“Lo peor de la peste no es que mata los cuerpos, sino que desnuda las almas y ese espectáculo suele ser horroroso…”
“La Peste”, Albert Camus.
La prensa dio cuenta, días pasados, de la aciaga noticia de lo sucedido en un centro de retiro para adultos mayores en Canadá, subrayando detalles mórbidos sobre los 130 huéspedes abandonados, de los cuales varios ya habían muerto. Ancianos a los que nadie higienizó ni alimentó en muchos días, dado que el personal de servicio abandonó en masa sus tareas, al igual que su dueño, Samir Chowiere.
De los 31 fallecidos, en la “Résidence Herron” del suburbio de Dorval, solo se pudo constatar 5 que fueron víctimas del tan temido COVID-19. En el caso de los demás, hasta que no se demuestre lo contrario, su deceso corresponde a la irresponsable actitud del personal del geriátrico y a su propietario de nutridos antecedentes penales.
Este cuadro dantesco no se arregla ni con la expresión de “horror” del primer ministro de Quebec, Francois Legault, ni con los reclamos de indemnización económica que se han iniciado, cuyos destinatarios no serían otros que los propios familiares de los residentes allí depositados.
Las víctimas de esta sórdida tragedia -los muertos y los maltratados sobrevivientes- son en su mayoría personas de posición económica desahogada, puesto que por año abonan 45 mil dólares canadienses. Nos encontramos frente a un cuadro de miseria moral. Una muestra más de la insensibilidad que caracteriza a este mundo en que nos toca vivir, que ha globalizado con más rapidez los defectos que las virtudes que atañen al comportamiento humano.
Es evidente que esta nueva pandemia -hay que reconocer que viene siendo bien manejada por nuestro gobierno- cambia totalmente los hábitos de vida de nuestros compatriotas. A un mes y poco del anuncio oficial del paquete de medidas sanitarias, a muchos se nos hace un período de tiempo interminable, y resulta más tedioso aun cuando se anuncia la necesidad de seguir con la medida por más tiempo.
Pensemos que la vida humana se desarrolla satisfactoriamente en la medida que se generan hábitos y además se respeta al hombre como animal social. Llega el mes de marzo y casi sin comenzar las clases se interrumpen. Muchos trabajadores –por no decir a la mayoría-, de todos los niveles, se ven confinados en casas, muchas de ellas reducidas. Los jóvenes han perdido la clásica salida de los fines de semana, permanecen cerrados casi todos los centros de esparcimiento públicos y privados, no se realizan espectáculos deportivos en estadios, ¡y si será atípico este año que aún no llegó el último ciclista!
Rafael Narbona, actualizando el pensamiento Albert Camus, uno de los más destacados literatos de la generación del 45, analiza la vigencia que posee una de sus obras más conocidas: “La peste”, y reflexiona: “¿Qué nos enseñó Albert Camus? Que las peores epidemias no son biológicas, sino morales. En las situaciones de crisis, sale a luz lo peor de la sociedad: insolidaridad, egoísmo, inmadurez, irracionalidad”.
La controvertida historia fue ambientada en la ciudad natal del escritor francés, Orán. Y está inscripta en lo que se dio en calificar en aquel entonces, con ánimo de olvidar los horrores de la guerra (1947), como literatura del absurdo. Pero cobra especial coherencia a medida que la humanidad enfrenta situaciones límite como la actual, provocadas por el temor que produce perder la salud o la vida en manos de un factor mórbido.
En esa historia los habitantes carecen de sentido de comunidad. No son ciudadanos, sino individuos que escatiman horas al sueño para acumular bienes. La prosperidad material siempre parece una meta más razonable que la búsqueda de la excelencia moral.
Camus admite que sin la perspectiva de lo sobrenatural, todas las victorias del hombre son provisionales. La victoria definitiva y total corresponde a la muerte.
¿Qué es lo ético en mitad de una epidemia? Luchar con “honestidad”. Luchar por el hombre, a pesar de todas sus imperfecciones. En esa batalla, el fanatismo ideológico solo estorba. Hay que mirar más allá, pensando solo en lo humano. La peste acaba aniquilando los valores.
El coronavirus nos está recordando la importancia del contacto físico. El ser humano necesita tocar a sus semejantes, sentir su cercanía. “Los hombres no se pueden pasar sin los hombres”, concluye Camus.