Algunos señalan que las instituciones internacionales son cada vez más numerosas y tienen mayor capacidad de empujar a los Estados a cooperar entre ellos. En particular, las instituciones pueden atenuar la competencia en materia de seguridad y promover la paz mundial porque tienen la capacidad de hacer que los Estados abandonen su búsqueda por maximizar el poder y se abstengan de calcular sus movimientos en función de cómo afectan a su posición en el equilibrio de poder. Las instituciones, según este argumento, tienen un efecto independiente al comportamiento de los Estados y que, como mínimo, puede mitigar y posiblemente podría poner fin a la anarquía. Pero a pesar de la retórica sobre la creciente fortaleza de las instituciones internacionales, hay pocas pruebas de que puedan hacer que las grandes potencias actúen en contra de los dictados del realismo. No conozco ningún estudio que aporte pruebas que apoyen esa afirmación. Las Naciones Unidas constituyen la única organización mundial con alguna esperanza de ejercer ese poder, pero ni siquiera pudieron detener la guerra de Bosnia entre 1992 y 1995. Mucho menos pueden imponerse ante una gran potencia. Además, es probable que la escasa influencia que ejerce la ONU sobre los Estados disminuya aún más en el nuevo siglo, porque su órgano decisorio clave, el Consejo de Seguridad, seguramente aumentará de tamaño.
John J. Mearsheimer, en “La tragedia de la gran política de poder” (2001)
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