Hoy se cumplen treinta años de la fundación de La Mañana. En otro lugar de esta misma edición anotamos pormenores sobre los orígenes y aparición de nuestro diario y sobre su evolución periodística a través de seis lustros de existencia. En ella evocamos la memoria de nuestros fundadores, de los sucesivos directores que orientaron en distintas épocas, de los compañeros que realizaron su prédica o que, de un modo u otro, contribuyeron a crear el ascendiente y estimación con que la opinión pública honra a La Mañana.
Esa evocación de nombres venerados y amigos, varios de los cuales nos han dejado ya para siempre, se justifica particularmente, al reseñar la historia de un diario, porque contadas obran reciben una contribución tan integral y dedicada de sus colaboradores y son fruto tan legítimo del espíritu de quienes a ella se dieron. Es que el periodismo más que profesión es pasión, cuya fuerza absorbente focaliza todos los anhelos e intereses de quien lo ejerce.
Pero un diario es mucho más que la suma de cualidades de quienes dieron vida a sus columnas. Tanto o más que proceso de asimilación de quienes se le incorporan, se cumple en este caso el de adaptación del periodista al espíritu que orienta su prédica.
Ese espíritu que fundamenta nuestros juicios, que controla nuestras opiniones, que revisa nuestros escritos y cuya presencia impalpable sentimos, de modo efectivo, en todas nuestras horas de trabajo, es el que en realidad identifica y personaliza a La Mañana, dándole fisionomía propia que la distingue dentro del periodismo nacional. Y frente a cualquier problema inesperado, uno de esos dilemas que plantean un caso difícil a nuestra conciencia en la inaplazable necesidad de señalar un rumbo a la opinión pública, ese espíritu de La Mañana, manifestado en los mismos sentimientos que ella nos inspira, nos da siempre orientación segura, para opinar con honradez, sinceridad y justicia.
Es que nuestro diario surgió como expresión de una causa de la más alta idealidad y de la más decidida militancia democrática. La Mañana nació para servir de tribuna al movimiento anticolegialista, triunfante en el plebiscito del 30 de julio de 1916, que representaba la auténtica expresión de la soberanía popular. Junto con esa bandera victoriosa en las manos del pueblo, recogió la expresión de la voluntad ciudadana anhelante de mayor pureza democrática, de perfeccionamiento de nuestras instituciones, de defensa de los valores patrios tantas veces desconocidos, de afirmación de las verdaderas y gloriosas tradiciones del coloradismo, de reacción contra la demagogia y la intolerancia política.
Así se fijaron los rumbos de nuestras directivas iniciales, que luego se reafirmaron y precisaron por la gravitación poderosa y constante de la influencia y apoyo de nuestros lectores. Porque ese espíritu del que hemos hablado y esa fisionomía propia que hoy se puede reconocer en La Mañana, no son solo fruto de a dedicación colectiva de sus periodistas de todas las épocas, sino también, y principalmente, del sector de la opinión pública que en ella se siente representado.
Por ello no sentimos ninguna vacilación en los momentos cruciales, en que fue preciso adoptar posiciones definidas frente a hechos decisivos para la defensa de los ideales que se consubstancian con la razón misma de la existencia de nuestra hoja.
Cuando en 1939 el horizonte la libertad ensombreció en el mundo, cuando todo parecía perdido para la democracia y la civilización universal, al promediar el trágico de 1940, advertimos y manifestamos con toda claridad, que el destino de este diario estaba inquebrantablemente ligado a la causa de los pueblos libres, y que en un mundo dominado por el nazismo no habría sitio para órganos de prensa como el nuestro.
Hoy desaparecida para siempre aquella terrible amenaza, subsisten todavía otros peligros para la suerte de la democracia. Si bien confiamos ampliamente en el buen sentido de los pueblos victoriosos, esperando así que todas las diferencias se resuelvan en una amplia cooperación la estabilidad de la paz, tenemos igualmente fijada nuestra recta orientación, en apoyo de la libertad y de la democracia, en favor de la interacción interamericana y frente a cualquier forma de totalitarismos agresivos que pretendieran la imposición de hegemonía universal, bajo fórmulas de derecha o de izquierda.
Al mantener esa posición, como el defender en el orden interno los superiores intereses del país y los legítimos derechos de sus ciudadanos, sin dejarnos nunca influir por consideraciones proselitistas, sectarismos, personalismos o pasiones pequeñas, ni tampoco por perjuicio de clases, entendemos cumplir los altos designios que inspiraron, hace treinta años, la fundación de La Mañana.
Editorial de La Mañana del 1 de julio de 1947
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