A mediados del siglo XX, con la globalización de Bretton Woods, comenzó un nuevo periodo económico en el que se intensificaron los procesos de internacionalización de la producción y se dio forma a una economía de mercado de alcance global. Al mismo tiempo, se sugirió desde determinados centros financieros la implementación de procesos de reconversión industrial que terminarían por desmantelar –con la excusa de la competitividad– la industria nacional de muchos países, tanto desarrollados como en vías de desarrollo. Esto motivaría, finalmente, el protagonismo de la inversión extranjera directa y de las empresas transnacionales en las economías de los países en vías de desarrollo.
Sin embargo, las inversiones extranjeras directas han sido objeto de un extenso debate teórico y empírico en el que, en términos generales, hubo dos visiones contrapuestas: una que elogiaba sus rasgos positivos –crecimiento económico, transferencia de conocimiento y tecnología–, y otra antagónica que resaltaba sus aspectos negativos –economía extractivista, repatriación de beneficios, fuga de capital intelectual, etcétera–. En el siglo XXI, comenzó a predominar la visión optimista sobre los efectos de las inversiones extranjeras, no tanto desde los presupuestos teóricos de una economía desarrollista, sino más bien desde un pragmatismo que ve en determinados factores circunstanciales la conveniencia de hacer posible un buen negocio.
Así, nuestro país, que no es para nada ajeno a los procesos internacionales, desde mediados del siglo pasado fue cambiando su régimen económico basado en una estrategia de crecimiento mediante una política industrial –fundada en la sustitución de importaciones– por un régimen más abierto, orientado hacia la apertura económica, que fue, en definitiva, un incentivo para dirigir las fuerzas hacia los mercados financieros y especulativos.
Un problema estructural de nuestra economía
No obstante, Uruguay ha tenido a lo largo de su historia un problema estructural en su economía referido a la baja tasa de inversión doméstica, lo cual ha influido fuertemente en su pobre desempeño económico. Por ejemplo, entre las décadas de 1960 y 1990 la formación bruta de capital fijo creció –con sus oscilaciones– a una tasa que se ubicaba alrededor de 2,3%, y la tasa de inversión tuvo un promedio de 16%. La economía uruguaya en ese período mantuvo apenas un crecimiento de alrededor de 2,2% del PIB.
A principios de los años noventa, nuestro país, como otros muchos de América Latina, implementó reformas económicas con el fin de liberalizar los regímenes de regulación de la inversión extranjera directa. Se estableció un nuevo marco de promoción con el objetivo de captar mayores flujos de inversión extranjera. En este contexto, Uruguay tuvo un moderado crecimiento de 3,4%, mientras que la inversión extranjera y la doméstica crecieron a tasas mayores de 5,6% y 5,4%, respectivamente. Durante el periodo 2005-2011, en una coyuntura regional e internacional sumamente favorable, el crecimiento del PIB fue de 5,8% y la inversión también registró altas tasas de crecimiento: 8,9%. Dentro de la inversión, la doméstica creció a una tasa de 6,4%, mientras que la extranjera directa creció a una tasa de 15,9%, alcanzando a su vez los US$ 1.408 millones de promedio anual.
Boom de las inversiones directas extranjeras
Pero este boom de las inversiones directas extranjeras no fue casual. De hecho, estuvo determinado, principalmente, por la llegada de las inversiones en la industria celulósica y maderera, o sea con la instalación de la planta procesadora de pasta de celulosa UPM, ex Botnia, en 2005-2006; la otra planta en 2010 (Montes del Plata), y posteriormente UPM 2 en Paso de los Toros, que comenzó a funcionar este año, tras tres años de obras. Aunque se puede decir que en cuanto a la construcción de las plantas y de infraestructura productiva en torno al sector y otros servicios hubo un mayor movimiento económico, también hay que decir que, con la finalización de las obras, no hubo un desarrollo en las localidades del interior afectadas por la inversión y siguieron escaseando las fuentes de trabajo.
Empresas extranjeras exportadoras y su generación de empleo en Uruguay
Paradigmáticamente, el informe de comercio exterior presentado por Uruguay XXI para el mes de octubre de 2023 tuvo como tema del mes a las “Empresas extranjeras exportadoras de bienes: generadoras de empleo en Uruguay”, reivindicando las bondades de la inversión extranjera en nuestro país, especialmente en torno a la creación de fuente de trabajo.
Así, se subrayó la importancia que se le otorga a la marca país por haberlo consolidado en las últimas décadas como un destino atractivo y confiable para las inversiones extranjeras. Según especifica esta publicación, 70% de las exportaciones de bienes en 2022 fueron realizadas por 175 empresas extranjeras, por valor 9.000 millones de dólares, que generaron 28.000 puestos de trabajo, según datos del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social.
En función de los sectores, se observa que la industria frigorífica es la más intensiva en generación de empleo directo dependiente. Las catorce empresas extranjeras del sector generaron 8.800 empleos en 2022, 31% del total del empleo de las compañías extranjeras del núcleo exportador. En segundo lugar, se ubicó la rama “Fabricación de partes y accesorios para motores de vehículos automotores”. Las cinco empresas extranjeras del sector de autopartes generaron más de 2.000 empleos en 2022. Lo sigue el sector farmacéutico y las curtiembres que generaron aproximadamente 1.700 y 1.500 empleos respectivamente. Por su parte, la industria forestal-maderera, a pesar de su alta inversión directa extranjera, apenas alcanzó los 1.300 puestos de trabajo en 2022.
Hay sectores que están totalmente “extranjerizados”, por ejemplo: celulosa, papel y cartón, bebidas sin alcohol (concentrado de bebidas) y malta. Esto es, las exportaciones de estos sectores vienen en su totalidad de empresas de capitales extranjeros. Casi 80% de las exportaciones de plásticos corresponde a empresas extranjeras, mientras que en el caso de los frigoríficos este porcentaje es de 65%. Por su parte, en el sector lácteo 75% de las exportaciones son de empresas nacionales.
De esa forma, 45% del empleo generado por el núcleo exportador corresponde a empresas extranjeras; las grandes ocupan a casi 25.000 personas (87% del total), mientras que 3.369 personas trabajaron en empresas medianas (12% del total).
La relevancia de las pymes en la generación de empleo
Por el contrario, si se observa el núcleo exportador de empresas nacionales, 70% fueron pequeñas y micro, mientras que el restante 30% fueron medianas y grandes. Sin embargo, las empresas grandes acumularon 70% del monto exportado y las medianas 15%, mientras que las pequeñas y micro representaron 12% y 3% respectivamente. Esto evidencia las dificultades que tienen las pequeñas y medianas empresas en Uruguay para crecer y exportar.
Las principales generadoras de empleo son las grandes empresas, a las que corresponde 35.1% del empleo del sector privado en 2021 (aproximadamente uno de cada tres puestos de trabajo). Los otros dos tercios del empleo se reparten en partes muy similares entre las microempresas (con y sin dependientes, 22.8%), las pequeñas empresas (21.3%) y las medianas empresas (20.8%). Por tanto, consideradas conjuntamente, las pymes generan algo más de dos de cada tres empleos en el sector privado de Uruguay.
La relevancia de las pymes en la generación de empleo es una realidad tanto para los países en desarrollo como para los países desarrollados. Según datos de Cepal, en promedio, en América Latina 61% del empleo es generado por pymes, mientras que en la Unión Europea el porcentaje asciende a 69.4%. Las diferencias mayores entre países desarrollados y países en desarrollo no se encuentran vinculadas a la generación de empleo de las pymes, sino a que las de América Latina evidencian brechas de productividad con respecto a las grandes empresas significativamente mayores a las observadas en los países desarrollados.
En definitiva, Uruguay tiene alrededor de 1.700.000 personas empleadas, y debe ir por más. Observando los datos podemos ver que el empleo generado por la inversión extranjera directa varía según el sector. Pero se evidencia que las inversiones realizadas por capitales intra Mercosur tienden no solo a generar más empleo sino también mayor valor agregado, a diferencia de lo que sucede con la industria maderera celulósica de capitales europeos.
Por otra parte, para solucionar el problema del empleo y, sobre todo, de la economía uruguaya parece necesario seguir fortaleciendo a las pymes que son, finalmente, las mayores generadoras de empleo, otorgándole quizás algún tipo de exoneraciones, tal como ha sucedido con las inversiones extranjeras que se han instalado en el país. De hecho, los escasos recursos disponibles para incentivar la inversión –ya sea directamente o por exención impositiva– tendrían un impacto significativamente mayor si se canalizaran hacia proyectos de inversión a nivel de pymes nacionales. Otro aspecto a destacar es el mayor valor agregado a la materia prima que dichas actividades presentan.
Por lo anterior, parece oportuno comenzar a delinear políticas que posibiliten otro modelo de pymes, teniendo como ejemplo a lasMittelstand de Alemania, que son pymes extraordinariamente especializadas en un solo producto de alto valor tecnológico y alcance global. Es obvio que el camino para llegar a eso es largo y sobre todo arduo, pero hay que comenzar en algún punto.
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