La economía mundial enfrenta al menos tres desafíos importantes en el corto y mediano plazo. Glasgow, el hidrógeno verde y toda una gama de creaciones de la claque de Davos quedarán guardando polvo por un rato. Todo al mismo tiempo no se puede y hoy resulta imperioso alimentar de energía al complejo militar-industrial alemán, que devora carbón, petróleo y gas natural, a pesar de que, si nos fiáramos por las declaraciones de sus políticos y ONG, podríamos llegar a creer que se sustenta a viento y sol.
El primero, y quizás más relevante para Uruguay por sus efectos en la demanda global agregada, es la desaceleración de la economía china. En caso de mantenerse la tendencia, esto no solo afectará la demanda mundial, sino que agregará una cuota importante de riesgo al equilibrio económico mundial. No podemos olvidar que cuando Estados Unidos se enfrentaron a la crisis de Lehman Brothers en 2008, el gigante asiático tomó medidas contundentes en materia monetaria y fiscal que permitieron estabilizar la economía mundial con relativa rapidez, evitando una Gran Depresión. La historia hubiera sido otra si China hubiera optado por seguir estimulando sus exportaciones, en lugar de decidirse por un estímulo de la demanda interna.
El segundo tiene que ver con la seguridad alimentaria. Desde estas páginas venimos alertando acerca de los riesgos que el conflicto en Ucrania supone para nuestra producción y nuestra oferta alimentaria. Empecemos por el final. Hoy celebramos con entusiasmo –y alivio– la virtual finalización de una cosecha de soja que exhibe precios record y muy buenos rendimientos, cuando solo cuatro meses atrás la situación era crítica por la falta de lluvias, que por suerte arribaron oportunamente. Vale como recordatorio de nuestra dependencia del factor climático y la importancia de diseñar proyectos de riesgo con participación de los sectores público y privado. La guerra entre Ucrania y Rusia también nos puso en autos de la dependencia que tenemos de fertilizantes provenientes de la región en conflicto y cuyos precios han aumentado más que los granos. Esto al punto que los productores perciben números ajustados para la siembra de cultivos de invierno, algo particularmente evidente en el caso del trigo que es más intensivo en urea, pero también el único cultivo de invierno que la agroindustria uruguaya transforma en alimentos para la población en general.
El tercero tiene que ver con el mundo monetario y financiero. Tras dos décadas seguidas en que Occidente y Japón se dedicaran a imprimir dinero como si no hubiera mañana, las cuentas están empezando a llegar. No se necesita ser un genio para darse cuenta de que si lo que sobra en el mundo es dinero y las tasas en el mundo desarrollado son fuertemente negativas en términos reales, lo que hay es un “overhang” monetario. Si Occidente logra reprimir financieramente a los inversores por un tiempo suficiente –como ocurrió luego de la Segunda Guerra Mundial–, este excedente monetario podría licuarse. El problema es que en un mundo globalizado y con libertad cambiaria, los más poderosos y despiertos van detrás de los activos reales, especialmente los campos que tienen capacidad de producir comida. Es por ello que en el mercado local algunos observan algo desconcertados que la banca privada se haya lanzado a otorgar préstamos a tasas muy similares a las que paga el Estado uruguayo. ¿Será que se creen las advertencias del FMI al respecto de los riesgos de reestructura de deudas soberanas? ¿Será que estos bancos no entienden que los libros de texto no permiten realizar colocaciones privadas en un país a una tasa menor que la de los bonos soberanos? En fin, no resulta sorprendente que ante la ausencia de tierras para comprar a los precios “pre Ucrania”, el sustituto más cercano sea prestar con garantías de campos y agroindustrias con flujos exportadores.
Esto nos lleva a reflexionar que el sistema político debería ver la manera de enfrentar este nuevo escenario con la mayor apertura mental posible, flexibilidad en los instrumentos y unidad de acción. En la medida que se perciba que el sistema político busca soluciones consensuadas, efectivas y oportunas, la ciudadanía sin dudas lo premiará con una refrescada confianza hacia nuestras instituciones democráticas. Por el contrario, todo lo que sirva para dividir o que no aporte nada en esta tan delicada coyuntura, debería guardarse en el cajón a la espera de que pase la tormenta y nos podamos dar el lujo de volver a discutir temas periféricos.
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