El 26 de marzo de 1991 los presidentes de cuatro países (Argentina, Paraguay, Brasil y Uruguay) se reunieron en Asunción y decidieron que para el 31 de diciembre de 1994 se debía constituir entre las cuatro naciones un mercado común, el cual se denominaría Mercado Común del Sur (Mercosur).
El nuevo tratado llevaba la firma de los presidentes Carlos Menem (Argentina), Fernando Collor (Brasil), Andrés Rodríguez (Paraguay) y Luis Alberto Lacalle Herrera (Uruguay). Los objetivos establecidos eran la libre circulación de bienes y servicios, con la eliminación de los derechos aduaneros y las restricciones no arancelarias a la circulación de mercaderías y la creación de un arancel externo común.
También y no menos importante se mencionaba que los países debían establecer “la adopción de una política comercial común con relación a terceros Estados o agrupaciones de Estados y la coordinación de posiciones en foros económicos-comerciales regionales e internacionales”. Por lo tanto los principios quedaron claro desde un inicio. Se planteaba una asociación aduanera con la condición de que ninguno de sus miembros pudiera negociar por motu proprio acuerdos comerciales (Tratados de Libre Comercio) con un país o un grupo de países. Por lo tanto, los planteos que se puedan realizar en este sentido no están contemplados en ningún lugar. Pero hay otros aspectos que nunca se llegaron a concretar. Los presidentes de ese entonces entendían de que el sistema funcionaría si se evolucionaba en otros aspectos.
El documento de 1994 establece que entre los objetivos del Mercosur está la coordinación de políticas macroeconómicas y sectoriales entre los Estados Partes. Y Dentro de esa coordinación no sólo se encuentran los aranceles, sino también “la política del comercio exterior, agrícola, industrial, fiscal, monetaria, cambiaria y de capitales, de servicios, aduanera, de transportes y comunicaciones y otras que se acuerden, a fin de asegurar condiciones adecuadas de competencia entre los Estados Partes”.
Ha sido evidente que debido a gigantescas asimetrías nunca se llegó (ni se planteó) coordinar política fiscal, cambiaria o monetaria. Es por eso que algunos actores dentro del tratado se basan en estos principios incluidos dentro de la carta de fundación, para insistir en la creación de un Banco Central único para los países del Mercosur, lo cual inevitablemente llevaría a una moneda común, otro planteo que ha vuelto a resurgir.
La experiencia más cercana en cuanto a Estados asociados por tratados comerciales, con una ampliación hacia la economía monetaria, es la Unión Europea. Para ellos existe una moneda única (el Euro) y un Banco Central que controla todos lo que ocurre en materia macroeconómica en sus 27 países miembros. Dictan aspectos tales como Tasas de Interés y una moneda única, por lo tanto, la suerte de las tasas y la moneda termina repercutiendo en las naciones pobres y ricas de Europa y los países son rehenes de ese valor, sin poder incidir. Quizás un ejemplo de los perjuicios de este tipo de políticas se observó en Grecia en 2009.
Sobre endeudados por préstamos principalmente de bancos alemanes y franceses, recibieron ayudas del Banco Central Europeo (BCE) pero a cambio de drásticas reformas (suba del IVA, baja del gasto público, recorte de sueldos y pensiones) mientras que la deuda griega que tenían los bancos europeos fueron compradas por el BCE. Ni tan siquiera los griegos podían recurrir a la vieja salida de devaluar la moneda para impulsar las exportaciones y licuar sus pasivos: es que su moneda, el Dracma había desaparecido y dado paso al Euro.
Entre 2010 y 2015 Grecia vivió de salvataje en salvataje, con condiciones cada vez más fuertes por parte del BCE y la caída de varios gobiernos. En 2011, en Italia, el primer ministro, Silvio Berlusconi, enfrentaría a la denominada Troika (Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional) en medio de una severa crisis financiera.
La consecuencia fue que su gobierno cayó porque había perdido el apoyo de la Unión Europea y del BCE. Por lo tanto, la experiencia de los Estados Continente no ha sido positiva para gran parte de la población europea. El tener Estados Continentes (como se vuelve a plantear que sea el Mercosur) significa relegar independencia. Un gran bloque con un solo Banco Central y economías tan desparejas puede terminar siendo captado por un oligopolio financiero o una fuerza política muy bien financiada desde el exterior, como se puede ver hoy en Europa.
La otra opción, el salir de un acuerdo regional para iniciar en solitario una aventura frente a verdaderos monstruos de la economía o claros competidores de Uruguay en materias primas, como ser Nueva Zelanda o Australia, tampoco parece ser un una vía de escape en el convulsionado mundo actual.
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