Era un secreto a voces desde hace años. Los tentáculos del “progresismo” enquistado en el Estado conducían inexorablemente a un reducido núcleo de personas: personajes poderosos con intereses propios y agenciados que actuaban alternativamente como juez o parte, gobierno o empresario, privado o Estado. Tal era la confusión de intereses y roles que se fueron mezclando en esta compleja trama.
Resulta algo sorprendente observar la ausencia de palabras o gestos de apoyo hacia Toma por parte de sus antiguos camaradas, algunos de los cuales compartieron con el hombre fuerte del gobierno del presidente Vázquez importantes negociaciones. ¿Será que el exsecretario de la Presidencia pasó a ser más una molestia que un activo? ¿Le habrán soltado la mano? ¿Estaremos presenciando los inicios de la versión uruguaya del Lava Jato?
Indudablemente existen muchos puntos de conexión entre nuestro país y los escándalos de corrupción que afectaron a nuestro vecino del norte. Desde las primeras revelaciones que involucraban a actores uruguayos, el fiscal Sergio Moro pretendió extender su investigación, procurando la colaboración de las autoridades uruguayas. De hecho, es sabido que la Justicia brasileña estaba en conversaciones a principios del 2017 con Carlos Díaz, el entonces responsable de la Senaclaft, quien presumiblemente había ofrecido colaboración de inteligencia y logística. Eso no se pudo materializar, ya que escaso tiempo después Díaz apareció muerto en la piscina de su casa de Punta del Este. Díaz fue reemplazado semanas después por el Cr. Daniel Espinosa, y nunca más se supo nada. Lo poco que se sabe de los nodos uruguayos del Lava Jato es por la Justicia y la prensa de Brasil, información que fue recogida por contados medios locales.
Sin embargo, el caso uruguayo parecería tener más de una similitud con la red de corrupción que se descubrió en Italia durante la década de los ´90. La operación Mani Puliti (Manos Limpias) sacó a relucir un trasfondo de descomposición en la política italiana que sorprendió a una ciudadanía. Esta pasó rápidamente de la incredulidad al rechazo de un sistema político que había gobernado Italia desde la postguerra.
El fósforo que fortuitamente encendió la mecha fue el arresto en febrero de 1992 del líder del Partido Socialista Italiano (PSI) de Milán, Mario Chiesa, quien disputaba una elección a alcalde de la ciudad. El juez de la causa, Antonio Di Pietro, lo acusaba de haber aceptado coimas de una empresa de limpieza de la capital lombarda. La reacción inicial del PSI, liderado por Bettino Craxi, fue distanciarse del hecho, señalando a Chiesa como alguien que se había “descarriado”. Enojado por el tratamiento que recibía de sus antiguos camaradas, Chiesa se largó a hablar, disparando una reacción en cadena de acusaciones, confesiones, traiciones y suicidios que terminaría con los principales partidos políticos italianos.
En la red de corrupción aparecían comprometidos casi todas las grandes agrupaciones políticas, aunque quien manejaba el teatro de marionetas era el propio Craxi, con el apoyo de la estructura del PSI. Craxi cargó con la mayoría de las culpas, y a pesar de haber recibido una condena de 17 años de cárcel, escapó a Túnez, donde vivió hasta su muerte. Peor suerte corrió Raúl Gardini, presidente de Montedison, un gigante industrial de la época, quien se mató con un disparo a la cabeza.
El Partido Comunista Italiano (PCI) también fue acusado de recibir coimas. Pero como no se pudieron individualizar los responsables, el PCI y sus sucesores fueron absueltos. “La responsabilidad penal es personal, no puedo llevar a juicio una persona que tenga por nombre Partido y por apellido Comunista”, dijo el juez Di Pietro en su momento para justificar el archivo de la causa. Décadas después, el magistrado italiano admitió que “habíamos llegado también al PCI, pero fuimos frenados por los servicios de inteligencia, que seguían órdenes a altísimo nivel dentro del Estado”.
Los paralelos con la situación actual son varios y requieren una debida investigación; una que trascienda los detalles del viaje con la joven contadora, o posibles compras de trajes de baño. Mientras tanto, no es un momento para salir a nadar solo, ni siquiera en la piscina de la casa.
¿Será Toma el Mario Chiesa uruguayo? El burdo intento de focalizarse en la acompañante de Toma y sus viajes quedó ya superado por los hechos. ¿Rescatarán a Toma para evitar mayores daños, aprendiendo las lecciones del Mani Puliti italiano? ¿O se dará lugar a una investigación que permita determinar si organismos de inteligencia del Estado, como Senaclaft, operaron a favor del poder de turno? ¿Hasta dónde llega el tráfico de influencias del que se acusa al hombre poderoso del gobierno del Dr. Vázquez?
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