Hay muchas formas de estudiar y clasificar a los hombres. Una de ellas, es la distinción –muy grosera, por cierto- entre hombres materialistas y hombres con sentido de trascendencia.
Los materialistas, piensan que no existe nada fuera de la materia. Que el alma, si es que existe, depende del cerebro: por tanto, ni es espiritual, ni es inmortal. También creen que la vida termina en este mundo, y que por tanto, no hay un Dios ante el cual todos deberemos rendir cuentas sobre como tratamos a nuestros semejantes mientras vivimos en la Tierra. Por su parte, quienes tienen sentido de trascendencia, piensan a grandes rasgos, lo opuesto: que el alma es espiritual e inmortal, que fue creada por Dios y que cada hombre deberá responder ante Él por la forma en que trató a su prójimo. De estas formas opuestas de ver el mundo, derivan actitudes muy distintas ante la vida… y ante la muerte.
El materialista puro, a priori, parece tener más motivaciones para pasarla bien, que para hacer el bien. Incluso si procurara hacer el bien por el bien mismo, lo lógico será preguntarle: pero… ¿por qué está bien hacer el bien?; o ¿quién puede decirnos donde está el bien? Ante tal pregunta, nos podría contestar que quien le dice qué está bien y qué no, es su conciencia; y estaría en lo correcto si estuviera haciendo un bien objetivo. Pero hay muchas conciencias oscurecidas por el error, que hacen cosas malas creyendo que están bien. Un caso típico es el de Robin Hood…, y el de los socialistas que siguieron su ejemplo.
En cualquier caso, el problema de los materialistas, es que en principio, carecen de un GPS como el que Moisés se encontró en el Monte Sinaí, para saber dónde está el bien y donde está el mal. Por eso, para un materialista, no hay grandes motivos para evitar usar al prójimo como un escalón al que pisar para ascender en una vida. Una vida que para él, es la única que existe. Si no aprovecha ahora, ¿cuándo?
Por supuesto, no estamos diciendo ni que los materialistas actúen siempre mal, ni mucho menos. Tampoco que quienes sí tienen sentido de trascendencia, actúen siempre bien. Todos, creyentes y no creyentes, hacemos cosas que están bien y cosas que están mal. No se trata aquí de señalar a unos como los malos y a otros como los buenos. Incluso, pueden ser humanamente más meritorias las acciones buenas de los materialistas, que las de quienes tienen sentido de trascendencia. Lo que aquí estamos diciendo, es que el materialismo ofrece menos motivos -y de menor peso- para hacer el bien, que la convicción de que todos los hombres deben ser tratados como a uno mismo, porque son hijos de un mismo Padre.
A pesar de todo, estas consideraciones pueden servir para explicar a grandes rasgos, porqué determinados grupos humanos –desde movimientos sociales hasta partidos políticos-, se comportan con mayor o menor responsabilidad, con mayor o menor cuidado por el dinero de los contribuyentes, con mayor o menor respeto por las personas… y por sus ideas.
En las últimas décadas, diversos medios de comunicación han creado la imagen de que los “creyentes conservadores”, son siempre los malos de la película. Y si bien es verdad que las acciones de los creyentes no siempre son coherentes con lo que predican, también es cierto que es erróneo juzgar al todo por la parte. Esos medios -más de propaganda que de comunicación-, habitualmente están al servicio de poderosos lobbys que, si bien se autodenominan “tolerantes”, “pro derechos”, “inclusivos”, “respetuosos de la diversidad”, etc., al final de la jornada, son los más intolerantes, los más irrespetuosos y los más hegemónicos en la propagación de sus ideologías. A tal punto son capaces de atropellar los derechos de los demás, que nadie puede desviarse de la corrección política al uso, neolengua al mejor estilo orwelliano incluída, sin ser linchado por esta suerte de Gestapo mediática. ¿Será casualidad que quienes integran esos grupos, tengan mayoritariamente, una visión materialista de la existencia?
Lo cierto y lo concreto es que quienes creemos que todos los hombres hemos sido creados por un Padre común, debemos esforzarnos más por ser coherentes con nuestras convicciones. Para que nuestras vidas, realistas y sencillas, responsables y alegres, respetuosas de la libertad, afirmadas en la verdad y signadas por el amor, sean las que atraigan, las que consuelen, las que guíen… más allá de las palabras.
TE PUEDE INTERESAR
TE PUEDE INTERESAR