springboks–. Porque para crear nuestra nación, todos debemos superar nuestras expectativas”.
Tal fue el impacto que provocó la actitud de Mandela en Pienaar, que la noche antes de la final, el capitán sudafricano no pensaba en el partido, sino en “como pasas treinta años en una pequeña celda, y sales para perdonar a la gente que te puso ahí”.
La magnanimidad de Mandela inspiró a Piennar y a su equipo, al punto de superar todas las expectativas. El triunfo fue casi milagroso.
Al terminar el partido, los springboks se abrazaron en círculo para dar gracias a Dios… Chester Williams, el único negro del equipo, fue el encargado de hacer la oración: “Gracias Dios por dejarnos llegar a la final, gracias por no tener graves heridas y, por sobre todo, gracias por el triunfo. Amén”.
Estos hombres lograron lo imposible: soportando una presión descomunal sobre sus hombros, ganaron el Campeonato Mundial de Rugby siendo locatarios y enfrentando a los All Blacks de Jonah Lomu, el jugador más rápido y pesado de todos los tiempos, el más temible en toda la historia del rugby. Y al menos por un tiempo lograron unir a su patria, horriblemente fracturada.
Gigante es el contraste de la actitud de Mandela, con la forma en que algunos políticos y militantes sociales de nuestra patria, encararon y encaran ciertos hechos ocurridos durante la dictadura militar. Dicen admirar a Mandela, pero son incapaces de imitarlo en su capacidad de perdón: porque son incapaces de poner punto final a la división entre orientales. Es patético que el máximo deseo de algunos de estos personajes sea que los militares presos “mueran en la cárcel”. Esto lo han dicho personajes de la izquierda, y personajes originarios de la izquierda, que treparon por la derecha…
Es cierto que hace falta coraje, temple y magnanimidad para terminar con un enfrentamiento que lleva décadas. Sabemos que no es fácil enfrentar la corrección política. Pero ya va siendo tiempo dar alguna señal de justicia –de respeto a la voluntad popular–, de perdón, de olvido, de paz. ¿Tendrá nuestro presidente la grandeza de un Mandela? Si la respuesta es afirmativa, ¡es ahora!
TE PUEDE INTERESAR: